S I L V I A
No he hablado con Jorge desde lo de ayer. Me niego a decir que nos peleamos. Apenas nos conocemos, ¿cómo íbamos a pelearnos?
Con quien tampoco he hablado desde ayer es con Cole, pero eso no me molesta. Somos así. Estuvo todo el día ayudando a un amigo a arreglar su coche y, cuando llegó a casa, yo ya estaba en el bar. Esta mañana he dormido hasta tarde, sobre todo porque quería evitar encontrarme a Jorge por casa, y me he despertado cuando Cole me ha dado un beso de buenos días en la mejilla antes de irse a trabajar.
Me he pasado la mañana con un nudo en el estómago. ¿Por qué narices se enfadó tanto Jorge? Pensaba que nos llevábamos bien. No hice nada malo. De hecho, estaba cortándole el puto césped cuando, de la nada, vino y me echó la bulla como si estuviera haciendo toples en el jardín delantero mientras niños de seis años montan en bici en la calle.
Es muy irascible. A diferencia de su hijo, que nunca se toma nada en serio.
Cole me ha dejado su coche para que pueda ir a la biblioteca y a él le ha llevado un amigo a trabajar. Bajo, cojo el táper de comida que Jorge se ha dejado en casa y echo un vistazo a las obras. Hay más movimiento que la última vez que vine.
Los trabajadores van de aquí para allá con sus cascos y los cinturones de herramientas de cuero marrón en la cintura, y los camiones levantan polvo del suelo cada vez que entran y salen de la zona de construcción. Se oyen martillazos contra vigas de acero, y algunos hombres con vaqueros rotos y botas sucias no, lo siguiente, están sentados a horcajadas encima de unas vigas a muchos metros del suelo para hacer lo que quiera que hagan para convertir esos materiales en un edificio. Son pocas las personas que ven la estructura interna de una obra. Me pregunto por qué Cole no curra para su padre. Seguro que ganaría un buen sueldo. Al fin y al cabo, conozco a algunos tipos que se dedican a esto y que pueden mantener a sus familias gracias a su trabajo.
Estudio la zona y busco a alguien a quien pueda dejarle el táper; también me mantengo un poco en alerta e intento localizar los tatuajes de Jorge. No me apetece demasiado encontrármelo. Cuando he visto que se había dejado la comida en casa, me he sentido tentada de hacer una buena acción: llevársela al trabajo y dejar que fuera él quien tuviera que ignorar nuestra discusión para venir a buscarme y darme las gracias. No quiero que nos sintamos incómodos.
Esquivo la suciedad y los escombros que hay en el suelo, me acerco al edificio y veo a su amigo Dutch arrodillándose para recoger algo. Me ve y se levanta.
—Buenas, Dutch. —Sonrío—. ¿Está Jorge por aquí?
Baja la mirada hasta la bolsa térmica negra que tengo en la mano.
—¿Le traes la comida?
—Se la ha dejado en la mesa de la cocina. —La levanto y se la enseño—. Como tenía que salir a hacer unos recados, he pensado que podía aprovechar y acercársela.