Capítulo 21

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   Lo primero que noté cuando me desperté a la mañana siguiente, fue el calor. El calor que sentía en todo el cuerpo me había hecho despertarme y se debía a que Silas prácticamente tenía todo mi cuerpo abrazado a él, mi espalda estaba contra su pecho desnudo, nuestras piernas enredadas, sus brazos rodeándome.

El hombre era un horno andante.

Su cuerpo desprendía calor como si del verano se tratase y me encontraba sudando por todas partes cuando abrí los ojos.

Pero sin duda alguna, el principal foco de atención lo eclipsaba ese punto. Ese punto entre mi trasero ahuecado en cierto bulto de su cadera que se encontraba muy... despierto.

Despierto, duro y apretado contra mí.

Intenté moverme en busca de aliviar el calor que invadía mi cuerpo alejándome un poco de Silas, pero sus brazos eran como dos plomos sosteniéndome y me era imposible salir. Al menos, no sin despertarlo.

Resoplé, resignada a la idea de poder levantarme, me di la vuelta para verlo de frente.

Ni en un millón de años hubiera imaginado que me despertaría y lo primero que vería sería a este hermoso chico a mi lado. Y no hermoso por como lucía por fuera, sino por cómo era en su interior. Un chico que me defendía a raja y espada y no parecía estar dispuesto a dejarme.

Me fue imposible no admirarlo en ese momento. Nunca había visto a alguien tan precioso, con aquellos rasgos tan fuertes, tan marcados, que ni siquiera dormido parecían verse más relajados. Era una belleza llena de fuerza.

Me perdí en su cabello largo que descansaba sobre sus hombros, en como su pecho subía y bajaba cuando respiraba, en como su dragón se entrevía entre sus costillas y adornaba esos hombros definidos. Y si bajaba un poco más, hacia donde la cola del dragón desaparecía por la cinturilla del chándal, se distinguía un bulto prominente que hizo que me ardieran las mejillas de imaginar cómo se vería.

—Si sigues mirándome de esa forma no sé si ambos seguiremos con ropa en los próximos minutos.

Desvié la mirada rápidamente y al subirla, me encontré con un Silas muy despierto mirándome con una sonrisa perezosa.

Sentí mis mejillas arder ante el sonrojo que me invadió.

—No estaba mirándote.

—Y yo soy virgen.

—Qué mentira.

—Igual que la tuya.

Puse los ojos en blanco.

—Eres un puto horno andante —me quejé intentando desviar el tema de conversación —, estoy sudando como si hubiese corrido una maratón, pero me tienes acorralada contra ti como una prisionera.

—Y tú hueles a cigarro a alcohol y eso no es culpa mía.

—Pues suéltame para que pueda ir a darme una ducha.

Sus manos, en vez de aflojar su agarre, me atrajeron más hacia él, nuestros pechos se tocaron.

—No.

—¿Como qué no?

—No voy a permitir que algo tan normal y cotidiano como darse una ducha siga siendo algo insufrible para ti.

—No es tan fácil borrar los traumas de la mente, Silas.

—Tienes razón, pero no es algo imposible. Solo debes reemplazar ese recuerdo por uno nuevo, por uno mejor.

Me reí con un deje de tristeza.

—Eso tampoco es tan fácil.

Una sonrisa cínica.

El día que aprendí a amarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora