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Encontré a Cruz en una tarde de conflicto. Fumaba en un bosque y observaba los dientes de un cráneo de animal. Pocos seres marginados como yo encuentran a un homónimo que esté dispuesto a abandonar su cómoda marginación. Cruz tenía las entrañas expuestas; en sus formas pude ver los augurios. Me estaba esperando para mostrarme los acertijos de mi destino.

En la noche hablé con él, aunque no encontré palabras mas allá de los saludos y la introducción a quién es uno y quién el otro y por qué conversábamos. Me dijo que lo que nunca dice se pelea con lo que fingimos no oír. Y el ruido de la pelea lo canaliza en cuentitos sin final. Quise decirle que era un espejismo, pero dejé que siguiera hablando.

Me dio la impresión de que se ahogaba en los mismos vasos que yo. Ahora tengo otro compañero de borracheras.

La guerra se acabó y yo la perdíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora