Capítulo II

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—¿Qué hay de éste lugar? —Loth que estaba parado al lado de su hermano de pie con una mano en el bolsillo, señaló un punto al otro lado del mapa lejos del reino de Anarthian y del mar.
—Imposible. Ese lugar está deshabitado desde hace mucho tiempo —explicó Lander, el jefe de la guardia real. Brathran observó el mapa.

—¿Habéis ido a comprobarlo? —preguntó el rey mirando cada rincón del mapa.

—No, pero se rumorea...

—Comprobadlo —miró al guardia con aspecto serio.

—Pero señor...

—Comprobadlo —repitió interrumpiendo al hombre, éste asintió.

—Sí señor. Mandaré una patrulla ésta misma tarde, con permiso —hizo una reverencia y se alejó de los mellizos saliendo de la sala de juntas.

—¿Crees que habrá algo ahí? —preguntó Loth una vez que se quedaron solos. Brath se pasó una mano por sus rizos castaños y suspiró agotado.

—No lo sé, con sinceridad. Solo espero que, en caso de que sea así, formemos alianza y que no sea un enemigo mortal—contestó el rey poniéndose en pie. La puerta de la sala sonó—. Adelante.

—Perdone alteza, tenéis visita —una joven entró en la sala nerviosa, sus ojos grisáceos paseaban de un mellizo a otro, apartó un mechón violáceo de la cara.

—Dígale que pase, Brytvell —le dijo Brathran acomodándose las mangas de su camisa negra.

—En realidad señor, está esperándolo en su despacho —comentó Brytvell avergonzada. El rostro del rey se endureció.

—¿En mi despacho? —repitió incrédulo. Se encaminó hacia la puerta donde estaba la joven.

—Le dije que no podía entrar sin su permiso pero no me escuchó —se apresuró a decir Brytvell, pero Brathran ya se había ido.

—Gracias Brytvell —dijo Loth al verla tan nerviosa acompañada de una sonrisa gentil, la joven se sonrojó, hizo una reverencia y después de disculparse salió por la puerta.

Los pasos apresurados del rey eran silenciosos, firmes. Unos caballeros que pasaban por su lado se pararon y se inclinaron hacia adelante haciendo una reverencia murmurando un: alteza.

¿Quién se atrevía a entrar en su despacho sin su permiso? Aceleró el paso hasta llegar a dos puertas de roble oscuro gigantescas que ocupaban bastante espacio. Se abrieron por sí solas cuando Brathran estuvo delante de ellas.

Entró en el despacho. La habitación era bastante acogedora, y simple. Dos estanterías de pie a cada lado de la sala repletas de libros antiguos, una chimenea para esos días fríos y un escritorio real muy elegante.

Observó a su visita, apoyada en su mesa con un enorme libro que había cogido de la estantería, no se lo podía creer. ¿Era ella, de verdad lo era? Brathran contuvo el aliento al verla. Cuánto había cambiado, la joven alzó la mirada encontrándose con los ojos grises del rey, varios mechones rubios le tapaban la vista, con un movimiento de cabeza se los apartó.

Su mirada pasó por su vestimenta. Llevaba unos pantalones de algodón de un verde claro que parecían la mitad de un pijama, unas botas negras y un abrigo gordo del mismo color.

—Bonito pijama —comentó Brathran volviendo la mirada a esos ojos del color de la miel. Ella se rio y dejó el libro en la mesa.《Esa risa…》 pensó él, sintió una punzada en el pecho.

—Tan halagador como siempre, Brath —hizo una pausa para mirarlo de arriba abajo —. ¿O debería llamarle alteza? No quiero que me degüellen por faltarle el respeto —sonrió burlona ante la palabra "alteza".

Coronas Plateadas y Dagas Ensangrentadas © #Libro1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora