Día 18 de febrero del año 8
En el inicio todo era correcto, perfecto, con sentido y finalidad. Hasta que pasó el accidente. El destierro de mi compañero. El destierro de mi amigo. Es algo que pocos saben, si bien los ángeles son entidades divinas, pocos somos los que nos podemos distinguir como “él” o “ella”. Es normal, entre más te relaciones con lo terrenal más abstracto eres. Todos ellos, fuera del bien contra el mal, todos tienen un compañero, alguien que fue creado junto con ellos exactamente al mismo tiempo, como una clase de testimonio de la maravilla de la creación. Nunca poseí ambición por ese poder, soy más de las personas que les gusta ver y servir, aun hoy en día es raro que tome una iniciativa arriesgada.
Tras lo que se conoce como “El Destierro”, todo se puso complicado, no tuvimos miedo, pero sabíamos que algo fuerte nos esperaba, sabíamos que si queríamos ganar teníamos que empezar de una vez, nunca hubo un mejor momento que ese presente, ahora pasado.
Algo de lo que no quería preguntar fue de esa mancha. Una mancha me apareció en el pecho al rechazar la invitación de mi amigo cuando me propuso ir con él. Hoy puedo decir que parece una apuñalada justo en medio del pecho, algo no muy distinto de lo que me esperaba. La compañía de una ángel guardián era lo que me agradaba, era del rango más bajo, creada después que yo, a pesar de ello su “humanidad” fue lo que me atraía. Años y años. Las historias sobre la desgracia en lo terrenal llegaban arriba en forma de peticiones. Muchos dicen que Él estaba enojado, eso es falso, Él estaba haciendo su estrategia y preparando todo, el cielo era un sinfín de peticiones y preparaciones. El acuerdo con Moisés y el problema con los egipcios fue ejemplo de a donde podía llegar todo eso, a pesar de ello la fe aún tenía interferencia por la avaricia y la interpretación mortal.
Siglos pasaban en los que decidí no alejarme de Dios, sino buscar algo diferente, le pedí descender de una Virtud a un ángel de la Guarda. No sabía lo que me esperaba, el descender de jerarquía no implicaba falta de fe, solo no saber lo que en su mayoría se avecinaba en el futuro. Como cada ángel en mi coro se me daba a conocer el alma en el paraíso, una vez se decidía en donde y con quien quería nacer, empezaba mi labor. Fueron muchas las personas que cuidé, desde el siglo V hasta el XX. Fue en esta larga etapa de mi existencia que logré reencontrarme con mi viejo amigo. Ahí aprendí el horror del rencor, mis niños nunca superaron la edad de 15 años. Tortura, encierros, matrimonios arreglados, abusos, maltratos, secuestros, violaciones, desmembramientos, mutilaciones y asesinato rápido en el mejor de los casos. Nunca un solo suicidio, solo 3 culpables fueron atrapados, cada uno de un siglo diferente para luego ser liberados. Sin justicia. La gravedad de cada tragedia dependía del lugar, tiempo e ideologías. Siempre lo mismo. No se me asignaba otro humano hasta que el homicida muriera y se le desterrara al infierno, pedía estar presente para poder calmar rápido a mis niños. Si bien la paz ya era lo normal después de la muerte, algo humano siempre se mantiene.
La última niña que cuide se llamó Cecilia, víctima de violación, estrangulamiento y desmembramiento para ser declarada desaparecida a las pocas semanas. Su familia fue la causante de eso. Fue extraño, una vez terminado el juicio mi “amigo” se burló, sabía lo que diría, lo dijo con la muerte del primero, del segundo, del tercero, cuarto, quinto, sexto, séptimo, octavo, noveno, decimo… Me decía el fantástico trabajo que hacía en cada juicio, hoy sé que logre sentir algo negativo, pero ni siquiera en la actualidad lo puedo describir. Por un segundo pensé que tal vez era porque me crearon para ser una Virtud, un ángel del quinto coro, no un ángel del noveno coro. Me consolé recordando que Él me lo permitió, para haberlo hecho Él tuvo que saber que tenía lo necesario, ¿cierto? Con esa reflexión me di cuenta de que había traicionado lo que mi luz, mi esencia representaba: El orden.
La gota que derramó el vaso fue cuando me enteré de que aquella ángel que me hacía compañía, mi mejor compañía, quería volverse humana, quería saber lo que era el amor, la alegría, iniciar desde cero. Traté de convencerla. No lo logré. Esa mancha dolía, ardía, me quemó. Mi locura cada vez más irracional aumentó cuando me ofrecieron ser su guardia, aumentó de tan solo pensar que sería otra víctima del rencor por un rechazo de hace tanto. En un impulso fui a pedir, hablar, rogar, suplicar porque me permitieran ir con ella. No ser su pariente, pero si encontrarme con ella, permitirme ayudarle. Ese sería mi último intento. Sería el final.
Los preparativos y las decisiones por parte de ambas partes fueron tomadas, todo listo. Empezamos. Tardé un poco en encontrarla, nadie recordaba nada, a pesar de eso ambos lo sentimos. Desde ese día nunca me separé de ella, siempre ha sido y agradezco porque aún sea la amistad más hermosa que tengo.
Muchos pensarían que desde aquí todo fue normal, tal vez pensarían que mi vida fue similar a la de alguno de ustedes, puede que sí y puede que no, recuerden que no los conozco, ya no soy una entidad divina.
Mi familia fue muy ausente y sabían cómo atormentarme emocionalmente. Puede que en sus mentes lo exageren un poco más de lo que deberían, no los culpo, yo hice lo mismo. Mi crianza se puso en manos de mis abuelos y madrina, crecí con la mejor educación en fe, a pesar de ello no hubo noche en la que no escuchara gritos por parte de mi familia, pleitos por cosas humanas. Muy pocas partes siguen en mi mente, se bloqueó o simplemente todos los días eran iguales, lo poco que tengo es claro como el agua. Nunca me molestó hasta que cumplí los 10 años. Mi autentico tormento empezó. Por alguna razón todo lo anterior a mi nacimiento volvió a mí. No sé porque, a pesar de que tuve la oportunidad de preguntar, es de esas cosas que es mejor no pensarlas de más.
Me vi en la obligación de recordar todo lo que había visto de a poco y en silencio, mi palabra se tomaría primero como un sueño, luego como imaginación y al final sería tratado como trastorno. Algo que nunca pude compartir. Solo entre los de arriba y yo, es difícil. No poder explicarlo y no poder entenderlo. Pasé desde mi adolescencia hasta el final de mi vida siendo consciente de todo, dudando de mi cordura, pensando que todo lo que hiciera me sentenciaría a lo peor, siempre queriendo hacer de todo para no quedarme con las ganas, todo este conflicto fue lo que terminó por arruinarme. Tenía sueños con mi propio ángel de la guarda, peleé con muchos demonios, no con rezos, sino con golpes y estrategias, más de un sueño fue sobre el fin del mundo. A pesar de eso me gustaba dormir, mis sueños eran el único lugar en donde menos sentido, mejor disfrutaba. Lugares, celebridades y sensaciones que nunca me hubiera atrevido a experimentar antes de lo debido fue todo lo que conocí tan solo en mi mente.
Una vez que fallecí logré reencontrarme con cada uno de mis niños, ellos aun me reconocían como su ángel, a pesar de ya no tener nada de divino. Durante mi juicio tuve mucho miedo, cuando me dictaron el bien como ganador sonreí. Fue la sonrisa con más agradecimiento que he tenido. Los que me querían llevar se quedaron con un sabor amargo. Sentí que realmente pude soltar algo, una parte pequeña, pero la solté.
Desde ahí nunca me separé de mis niños, mis amigos, mi mejor amiga. Aun hoy sigo esperando algo mejor para la humanidad, rezo por ellos, por ustedes. ¿Volvería a reencarnar? Tal vez. Solo espero algo que logré recordar a mis 12 años. Algún día tendré el valor de hablarlo. Por mientras sigo sanando. Esperen un poco, yo esperé una vida para lograr abandonar el estrés del recuerdo. Ustedes lo harán bien. Adiós.Atte.: H.