Metal

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Kiara se sintió privilegiada sentada en el primer piso del restaurante 58 Tour Eiffel y en compañía del experimentado y asombroso Nikolay Popov.

En ese momento no pudo decir mucho, estaba atónita y muy nerviosa. Todo a su alrededor era perfecto.

Tenía la barriga revuelta. No sabía sí era por la aventura ardiente que estaba viviendo o por la altura en la que se hallaba.

Kiara estaba enfrentando un sinfín de procesos con los que apenas podía lidiar. Todo estaba ocurriendo tan rápido que, aun le dificultaba aceptar que ya no era virgen.

Aunque muchas veces había imaginado esa primera vez como un acontecimiento catastrófico, había sucedido todo lo contrario y se hallaba tan feliz que se moría de ganas de disfrutarlo y celebrarlo.

Kiara se dejó llevar por ese hombre protector que la envolvía con sus brazos. Se hallaban en un lugar público, las conversaciones indistintas a su alrededor se lo decían, pero ella creía que estaba soñando.

Todo él la hacía soñar.

Cenaron charlando sobre su futuro. A Kiara aquella charla la hizo sentir aún más segura, porque sabía que podía confiar en él a ojos cerrados.

La cena se convirtió en un juego sensual para los dos. En cada oportunidad, sus asientos estuvieron más cercanos, también sus cuerpos, los que estaban atraídos como dos imanes de carga opuesta.

Llegaron a un punto en el que Kiara ya no pudo aguantar más. Sentía que iba a explotar y aunque era su primera noche a su lado sin juegos, Moxie, pinzas o cuerdas que la sometieran a él, tuvo la urgente necesidad de sentirlo con esa misma intensidad.

Se retiraron sonrientes, adormecidos por todo el vino que habían bebido y aunque Kiara pensó que regresarían al hotel, él agarró su mano y la llevó hasta otro elevador.

La muchacha se sorprendió cuando notó que el elevador no estaba descendiendo, sino, subiendo hasta los pisos finales.

—Nikolay... —susurró y se acercó a él para aferrarse de su cuerpo—. Dios mío —hipó excitada—. Esto es maravilloso.

Nikolay sonrió satisfecho al saber que la había sorprendido, más al ver su bonita sonrisa deslumbrándolo y disfrutó de abrazarla fuerte mientras viajaban hasta el mirador superior.

Bajaron juntos del elevador cuando llegaron al último piso de la torre y antes de que Kiara pudiera decir una pablara, buscando expresar todo eso que sentía dentro del pecho, todo su entorno se obscureció y un sorpresivo espectáculo de luces comenzó.

La joven se quedó anonadada en su puesto, para luego echarse a reír, llena de una energía que a él le devolvió un poquito más a la vida.

Buscaron la mejor vista y mientras admiraba las luces que encendían de forma sincronizada en toda la torre, Nikolay la abrazó.

Aun a más de doscientos metros de altura, Kiara se sintió segura entre sus brazos y buscó su boca para besarlo.

Él ya quería recorrer las calles de París y llevarla otra vez hasta el hotel, cerrar la puerta de su habitación y hacerla suya toda la noche.

El espectáculo de luces fue perfecto y Kiara tuvo una idea que sabía que haría su noche de ensueño.

—Quiero que me lleves a bailar.

Nikolay le miró con el ceño arrugado.

—¿A bailar? —preguntó sorprendido.

—Quiero que bailemos toda la noche y que en el amanecer hagamos el amor en el balcón de la habitación, frente a la torre Eiffel, como me lo prometiste —le dijo con dulzura.

Nik no pudo negarse a ella, a esa forma juvenil y natural en que lo jalaba a su mundo y antes de que la medianoche llegara, terminaron encerrados en una oscura y ruidosa discoteca.

Kiara halló libertad en el Salò Club y se dejó llevar por la sensual melodía que se oía esa noche, mientras se meció suave contra el cuerpo de su compañero.

El lugar estaba repleto y se sentía caluroso, pero disfrutan de su compañía pese a la clara diferencia de edad.

La jovencita se soltó después de tres copas de Kir y le bailó sensual durante el resto de la noche, conforme él se dedicó a disfrutar de sus provocadores roces.

A las tres de la madrugada los dos estaban ebrios de pasión y se quedaron sumergidos en su propio mundo, en una esquina oscura, disfrutando de sus besos y manoseos.

—¿Quieres regresar al hotel? —preguntó él sobre su boca y la cogió por el cabello, obligándola a que le mirara a la cara.

Aprovechó del momento para deslizar su mano bajo su vestido. Bien sabía que ella se hallaba con el periodo, pero nada le importó en ese momento tan ardoroso y le hundió el dedo corazón hasta el fondo.

Kiara solo pudo abrir la boca cuando lo tuvo adentro y tiritó entre sus brazos. Era la primera vez que recibía un dedo de esa forma y que fuera en un lugar público, hizo que todas esas sensaciones se multiplicaran y mejoraran.

—Por favor... —suplicó cuando el hombre lo movió en círculos en su interior y solo pudo clavarle los dedos y las uñas en los brazos musculosos—. Por favor... ¡Ahhh! —gimió fuerte.

Nikolay retiró el dedo de su interior con lentitud, rozando las encogidas paredes de su coño y lo notó húmedo. Se lo llevó a la boca y se lo chupó sin quietarle los ojos de encima.

La cara de Kiara se puso roja y se inundó de un calor que le dificultó la respiración. Ni hablar de su pobre e inhábil corazón, dio tumbos tan fuertes que el pecho le dolió.

No podía creer lo que acababa de ver. Se quedó sin palabras. No sabía qué pensar ni qué sentir. Se hallaba en una cuerda floja entre la repugnancia y la locura; entre fogosidad y nauseas.

Entendió mejor lo que sentía cuando Nikolay la tomó por la nuca otra vez y la besó con pasión en la boca, transmitiéndole el sabor metálico de su sangre.

El mejor compradorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora