Capítulo I
En este momento de incertidumbre es imposible saber si seguir o detenerse, si lo mejor es aún lo mejor o si algo de aquel pasado cambió. Este periodo de mi vida en donde todo es confusión comenzó hace unos años. La depresión que en aquel entonces se adueñaba de mis pensamientos me llevó a darle un giro rotundo a mi memoria. No fue simple olvidarlo todo y empezar de nuevo. Poder creer en una nueva realidad es totalmente imposible para muchas personas pero para mí no lo fue. Una ficción posiblemente pero durante meses y años yo la hice realidad. Cambie mi dirección, mi familia, mis amigos e incluso mis gustos y sueños. La vida de teatro me recogió y me dedique a la literatura, a la música, a la expresión y el arte. Empecé como ayudante de vestuario en uno de los teatros más maravillosos y antiguos de la ciudad. Los colores vibrantes de los trajes le daban luz a mi vida y aunque no los usaba y sabía que eran pedazos de tela comunes e inertes, cada uno relataba la personalidad de algún maravilloso personaje y cambiaba a un actor en un espectacular ser. Mi alma y cuerpo pasaban desapercibidos la mayor parte del tiempo, pues mi pequeña figura y mi actitud de inferioridad me hacían lucir insignificante al lado de exitosos actores y directores. Fue poco después de unirme al teatro que decidí ya no ser esa sombra a la que muchos agradecían por la colaboración, pero que pocos recordaban. Mi principal motivo no era mi propia superación, no me importaba seguir siendo invisible, de hecho me gustaba. Fue la necesidad de escapar de ese pasado que tanto aborrecía; no quería que en mi presente existiera una sola remembranza, por más pequeña que fuera, de mi vida anterior.
Capítulo 2
Yo, Bruno Alberdi, cambié. ¿Por qué cambié? Simple, como muchas personas en este mundo, luchaba por ser el mejor, por mostrarle al resto cuán interesante y bueno podía ser; pero mi fastidiosa forma de fingir no me dejaban vivir la vida que yo quería. Mi madre siempre trabajando, mi padre, quien sabe donde y yo soportando el peso de la situación. Mi madre trabajaba para un banco como abogada. No nos iba mal pero lo que su dinero nunca pudo comprar fue mi tranquilidad. Siempre trate de mostrar ese lado feliz de la vida con mi forma de ser pero lo que nunca me detuve a pensar era que lo tenía todo excepto felicidad. Por tratar de hacer feliz a mi cansada madre, olvide que llorar era parte esencial de la vida. Olvidé que para ser feliz primero tenía que sufrir. Detenía cada lágrima en mi ojo para que los demás pudieran deshacerse de las suyas. En el colegio, todos reían de mis chistes. Todos me miraban como esa persona a la que nada le afecta, a la que la vida siempre sonríe. Sólo Dios conocía lo que mis pensamientos ocultaban. Él podía verme en mis noches de agonía en donde dudaba de querer seguir luchando, de querer seguir fingiendo. Uno de los únicos verdaderos amigos que tenía en el colegio era Gustavo, un joven con mucho potencial. Lo que mi madre siempre decía de él era que iba a llegar muy lejos.
Todas las tardes, Gustavo y yo, tomábamos el metro a Puerta del Sol y hacíamos una larga caminata hacia el Parque del Retiro . Allí admirábamos la Puerta de Alcalá. Ese monumento parecía tener detalles infinitos, a pesar de que llevábamos 15 años de hacer el mismo recorrido, siempre nos encantaba verlo. Después de unos minutos, entrábamos a mi apartamento que estaba en la calle del lado derecho del parque. Jugábamos ajedrez y el que perdía tenía que llamar a una chica del colegio y preguntarle cosas tontas.
Sólo con Gustavo podía ser yo mismo, el era de esas personas a las que puedes contar todo sin temor a que te juzguen. El era más que un amigo, era mi hermano. Cuando necesitaba un abrazo o un consejo, Gustavo era mi primera opción. La única razón por la que seguía vivo era él. Seguía vivo no por que yo lo deseara sino porque yo sabía que Gustavo tenía tantos o más problemas que yo y aún hacia le sonreía a la vida. Él era becado y vivía con sus abuelos, ellos eran excelentes personas que yo apreciaba con todo mi corazón. Tanto Gustavo como yo sabíamos que por más que quisiéramos detener el tiempo y conservar a los que más queríamos, él pronto quedaría sólo y yo sería su único apoyo.