noche

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Cristian entró a su departamento con una sonrisa en su cara y un animal entre sus brazos, envuelto con una sábana para protegerlo.

No lo pensó mucho después de haberlo visto tirado en la calle; como parecía chiquito, tierno y amoroso, se lo llevó a una veterinaria y le dieron el permiso de quedarselo una vez los veterinarios le dijeron que estaba sano.

Hacer eso, le llevó toda la mañana, y por fin se encontraba de vuelta en su departamento compartido junto con su compañero. 

Hoy no había ido a entrenar o siquiera a estudiar en la facultad, estuvo muy entretenido asegurándose que aquel gatito tuviera un hogar.

Ahora era suyo.

Apenas abrió la puerta de su habitación, fue recibido con un chasquido.

Su compañero de cuarto, Lisandro, estaba sentado sobre la mesada, con unos papeles y lápices ahí mismo.

Se podría decir que ahora convive con dos gatos. Porque Lisandro era toda la definición de gato, además de que era muy cariñoso y se pegaba a él varias veces. A Cristian no le molestaba para nada.

—Ah, mira quién se dignó a aparecer. —Habló su compañero, todo chueco y con el cuello hacía abajo mientras escribía en unos papeles. —Te estuve esperando. —Hizo un puchero a pesar de que no había fijado su mirada en el contrario.

Vivían juntos desde hace un año y se llevaban muy bien; a veces, parecía demasiado.

—Estuve ocupado. —Se excusó el cordobés, acercándose hacía él, asegurándose de no cegar al animal con las potentes luces que iluminaban la habitación. 

Mientras más chiquito era el animal, más delicado era con las luces. Era cosa de acostumbrarse.

Su compañero por fin había levantado la vista de su tarea, y notó la bola que tenía acunada entre sus brazos. 

Elevó el cuello, estirándose para poder ver mejor y salir de su mala posición. Se sentía todo contracturado.

Pero Cristian lo seguía escondiendo de la luz, entonces el contrario no podía verlo del todo. No sabía con exactitud que era.

—¿Qué trajiste? —Se llevó una mano a la frente, casi aterrado de lo Cristian podía haber hecho.

El moreno era el que lo convencía de las peores decisiones, mientras Lisandro normalmente intentaba negarse a hacer cosas que los pondrían en problemas.

Hasta que un día se dió cuenta que no podía negarse a una cara bonita y... todo lo que era y le causaba Cristian.

El menor se acercó a un costado para bajar la potencia de las luces, volviendo con el ovillo entre sus brazos, protegiendolo. De a poco, empezó a quitarle la frazada, finalmente revelando el felino atigrado con un ojo azul y otro ámbar.

Lisandro apretó los dientes, observando el gato mientras su ojo comenzaba a tener un tic, titilando. El cordobés giró levemente su cabeza para ver su reacción con una ceja elevada.

—¿No es muy lindo? —Acarició la cabeza del gato era medio gris, negro y blanco; definitivamente hermoso, en la veterinaria se sorprendieron por la mutación de sus ojos.

Todavía no había pensado un nombre.

Finalmente, su compañero suspiró, hablando derrotado. —Yo me voy a cambiar de compañero. —Dijo en un susurro que Cristian no pudo escuchar. —¿Por qué siempre me traes todos los quilombos?

El cordobés lo miró entretenido. —¿No te gusta?

—No.

—No lo digas tan alto. —Habló el contrario juguetonamente, llevando al gato contra su pecho. —Uy.

13&25 ~ cutilicha OSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora