Elliot:
Mi madre ya había tratado de demostrarme días anteriores al del parque que me odiaba, pero jamás quise darme cuenta en realidad. No es como si una niña pequeña tuviera que estar alerta todo el tiempo para ver si su madre la odiaba o no.
Todos los niños esperan ser amados. Pero a mí no me tocó esa suerte.Luego de ese día, los golpes y maltratos siguieron, y parecía que cada vez dolían más.
Vi mi túnel de salida cuando llegamos al campo de mis tíos. Casi salté de felicidad al escuchar que me dejarían allí. Hasta que me di cuenta que donde mis tíos las cosas eran aun peores. Pronto comencé a extrañar los golpes en mi cara y brazos y piernas. Incluso les supliqué que me golpearan en vez de lo que solía hacer en ese lugar: cargar.Dormía en el granero junto a una vaca que ocupaba más de la mitad del espacio y que algunas veces intentaba comerse mi cabello. Me levantaban con una cubeta de agua helada a las cinco de la mañana, y desde allí hasta las no sé qué horas, empezaba a cargar cajas de casi 200 libras.
Y créeme, no me estaría quejando si tan sólo hubiese sido eso. Eso hubiera estado bien.
Pero también cargaba ladrillos, cemento, y de vez en cuando, luego de terminar el trabajo del día, procedía a limpiar la casa. Además del granero que ensuciaba Doggy (mi vaca).
Prefería que me golpearan a tener que cargarlas. Prefería que me pusieran los ladrillos en la cabeza antes que limpiarlo todo. No miento cuando digo que la bendita casa era enorme. Y luego de unos dos años de trabajo, mi tío decidió que tirarme 50 centavos a la cara por día era divertido. A final de cuentas, lo fue, pero no como él lo esperaba.Yo me largué de ese lugar por aquellos primeros 50 centavos hace más de 7 años.
-Hey, ¿qué escribes?
Solté un gritillo y volteé a verlo, espantada.
-¿Qué haces aquí? -pregunté con el corazón en la garganta, y empecé a toser seca y fuertemente.
-Volví por mi cartera, se me ha olvidado -explicó, acercándose a mí y dándome palmaditas en la espalda levemente-. ¿Estás bien? ¿Necesitas un médico?
Negué con la cabeza.
-Estoy excelente, no te preocupes.
-¿Segura? La semana pasada lucías muy enferma -hizo una mueca. Sonreí enternecida por su preocupación.
-Ve a trabajar, Elliot. Parece que siempre quieres volver a la cama.
-De hecho -murmuró y sonrió-. ¿Qué es aquello que escribes con tanta concentración? Te vi, no trates de ocultarlo ahora.
-Le escribía algo a mamá -medio sonreí, tratando con todas mis fuerzas de no apretar mis labios para que no se diera cuenta de que mentía. Siempre lo hacía.
-Ah -ensanchó su sonrisa-. Salúdamela.
Asentí una vez.
-Lo haré.
Vi cómo Elliot tomaba su cartera entonces y se volvía a ir por la puerta de la habitación.
Después de unos segundos, me di cuenta de que había estado sosteniendo mi respiración, así que la solté.
Dirigí mi mirada a la laptop otra vez y suspiré.
Era realmente difícil para mí tener que escribirlo....de 7 años.
(Eres muy inoportuno, querido. Ya van 156 veces en las que se te queda la cartera de bolsillo en este año.Por cierto, perdón por haberte mentido sobre mamá. No creo que vaya a recibir tus saludos.)
Sin embargo, mi adolescencia fue aún peor.
Incluso aún pienso en ello y tengo grandes ganas de llorar.
A veces me salgo de la cama en las noches porque tengo pesadillas sobre lo que me pasó.
A veces ni siquiera puedo mirar hacia un rincón oscuro porque me lleno de pánico.
A veces miro por la ventana, sin poder creer realmente que todo ya pasó.No hay más esfuerzo, no hay más dolor. Y aún así... tengo miedo.
Sé que jamás van a encontrarme o intentar buscarme porque sé que no valgo lo suficiente como para hacer eso,pero tengo miedo, Elliot.
Ellie.
Con un suspiro, cerré la laptop y la deposité en la cama. Me miré fijamente las manos. Siempre llevaba guantes en ellas... y Elliot jamás me había cuestionado por ello. Volví a suspirar.
Lentamente, deslicé mis manos fuera de los guantes de tela rosa y me levanté de la cama, dirigiéndome al baño que compartíamos en la habitación.
Cuando me introduje en él, lo único que era capaz de hacer era mirarme en el espejo. Una y otra vez.
Me veía pálida, con ojos hundidos llenos de ojeras enormes, y mi cabello estaba totalmente desordenado. Un vuelco se coló en mi estómago, provocándome ganas de llorar. Hoy era uno de esos días... No, no, no, no.
Salí de allí rápidamente y tomé mi teléfono de la mesita de estar.
-¿Ellie? ¿Pasó algo, cariño? -escuché su voz, y la presión en mi pecho desapareció. Todo en mí se calmó. Ese era el efecto de su voz.
-Te amo -susurré débilmente, cerrando mis ojos y apretando los labios fuertemente.
Un silencio invadió nuestra línea telefónica; lo único que escuchaba era el claxon de una camioneta. Él había parado de caminar, lo sabía.
-Estoy dando la vuelta -informó, y volví a escuchar sus pasos a través del teléfono.
-Te amo -repetí, sintiendo ansias de que me dijera algo para ponerle fin a... no sabía cómo explicarlo. Pero era una presión de necesidad constante y dolorosa. Necesidad de algo que, por años, sólo él había sido capaz de brindarme: amor.
-Ellie -murmuró, llenando mi corazón de calidez-. Te amo. Eres la persona que me está haciendo volver a casa. La que me hace pensar que el trabajo no es nada si no te tengo -pausó, y sollocé, dejándome caer de rodillas al piso-. ¿Estás bien?
Negué con la cabeza, consciente de que no podía verme. Mis manos estaban horribles y temblorosas. Y yo lucía como mierda.
Colgué el teléfono, apagándolo para que no pudiera volver a llamarme. Me levanté del piso, sintiendo que mi espalda me pesaba; me coloqué los guantes, pero no sin antes echarle una mirada a mis manos. Las odiaba.
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Si algún día me dejas.
RomanceCuando la impetuosa y pasional Elina Goldman se introduce por error en la vida del enigmático Elliot Girward, su vida se ofusca: por él y en torno a él. Su comportamiento le revela a Elina que oculta un secreto, y aunque en contadas ocasiones piensa...