El campus no ha cambiado nada en los tres años que llevo viniendo aquí, pese a que cada verano se quema y toda la maleza que ahora cruje bajo mis pies arde en llamas nunca ha llegado a ninguno de los edificios de la universidad propiamente dicha. Todos los días se repite la misma rutina, me levanto, me preparo y me marcho a atender un puñado de clases que me forman para ser un futuro psicólogo o criminólogo, lo que primero me de trabajo, que para eso llevo ya tres años de este doble grado al que no le veo fin.
No me quejo de mi vida, no es mala, pero quizá es demasiado repetitiva, tener que hacer todos los días lo mismo durante cinco años resulta, en cierto modo, agotador, porque hasta que no acabe la carrera mi vida se basa únicamente en ir a clase, estudiar y sacar un hueco para escribir artículos para el blog.
El blog, mi único refugio de la monotonía en la que se ha convertido mi existencia. Lo creé hace ya cuatro años, justo antes de embarcarme en ese estrambótico viaje llamado último año de bachillerato. Lo empecé porque un profesor me lo recomendó para mejorar mi redacción de cara a la Selectividad y desde entonces intento actualizarlo al menos una vez al mes con un artículo que se me haya ocurrido, aunque suelen rondar temas sobre psicología del color y sobre identificar pautas de conducta en las relaciones de amistad. En resumidas cuentas, que ese es mi gran pasatiempo ahora, porque el poco tiempo libre que encuentro y no empleo en escribir lo empleo en salir por ahí con mis amigos.
Saco el teléfono para desenchufar los cascos y me doy cuenta de que llego unos minutos tarde a clase, así que acelero el paso y subo las escaleras hasta llegar a la puerta de clase. Me aseguro de tener el móvil en silencio e ignoro los mensajes que han llegado al grupo preguntando si no iba a venir hoy a clase.
—Qué raro que llegues tarde, ¿qué te ha pasado, David? —el profesor de psicopatología siempre me ha parecido, en el poco tiempo que lleva dándome clase, que tiene una voz de lo más curiosa, porque no es la típica voz de profesor, yo creo que si se lo propusiera podría llegar a ser un buen cantante.
Llego a mi sitio a la velocidad de la luz con la cabeza agachada todo lo que puedo, murmurando cosas que ni yo mismo entiendo.
—Perdón, es que el metro se ha retrasado un poco. —eso es lo que ha pasado realmente, solo que no añado el tropiezo por las escaleras mecánicas que lo siguió por estar demasiado distraído mirando el cartel que anuncia la hora. Esa clase de cosas me las guardo para mí.
Me comprimo en mi sitio al lado de Natalie y debajo de Rodolfo y Kristin. Saco el ordenador y abro el documento Word para ponerme a tomar notas cuando la voz de Natalie me rasca el oído con su habitual tonito burlón.
—¿Hoy no hay ni un hola, ni un qué tal el fin de semana? —mis dedos empiezan a teclear a toda velocidad.
—Sí, perdona. —aparto la mirada ligeramente de la pantalla. —Hola, ¿qué tal el fin de semana? —esbozo mi mejor sonrisa fingida con los labios muy estirados.
—¡Genial! —chilla, aunque se tapa rápidamente la boca y el profesor solo le dedica un gesto de desaprobación y un leve carraspeo. —Ayer Kristin y yo salimos un rato de fiesta por el centro, —modera su tono de voz para que solo la escuche yo y, posiblemente, los dos cotillas de arriba que estén prestando más atención a nuestra conversación que a la clase. —¿sabes cuál es el sitio este en que han estado recomendando esta semana? —asiento vehementemente. —Pues ... —me veo venir lo que me va a decir antes de que lo diga, ese sonrojo la delata. —conocí a alguien.
Desde ese momento la clase pasa a un segundo plano, sigo tomando notas, aunque ahora un poco menos precisas. Cada vez que Natalie se pone a contarme cómo ha conocido a otra chica se puede parar el mundo que ella seguirá hablando hasta se quede sin cosas que contarte.
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El códice de los pétalos perdidos
De Todo🌸Déjate arrastrar a esta antología en la que cada pétalo caído es una historia única y diferente🌸 Entre ellas se encuentran leyendas de sirenas, las aventuras de un superhéroe, las desventuras de una anciana amante de la pintura, un apocalipsis z...