Jamás coman las bayas rojas.

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– ¡Lo sabía, agua! ¡Beban, beban!

Uno de los niños inmediatamente se lanzó al agua, dejando que el líquido vital entrara en su boca. El señor Jost subió con algo de esfuerzo a la cima de la pequeña cascada, unos metros más del pequeño lago, y ahí uso la navaja que traía en su bolsillo para cortar un racimo de bananas maduras, deliciosas.

– ¡Eh, ustedes! Ahí va eso – lanzó el racimo, que al golpear con el agua se separó, dando bananas individuales.

– ¡Bananas! – Bill se abalanzó sobre ellas y se comió una rápidamente.

Tom prefirió no lanzarse al agua y después de agacharse con entusiasmo a beber, se sentó en una orilla, a lado de un barril que ninguno de los otros dos había visto aún. Abrió la pequeña llave y de ahí salieron algunas gotas de un líquido color ámbar, la olió y la probó haciendo una mueca después de hacerlo, no sabía bien para nada.

David se lanzó deslizó por la cascada y se hundió en el agua al lado de Bill un momento después.

– Jajaja ¡Qué maravilla! – se regocijó.

Bill salió del agua y corrió a investigar cerca, en la parte trasera de la cascada. Había un agujero ahí y dentro una especie de pelota, o no. Era algo redondo, pero no totalmente, tenía una parte angulosa y tenía dos agujeros profundos y dos más en forma de triángulo. Más abajo dejaba de ser cóncavo y se abría hacia afuera. Era un objeto muy curioso ¿para qué serviría? Le preguntaría al señor Jost.

Mientras a unos metros, David comía un mango y Tom seguía probando aquel líquido.

– Señor Jost, aquí hay un barril que contiene un líquido extraño... Huele como al aliento del capitán.

– ¿Cómo al aliento del capitán? – Dijo acercándose y probó rápidamente la sustancia – ¡Es ron! ¿Quién rayos pudo haberlo dejado? – levantó la vista, vigilando, de repente ese no parecía un lugar tan seguro, tenía un mal presentimiento.

– ¡Miren lo que encontré! – Bill había llegado ya, sosteniendo aquella cosa. David abrió con desmesura los ojos y se la arrebató – ¡Tiene agujeros!

– ¿De dónde lo sacaste? – estaba realmente preocupado. Se miró con asco las manos y lo tiró lejos.

– ¿Qué tiene de malo? – el menor de los niños se ofendió un poco, no entendía que era lo malo de aquel objeto.

– ¡Vámonos de aquí! – salió del agua y tomó a cada uno de la mano.

– Pero...

– Eh dicho, vámonos – no se dijo más, comenzaron a caminar dócilmente a su lado.

Exploraron todo lo que pudieron de la isla. No había nada impresionante que mencionar en cuanto a su paisaje, además de que era hermoso. Lo que era más hermoso era su fauna, ¡aves de todos tipos y todos los colores que pudieras imaginar! Había iguanas, animal que los niños no habían visto jamás en su vida y que les fascinaron en cuando conocieron su nombre.

Una hora después todos corrían colina arriba, por dorados campos de hierbajos crecidos. Desde ese punto se veía toda la bahía, hasta el horizonte. No había más que el mar azul en calma.

– No veo el bote del abuelo.

– No, no se ve – David se puso la mano sobre los ojos, para cubrirse del implacable sol – Tal vez llegué después... o tal vez no.

Tom andaba ahí cerca, junto a un arbusto que tenía bayas, bayas rojas. Arrancó una y se la llevó a la boca.

– ¡Thomas! ¡No te comas eso! ¡Abre la boca, escúpelo! ¡Abre la boca, deprisa! – él había visto cómo se metía la baya a la boca y en cuanto lo hizo se abalanzó sobre él, obligándolo a abrir la boca para poder sacar esa pequeñita fruta de ahí. No la había masticado siquiera, así que salió entera.

Las lágrimas aparecieron en los ojos del gemelo mayor, se sentía avergonzado, no debía haber comido algo sin la aprobación del señor Jost.

– Pero no llores, no estoy disgustado contigo. Si comes esas bayas te quedarás dormido y no despertarás jamás... ¡Con esas bayas nunca se despierta! – El niño asintió y respiró profundamente, tranquilizándose – No vuelvas a tocar esas bayas. Vámonos.

Horas después se encontraban sentados en la arena, con el agua a pocos metros de ellos. Habían formado una hoguera, que Jost les enseñó a hacer.

– La señorita Karen Harmonnd se quedó dormida y se fue al cielo. Señor Jost, ¿usted cree que comió de esas bayas?

– Hump, tal vez.

– ¿Qué significa que te sepulten, David?

– Bueno, te meten en una caja y te entierran, osea que estás muerto.

– Pero, el bebé de la tía Evangelice ¿lo recuerdas? – a su lado, Tom asintió.

– Dijo que lo había recogido en un huerto de coles.

– ¿El huerto de coles?

– Exacto, dijo que regresaron y lo volvieron a plantar...

–...Para que se convirtiera en un ángel – completó su hermano.

– Pero nosotros sabemos que los bebés no vienen de un huerto de coles – dijo el menor negando y dando un mordisco a la banana qué tenía en la mano.

– Sí, mamá nos explicó de dónde venían antes de que se fuera de viaje.

– ¿Ah, sí? ¿Y qué fue lo que les dijo?

– Nos dijo que cuando dos personas se amaban tenían que ¿cómo se llamaba?

– Hum... hacer el amor – contestó el mayor sonrojado y sin saber con exactitud por qué.

– Eso y que después de nueve meses venía un bebé, pero no nos dijo de dónde.

– Vaya, vaya, pues sí que están informados ustedes dos ¿les dijeron algo más?

– Sí... que los hombres también podían quedar embarazados. Nos lo dijo cuando vimos a dos hombres que se paseaban por la calle tomados de la mano.

– ¿Es eso cierto, señor Jost?

– Sí, pero es muy peligroso.

– ¿Por qué?

Debía decirles eso... si nadie nunca venía por ellos, él no les duraría toda la vida y cuando estuvieran solos, "aquello" tenía que pasar.

– Pues verán. Cuando una mamá se embaraza, el bebé comienza a crecer en su estómago y luego sale naturalmente... por dónde tiene que hacerlo.

– ¿Por dónde?

– Y entonces no hay problema – dijo para evitar el tema, no era nada agradable hablarles de eso – Pero, cuando un hombre se embaraza, solamente puede hacerlo y el bebé crece dentro de su estómago y aunque en el transcurso de esos nueve meses no pasa nada malo, cuando llega el momento de que nazca no se puede, porque el cuerpo de los hombres no está hecho para tener bebés a pesar de que pueden concebirlos. Así que un médico tiene que abrir con una navaja especial la barriga del padre y sacar al bebé por ahí.

– ¡Suena horrible! – dijo Tom.

– ¡Suena muy complicado! – dijo Bill.

– Créanme, lo es. Y ahora, vamos a dormir – no quería hablar de eso más. Era un tema complicado, pero con lo que había dicho era suficiente. Ya les enseñaría como suturar heridas después, les sería necesario. En ese momento, miró las botellas de alcohol etílico como un regalo de lo que hasta ese momento parecía inminente.

Se acostaron cerca de la fogata y al poco rato se quedaron dormidos. 

La laguna azul - TWCDonde viven las historias. Descúbrelo ahora