VI. Negociando un alto al fuego.

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Con el tercer timbrazo, Neil se vio obligado a salir de su habitación

—¿Es que nadie va a abrir la puerta? —gritó mientras cruzaba el pasillo.

Supo que nadie le iba a escuchar, porque todos sus compañeros de piso estaban en su respectivo cuarto arreglándose con su propia música a todo trapo, pero necesitaba desahogarse. Estaba un poco nervioso.

Eran las nueve menos diez de la noche del jueves. Todos estaban preparándose para los respectivos planes que tenían aquella noche, porque en la vida de universitario no importaba realmente que el viernes tuvieras clase, el jueves también era un día generalizado de fiesta.

Volvieron a tocar el timbre y Neil pensó seriamente en cometer un homicidio en primer grado con la persona que lo estuviera haciendo.

—¡Que ya voy!

Ni se molestó en mirar antes por la mirilla, simplemente abrió la puerta con violencia. La cara que apareció tras ella no ayudó precisamente a calmarlo. Los ojos cerúleos de Kenickie se encontraron pronto con los suyos, pero se deslizaron hacia el torso desnudo de Neil casi al instante. Este alzó las cejas mientras Ken se daba cuenta de lo que hacía y se ponía blanco antes de devolver la vista hacia su rostro. Luego, intentó ponerle mala cara y le preguntó:

—¿Siempre abres la puerta sin camiseta?

—Empezaré a hacerlo si todo el mundo disfruta las vistas como tú —replicó Neil con una sonrisa burlona.

Kenickie se puso un poco rojo, pero parecía querer soltar el mismo gruñido que había soltado el día anterior en su coche.

Le puso las manos en el pecho y lo empujó para entrar en el piso. El contacto fue breve, pero a Neil le dio tiempo a darse cuenta de que sus manos eran más ásperas de lo que parecían y de que desprendía calor. Su corazón se saltó un latido bajo su mano y rezó por que Kenickie no se hubiera dado cuenta. Intentó no pensar en ello mientras cerraba la puerta.

—¿Qué haces aquí? —le preguntó.

—He quedado con Colette para ir juntos al sitio donde hemos quedado. Yo no sé dónde es —le explicó Kenickie mientras cruzaba el recibidor para sentarse en el sofá del salón tranquilamente.

Mientras lo tenía de espaldas, Neil se fijó en su ropa: unas zapatillas blancas con dibujos a mano, unos vaqueros anchos y claros y una camiseta demasiado grande de color negro con algún estampado al frente. También se fijó en su culo antes de darse cuenta de lo que hacía y clavar la mirada en las banderas que ya habían colgado en la pared del salón. Tenía que controlarse.

—Está en su habitación terminando de arreglarse todavía, como todos los demás.

—¿Por eso parece que estamos en una de esas discotecas con varias plantas dedicadas cada una a un estilo de música?

Neil asintió con la cabeza.

—Ve a buscarla, si quieres. Yo tengo que acabar de vestirme, como ya sabrás.

—Cada día que pasa eres más capullo, ¿sabes?

Neil dibujó su sonrisa de diablo mientras regresaba a su habitación y se encerraba allí.

Vale. Seguía estando nervioso y la presencia de Kenickie no ayudaba precisamente.

Habían quedado para cenar en el piso de sus amigos y el plan era ir luego a Akelarre, una de las discotecas más famosas de la ciudad, pero Vito ya le había dicho que él no pretendía ir y tampoco pretendía que Neil fuera, porque quería entretenerse de otra manera. Aquello no debía ponerlo así de nervioso, porque no era la primera vez que lo hacían (ni muchísimo menos), pero lo hacía, porque apenas habían quedado a lo largo del verano. De alguna manera, sentía que algo había cambiado.

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