El códice de los pétalos perdidos

Guardians. Un mal sueño

Desde la noche de las estrellas fugaces mi vida ha cambiado radicalmente. Esa noche en la que conseguí poderes mágicos y me convertí en un superhéroe que protege el mundo del mal. O bueno, en nuestro caso, un Guardian que protege al mundo de los villanos de esta historia, los Hunters. No he vuelto a ser el mismo desde aquel maravilloso momento que me ha permitido vivir una vida de fantasía como en "Guardianas de la Luz".

Siempre que pienso en el instante en que pasé de ser Ever a Rainbow por primera vez se me ponen los pelos de punta. Y aunque ahora sigo sintiendo el mismo vértigo en la base del estómago ya no tengo miedo, sino emoción.

Ahora, por ejemplo, estoy transformado en Rainbow, la versión con poderes telequinéticos y mucho más atractiva que Ever, para recoger el caos que he formado en mi habitación después de haber estado con Emma haciendo un maratón de temporadas de "Guardianas de la Luz" sin descanso. Mis poderes resultan la mar de prácticos para ordenar todo en un santiamén, por eso apenas tardo unos minutos y bajo al salón convertido de nuevo en Ever, el chico corriente con una vida corriente en su aburrido pueblo de la sierra de Madrid.

—Papá, ¿hoy no tienes trabajo? —juraría que, ayer durante la cena, me contó que tenía pasarse todo el día encerrado en el despacho entre papeles de casos que debería haber rechazado, pero que aceptó porque no sabe decir que no a la gente.

Mi padre me mira desde abajo, está tirado en el sofá con una taza humeante de café en la mano y unos papeles en la otra. Me dedica un gesto cansado y vuelve a sus cosas.

—Estoy haciendo un descanso, ¿no lo ves? —agita los papeles en el aire.

Suspiro y me marcho a la cocina en busca de una taza como la suya.

—Es verdad, debo de estar ciego. —farfullo desde la otra habitación. Encuentro la cafetera encendida todavía, lo que me indica que el que tiene entre sus manos no será el único café se tome esta mañana mi padre. Meto otra cápsula y dejo que el líquido caiga en la taza. —Por cierto, voy a ir a Madrid esta mañana, quiero comprarme algunas cosas.

Con "algunas cosas" me refiero a la versión deluxe de último disco de Syren, que incluye dos nuevas canciones inéditas y versiones remix de dos de mis canciones favoritas "If I could" y "Memories". El disco se puso a la venta ayer, pero estuve demasiado ocupado saliendo de clase a toda prisa para que no me pillas en Adrián y su banda. Y hoy no pienso dejar que nadie me distraiga de mi objetivo, porque necesito conseguir ese disco a como dé lugar.

—Está bien, pero no llegues tarde.

Con su beneplácito tengo más que suficiente para darle un último trago al café, despedirme de él y marcharme de casa. Salgo de casa con la mochila al hombro y me encamino hacia el descampado. El descampado es mi "base de operaciones " desde que me convertí en Guardian, allí está escondido mi método de transporte poco ortodoxo, pero tremendamente efectivo.

Llego hasta la entrada de este, pero unas voces me llegan desde una calle cercana y no me hacen falta más de dos palabras para identificarlas, son Adrián y su novia Abby. Me tenso como un resorte y me quedo paralizado unos segundos antes de que mi cerebro vuelva a funcionar con normalidad y echo a correr hacia un callejón cercano. Me escondo tras un gran contenedor de basura y espero alerta a que pasen de largo.

—¿Te acuerdas el otro día en el centro comercial cómo corría el desgraciado de Ever? Fue divertidísimo de ver. —genial van hablando de mí. Odio esa voz con la que Adrián pronuncia mi nombre.

—Sí, me encanta verle suplicar cuando le pillamos. —esa es Abby.

No puedo soportar sus voces o su presencia, siento una ola de rechazo al instante. Me abrazo el estómago con toda mi fuerza para intentar reprimir las ganas de vomitar que tengo ahora mismo. Siento sus pasos acercándose. Supongo que irán a la plaza, porque este camino no llega a otro sitio, pero, aun así, me hago más pequeño detrás del contenedor cuando llegan a la altura del callejón.