Capítulo 22

45 4 2
                                    

Si Paula se sorprendió de verme abrirle la puerta con una camiseta empapada y chorreando, no lo demostró. Pude haber estado desnuda y creo que es lo que menos le hubiera importado, porque ambas sabíamos que la prioridad la tenía esa conversación que nos debíamos.

Sin embargo, sí que se sorprendió cuando al adentrarse a la sala de estar se encontró con un Silas desnudo de mitad de la cintura para arriba, llevando los pantalones de la fiesta de anoche (que no entendía como se los había cambiado tan rápido) y MI toalla, enrollada en los hombros para secarse.

Vaya descaro.

Entonces, la mirada de Paula pasó de Silas a mi sucesivamente, como intentando unir las piezas en su cabeza. No había que esforzarse mucho para descifrar nada. Una mirada a mis labios hinchados, mi respiración desastrosa, mis mejillas sonrojadas y mis pezones erguidos, debieron bastarle para saber que algo había pasado, por no decir que a Silas se le marcaba un interesante bulto en sus pantalones que segundos antes estaba restregándose contra mi entrepierna.

Lindo.

—Tú eres el Adonis de la ferretería —comentó Paula cómo si fuera lo más obvio.

Las cejas de Silas se alzaron con diversión a la vez que aquella sonrisa burlona se esbozaba en sus labios. Rodé los ojos. Que le dijeran adonis en sus narices lo único que hacía era levantarle más el ego.

Que bastante grande lo tenía ya.

—Ese soy yo.

Paula abrió su boca formando una O mientras seguía profesando lo que significaba encontrarnos a ambos allí.

—Chica, sin duda tienes que darme muchas explicaciones —terminó diciendo, dirigiéndose a mí.

En ese momento Silas atravesó el pasillo que llevaba de mi habitación a la sala de estar para pasar hacia donde estábamos nosotras.

—Y esta es la parte donde me retiro —dijo colocándome la toalla sobre los hombros y arropándome con ella, como si quisiera cubrirme.

Por muy ridículo que fuera, aquello me pareció tierno.

—Hoy me apetece tomarme el día libre —expresó con sorna, haciéndome rodar los ojos porque podía tomarse los días libres que quisiera ya que él era el dueño de la ferretería y no tenía que ceñirse a un horario —¿Te veo mañana?

Le respondí con un asentamiento de cabeza. Él dejó un beso en mi sien antes de irse.

A solas con Paula, que me miraba con cejas enarcadas, le pedí un momento para cambiarme y ponerme ropa seca. Me alisté lo más rápido posible, reemplazando la camiseta empapada por un jersey gris y unos pantalones negros. Colgué la camiseta mojada en el banquillo de la terraza, al lado del chándal que le había prestado a Silas que él mismo había dejado allí secándose.

Cuando fui a la sala de estar al encuentro de Paula, traje conmigo sus cosas que había dejado en mi habitación. Las dejé en la mesa y me senté a su lado en el sofá.

Con un suspiro, mire a Pau a los ojos.

—Hay muchas cosas que necesito preguntarte, Paula.

Ella también suspiró y recostó su espalda del sofá mientras cerraba sus ojos.

—Tengo miedo de lo que pueda salir de esta charla —admitió —, pero necesito la verdad, así que responderé todo lo que me pidas a cambio de eso.

—Me parece justo.

—Bien, desembucha.

—Tu mejor amigo...Ale, ¿De verdad su nombre es Alejandro?

El día que aprendí a amarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora