Capítulo 20

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Decir que estaba nerviosa por estar compartiendo mi cama junto a aquel chico fornido que me rodeaba entre sus brazos mientras intentaba dormir, era quedarse corto.

¿Cómo se supone que iba a dormir cuando mi mente no paraba de concentrarse en el calor que emanaba el pecho desnudo de Silas? ¿Cómo podía pensar en conciliar el sueño sintiendo aquellos brazos fuertes abrazarme por la cintura mientras mi espalda tocaba todo su torso? ¿o en como mi cadera se alineaba a la perfección con aquel espacio entre mi culo y su...?

Eran muchísimas cosas en las que pensaba, pero dormir, no era una de ellas.

—Alana...—murmuró Silas con voz ronca, medio adormilado.

—¿Sí? —pregunté girando un poco mi rostro para ver el suyo, con los ojos completamente cerrados.

—¿Por qué no duermes?

—Estoy en eso.

Una risita salió de su boca. Sentí su respiración y su aliento cálido al hablarme sobre mi cuello, provocándome un escalofrío.

—Estás en eso desde hace media hora.

—Ya casi estoy, si no estuvieras hablándome, ya me habría dormido.

—Ay, gruñona. Las mentiras no se te dan nada bien.

—No miento.

—Sí, lo haces.

Indignada ante su contrariedad, me giré completamente para encararlo, aunque él seguía con los ojos cerrados, como si nada pudiera quitarle ese estado de templanza.

—¿Y si no miento, entonces qué?

—Reconoce que te cuesta dormirte porque tu cuerpo está pensando en otra cosa y puede que te deje tranquila.

—Mi cuerpo no está pensando en nada.

Mentira.

Mentira.

Mentira.

Solo podía pensar en que esas manos me habían acariciado, en como nuestras caderas se habían restregado en busca de placer mientras nuestras bocas se comían, en como mis manos se enredaban dentro de su melena, y en como quería volver a sentir ese remolino de satisfacción recorriéndome todo el cuerpo mientras lo sentía cerca.

Pero no iba a reconocerlo, porque me gustaba llevarle la contraria.

—Alana —dijo mi nombre en un tono de advertencia, sus ojos se abrieron y aquellos ojos cerúleos estaban dilatados al máximo cuando se cruzaron con los míos —, escucho tu respiración agitada, el rápido latido de tu corazón, siento toda la tensión de tu cuerpo a mi lado, tus labios están entreabiertos, como buscando algo. Definitivamente no estás consiguiendo dormir.

Tragué saliva y cerré la boca, sintiendo como me picaba un poquito la rabia al darme cuenta de que todo lo que decía era cierto. Silas leía muy bien el lenguaje corporal y no podía engañarlo.

—Y si ese fuera el caso, ¿qué? —repliqué, en modo de ataque, acercándome más a él hasta que mi pecho casi tocaba el suyo, a excepción de su mano en mi cintura, nuestros cuerpos no se tocaban.

Entonces, como si quisiera castigarme, su mano empezó a deslizarse sobre mi cintura, sus dedos comenzaron a hacer caricias circulares con delicadeza y lentitud, provocando que dejara de respirar al sentir el pequeño escalofrío que me recorrió la piel.

—No hay nada malo en lo que siente y quiere tu cuerpo, Alana.

Sus dedos fueron subiendo por la curva de mi cintura hasta mis costillas, poniéndome los vellos de punta ante el deseo y la expectación de más. Sentir su caricia por encima de la tela de mi camiseta no era suficiente.

El día que aprendí a amarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora