Capítulo Primero
Siglo XIII-Lightville
Diego
Miraba como caían los copos de nieve mientras gotas de sangre se derramaban al derribar a un enemigo. La verdad era que no me sentía a gusto haciendo esto, pero tenía que defender a mi gente y así era como debía hacerlo. Mi país estaba siendo atacado por los hechiceros y no quería que pasase a manos de esos engreídos que no sabían ni levantar una espada.
Yo vivía en Lightville, una ciudad iluminada por la gracia de los mejores hombres del mundo. Lightville no era pacífica, pero se metía en sus asuntos y, si podía, ayudaba a los que lo necesitaban. El problema era que en ese entonces los hechiceros, que pertenecían al bando de los dictadores, nos atacaban, a Lightville y a todos los que tenían una mentalidad diferente a la suya, es decir, a casi todos los países.
Era bastante problemático si se tenía en cuenta que tu bando iba perdiendo. Yo no era más que un teniente del montón en ese entonces y me las arreglaba con mi grupo de capitanes y soldados. Nuestra especialidad era el ataque cuerpo a cuerpo, pero algunos, un grupo reducido, usaban poderes blancos, es decir, magia blanca, curativa. Y otros pocos, bastantes menos que los magíster, también sabían combatir. Éste grado solo lo alcanzaban aquellos cuyos estudios en ese arte eran superiores a los otros. En mi ejército solo había cuatro de éstos últimos, y veinte magíster.
Hablando de ese día, mi mejor amigo estaba combatiendo genial, nunca lo había visto tan entregado en la batalla, pero un hechicero le lanzó un conjuro. Supe que iba a morir uno de los mejores hombres que podría haber tenido en mi ejército, con la mirada alcancé al tipo que le iba a matar. En cuanto lo hube enfocado alcé mi brazo y, cogiendo impulso, lancé mi espada contra su cuerpo. Como no se lo esperaba le dio de lleno en el corazón. Cayó junto con otros de su bando. No me sentí mejor al hacerlo, pero mi amigo me sonrió antes de morir. Sabía que no podía retirarme de la pelea en ese instante, así que lo aparté del campo de batalla, recé por él y seguí con la lucha…
Al acabar ese desastroso día, después de trescientas bajas en mi ejército y solo quedándome con doscientos, descansamos en un campamento cercano. Pensé que habíamos logrado algo, por ínfimo que fuese, habíamos conseguido derrotar a todos los hechiceros y despejar el lado este de la defensa hechicera. Nuestro objetivo era abrir el camino hasta dejarlo libre para asesinar al jefe de este sector, se hacía llamar Freichfer. Un hombre bastante intimidante que tenía fama de ser todo un luchador, no solo en hechicería, sino en la lucha cuerpo a cuerpo.
A diferencia de nosotros, ellos poseen la habilidad nata de la magia negra y solo unos pocos alcanzan el nivel de luchador cuerpo a cuerpo. Su constitución era débil, pero a la hora de hacer conjuros eran los mejores.
No pude dormir esa noche, la cara de mi amigo me venía a la mente cada vez que cerraba los ojos, fue horroroso.
Pasó una semana hasta que volví a luchar, avanzamos bastante hasta dar con otro ejército de hechiceros y orcos, éstos últimos eran muy tontos, pero tenían una fuerza brutal. También estaban con los hechiceros, esto me complicaba mucho las cosas, pero teníamos que avanzar, así que cogí mi espada y me lancé a la batalla…
Pasaron más de tres horas y solo faltaba una centena de orcos y hechiceros por derrocar, miré a mi alrededor para comprobar nuestra situación, no era muy favorable, pero nos manteníamos en pie, y luchábamos. Me acerqué a mi segundo al mando y le pregunté cuantos magíster nos quedaban, él me respondió que quince. Asentí, habían muerto cinco, lo bueno de éstos era que se podían ocultar fácilmente, así no los atraparían.
Fue entonces, entre una multitud de guerreros con las armas en alto, que la vi. Una chica de no más de dieciséis años, sus ojos me miraban con temor, aun así siguió con su labor. Lo primero que pensé era, ¿qué hacía una chiquilla entre nuestras tropas? Por su traje se trataba de un magíster, pero que yo supiera solo se permitían a soldados de más de veinte años.
Nuestra política de formación obligaba a los jóvenes a estudiar obligatoriamente hasta los veinte años inclusive. Pero no me extrañaba que ahora ingresara gente más joven, sobretodo si eran magíster.
Mis ojos inevitablemente volvieron a fijarse en ella. Era muy guapa, pero tenía una cicatriz que le recorría el hombro y llegaba hasta la muñeca. Estaba roja, por lo que era reciente. Cuando vi que un orco se acercaba hasta ella y que no se daba cuenta, eché a correr a tiempo para detener el hacha con mi espada. Intercepté el golpe rápidamente y lo maté en menos de lo que esperaba. Después de eso, la chica me habló bajito, como si temiera mi presencia.
–Gracias, teniente.
Sus ojos color azul me traspasaron el alma. Esa chica me alumbraba solo con mirarme y me sentí como un idiota. Pensé que gente como ella moría cada día en batallas que ni quieren ni desean. Maldije en mi interior y la miré, sin querer, con molestia.
–Más vale que sepas defenderte porque sino morirás, no sé quién te ha podido dejar entrar en mi ejército pero ten por seguro que será castigado.
La chica me miró con mucho más terror que antes y agachó la cabeza. Siguió con la tarea de curar la herida de uno de los nuestros y yo fui directo a por el jefe de los orcos…
Lo encontré luchando con algunos de los míos, parecía ganar porque su cara denotaba aburrimiento. Me acerqué lo suficiente como para que me viera y así lo distraje para que dejara a mis soldados. Le clavé la espada en un hombro y éste gritó de dolor, se giró y me intentó golpear con su hacha, falló y aproveché para darle otro golpe en una pierna.
El orco me sacaba más de un metro, eran fuertes y grandes, pero no me intimidaba, había matado a más de los que recordaba, su punto débil era la barriga. La cual solía ser inmensa.
Éste se empezaba a cabrear, así que esperaba acabar pronto, solían ser más peligrosos si se les hacía enojar. Levanté de nuevo mi espada y la dejé caer en su barriga, pero éste me interceptó el golpe y me lo devolvió haciéndome un corte en el abdomen bastante profundo. Le miré sorprendido. ¿Podía pensar este bicho? No por nada era el jefe de los orcos. Lo había subestimado y me cabreé. No solía fallar en cuanto a estrategias se refería, sería por el cansancio. No había dormido nada esa noche.
Aguantando el dolor, decidí darle el golpe de gracia en la cabeza. Sujeté con fuerza la espada y la empujé hasta mi objetivo. El orco, con sus grandes manos, lo detuvo, dobló la espada y la tiró a la tierra. Empezó a reír y me miró a los ojos unos segundos en los que quise gritar por el dolor y la frustración.
–Hoy no es tu día, soldadito
Mi furia incrementó, parecía que ese orco no era común. Pensé que ese era mi final pues se estaba acercando a mi con el hacha en mano y yo estaba desprotegido, sin arma. Fue entonces cuando una voz clara y femenina me dijo:
–¡Coja esto, señor!
La chica de antes me lanzó una espada y la cogí al vuelo. No me entretuve y, con energías renovadas, le di con mi mejor golpe en toda la cabeza, luego en la barriga y, finalmente, en la espalda con un combo especial de los míos. El orco cayó a mis espaldas y dije:
–Te equivocas, es el tuyo.
Y después vi como los orcos y algunos hechiceros se largaban al no ver a su jefe con vida. Me toqué la parte de la armadura que daba con el abdomen, chorreaba bastante sangre hasta llegar a mis pantalones. Maldije en voz alta cayéndome de rodillas al suelo mientras veía a un ángel acercarse a mí rápidamente. Me sujetó la cabeza a tiempo y me apoyó en su regazo.
Sonreí y pensé que era María…
Continuará...
Autora: ¿qué os parece? Espero que os guste y si podéis, comentadme lo que os ha parecido, por favor!! ^^ Sin más, mañana subiré el próximo capítulo :)
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Conjuro de Vida
ФэнтезиSiglo XIII, Lightville. Diego era un poderoso Teniente del ejército y marchó para derrotar al jefe de los Hechiceros... Christina era una magíster sanadora de 16 años que estaba enamorada de su teniente. Un conjuro de magia blanca con efectos secund...