S I L V I A
—Has preparado la salsa para dipear, ¿verdad?
Asiento y sigo echando una ojeada a mi Instagram desde el asiento del copiloto.
—Ajá.
—¿Y los jalapeños rellenos de queso y envueltos con beicon también? —pregunta Jorge.
—Sí. —Siseo—. Solo me lo has preguntado unas diez veces.
Se queda callado un momento y sigue conduciendo por un vecindario cercano al nuestro.
Digo, al suyo.
Al nuestro.
—Bueno, porque me gustan —afirma.
Mis labios se encorvan formando una ligera sonrisa. Sus palabras me enorgullecen un poco. Me fascina que no diga las cosas por quedar bien. Le gusta lo que hago, sea una comida, un tentempié que he dejado en la encimera para que se lo encuentre al volver de trabajar o el nuevo elemento decorativo de piedra que hice ayer para el jardín y que le encantó.
Se me ocurrió después de lo del mudding y de darme cuenta de que con el agua aún lo embarrábamos todo más, así que pensé en poner unas cuantas piedras lisas cerca de la manguera para podernos colocar sobre ellas y lavarnos sin ensuciarnos los pies. Además, es un desagüe increíble. Perfecto para cuando volvamos a ensuciarnos conduciendo por el barro.
Ya hace una semana de esa noche y seis días desde que los hijos de Kyle vinieron a nadar. He intentado convencerme de que lo que pasó entre nosotros dos no fue más que un accidente irreflexivo derivado de mi ruptura, que me llevó a actuar así por despecho, porque me sentía vulnerable y necesitaba atención o algo por el estilo. Sin embargo, lo que he empezado a sentir por Jorge no ha dejado de crecer. Esto es un crush. Pasamos demasiado tiempo a solas y es normal que hayamos creado cierto vínculo.
Con suerte, esta fiesta del barrio y lo que sea que hagamos allí, además de para salir de casa y juntarnos con otras personas, servirá para volver a ponerlo todo en su sitio.
—Y nada de beicon de pavo, ¿no? —suelta de repente.
¿Hum?
—En los jalapeños —aclara mirándome por el rabillo del ojo.
Jolín, ¿sigue pensando en comida?
—Y tampoco habrás puesto nada raro como germen de trigo ni has utilizado coliflor en lugar de patatas en la ensalada de patata como se recomienda en esas mierdas de dietas bajas en carbohidratos, ¿verdad? —prosigue.
Estallo de la risa, echo la cabeza hacia atrás con los ojos cerrados y se me cae el móvil en el regazo. «Santo cielo.»
—Silvia, hablo en serio —me riñe—. Llevo esperando este momento toda la semana.
Mi cuerpo se agita por la risa. Lo miro, niego con la cabeza y sonrío irremediablemente. Está fatal.