Aguas termales

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Jisung

En el instante en que entramos en casa de mi padre sé que algo va mal. Nos recibe Rosemarie y nos invita a pasar al salón, donde encontramos a nuestro hermanastro sentado en el suelo jugando con un helicóptero a pilas que vuela y hace ruido. Hyunjin y yo nos quedamos mirándolo, y sé que están pensando lo mismo que yo, que los juguetes a pilas son demasiado ruidosos. De pequeños, nunca nos dejaron tener nada que hablase, volase o hiciese ruido.

—¿Dónde está nuestro padre? —pregunta Hyunjin. Por la puerta de atrás veo que la barbacoa está cerrada-. ¿Ya ha vuelto del viaje de negocios, no?

—Regresó el viernes. Está en el sótano.

Rosemarie nos pasa unas latas de refresco, sin vaso, otra señal que indica que algo va mal.

—Voy a verlo —le digo a Hyunjin.

Si está en el sótano, solo puede significar una cosa: que está sumido en uno de sus «estados de ánimo», como los denomina mi madre. «No molestes a tu padre, Jisung, tiene uno de sus estados de ánimo. Dale tiempo para que se tranquilice y todo irá bien».

El sótano es agradable, está enmoquetado y pintado, hay luces por todas partes, también los antiguos trofeos de hockey de mi padre, un jersey enmarcado y estanterías repletas de libros, por mucho que él no lea nada de nada. En una de las paredes hay colgada una pantalla plana gigante y mi padre está delante de ella, sus enormes pies reposando sobre la mesita de centro, viendo un partido y gritándole al televisor. Tiene la cara colorada, las venas del cuello sobresaliéndole. Sujeta una cerveza en una mano y el mando a distancia en la otra.

Me aproximo a él y me sitúo en su ángulo de visión. Y allí me quedo, con las manos en los bolsillos y mirándolo hasta que por fin levanta la vista.

—Por Dios —dice —. Vas por ahí asustando a la gente.

—No creo. A menos que a tu edad te hayas vuelto sordo, deberías haberme oído bajar la escalera. La cena está lista.

—Dentro de un rato subo.

Avanzo hasta pararme delante de la pantalla plana.

—Deberías subir ahora. Tu familia está aquí; ¿te acuerdas de nosotros? ¿De los originales? Estamos aquí y tenemos hambre, y no hemos venido para pasar el rato con tu nueva esposa y tu nuevo hijo.

Puedo contar con los dedos de una mano las veces que le he hablado de esta manera a mi padre, pero tal vez sea la magia del Han irritado, puesto que no le tengo nada de miedo.

Golpea la mesita con la cerveza con tanta fuerza que la botella se hace añicos.

—No vengas a mi casa a decirme qué tengo que hacer.

Y entonces se levanta del sofá y se abalanza sobre mí, me agarra por el brazo y, ¡pam!, me arroja contra la pared. Oigo el «crac» cuando mi cráneo entra en contacto con el muro y la habitación parece dar vueltas durante unos instantes.

Pero en cuanto se estabiliza de nuevo, digo:

—Tengo que agradecerte que mi cabeza sea tan dura a estas alturas.

El mundo nos destruye a todos | minsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora