Capítulo 13

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Mis siguientes días se tiñen de gris y tonos verdes. De calma y desasosiego. El ambiente en el piso ha mejorado. Pol y yo, hemos dejado de lanzarnos cuchillos verbales. Pero también de besarnos.

Intento mantenerme distraída. Ahora mismo, solo quiero que el tiempo pase a cámara rápida. Que pasen los días necesarios para que ya no me duela pensar en el futuro que no tendré con Pol y aprender a vivir con él como un amigo. Aunque de momento, esa palabra se nos queda grande.

Ya no me recuerda públicamente lo mucho que me odia, pero entre nosotros sigue habiendo un muro invisible. Y por una parte lo entiendo, que conste. Por otra, no dejo de pensar que ahora el cobarde está siendo él, negándonos la oportunidad de existir, él y yo, en un futuro, en plural.

Ayer vino a buscarme a mi habitación. Pero no para charlar o pasar tiempo juntos. Vino a darme parte del dinero que le había dejado hace meses, cuando se lo pidió su madre. Me entregó un sobre con mil euros. Pero lo rechacé. Por lo que le tengo escuchado hablar con Ainhoa, sé que, ahora mismo, no está bien económicamente. Y sinceramente, a mí me da igual que me lo devuelva ahora que en seis meses.

Y así estoy ahora mismo, en la isla de la cocina, con el portátil delante, intentando distraerme y entender los apuntes de las nuevas asignaturas.

Me vibra el móvil. Lo cojo y observo en la pantalla que es Simón. No contesto. No me apetece hablar con él. En su lugar, le mando un WhatsApp a Nerea, que últimamente está un poco desaparecida.

Me llama al rato.

—Bebita —me saluda.

—¡Aleluya! Pensé que te habían abducido los extraterrestres o algo. No dabas señales de vida.

—Ojalá —murmura. La conozco, y la noto decaída —. Tuve unos días de mierda y no me apetecía compartirlo.

—¿Todo bien? —inquiero, preocupada.

—Sí... tuve unos días malos con Mario.

—¿Quieres contármelo? —inquiero, mientras abro un armario de la cocina y cojo mis galletas favoritas.

—No tiene importancia. Simplemente... Mario tuvo mucho trabajo estas últimas semanas. Y a veces me cuesta asumir que no puede dedicarme todo el tiempo que yo le exijo.

—Lo siento, bollito. ¿Ahora mejor?

—Sí, sí. Reconozco que fue culpa mía. Que siempre quiero hacer mil planes... y a veces olvido que la gente que me rodea no tiene el mismo tiempo que yo... o la misma energía.

Me río.

—Hija, es que a ti las pilas no te las apaga nadie.

—Lo sé, lo sé. Sin pilas he dejado yo mi vibrador estas últimas semanas.

Pongo los ojos en blanco, sonriendo.

—¿Qué, el tuyo cómo va?

—¿Mi qué? —pregunto, sin entender.

—Pues tu succionador, hija. ¿Le estás dando mucho uso? ¿O lo has sustituido por un moreno de brazos tatuados?

—Ai... ya me gustaría —sentencio.

—Venga, perra. Cuenta. Y no me digas que no hay nada que contar.

Cojo aire.

—Pues...hace varios días me acosté con Pol.

—¿¿Cóóóóómo?? ¡¿Y no me lo contaste?! ¿De qué vas?

—Necesitaba digerirlo —reconozco, mientras reviso distraída mi correo electrónico.

La magia de dos corazones en movimiento [Parte 2 Bilogía]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora