LXII

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Nada más que silencio abundaba en ese consultorio. Nadie sabía; nadie tenía nada para decir.

En segundos, un montón de lágrimas salieron de los ojos de todos, exceptuando al pelinegro.
Ahora el de ojos grises sentía la necesidad de hablar para continuar sincerándose.

—Yo... ¡Lo siento! ¡Lo siento mucho! —cubrió sus ojos con sus manos—. ¡Y-yo no quería que me separaran de Ari!

—¿¡Y LA ÚNICA SOLUCIÓN QUE ENCONTRASTE FUE PROVOCAR UN ACCIDENTE!? —gritó enojada la pelicastaña.

—¡No quería provocar el accidente! —sus lágrimas se notaban cada vez más—. ¡S-solo quería que el carro no avanzara o arrancara!

—¿¡TE DAS CUENTA QUE POR TU CAPRICHO, ARI ESTÁ EN COMA!? —continuaba regañando Ela.

—¡Lo sé! ¿¡Crees que no me siento culpable!?

—¿Pueden por favor... Cerrar la boca todos? —pidió el de ojos cafés tapándose los oídos y agachando la cabeza, escondiendo su llanto—. N-no es fácil comprender todo.

—Apoyo a Andrés —enunció Lillian mientras limpiaba su rostro—. Déjenme a solas con Miguel, por favor.

Estando por salir, Trollino le dió unas palmadas en su espalda al rubio para alentarlo; hubo muchas emociones revueltas en esa confesión.

—A-antes de que llames a la policía, q-quiero despedirme de mis padres —tartamudeaba y temblaba—, p-porque seguramente pasaré mucho tiempo en prisión y...

—Miguel, Miguel... —le interrumpió ella—. No voy a hacer nada de eso, tranquilo.

—¿Q-qué? —levantó su cabeza para ver a la otra—. P-pero lo que hice f-fue intento de homicidio, ¿P-por qué...?

—Porque sigues siendo un aprendiz de la vida y no creo que sea justo el que te enseñen de una manera tan ruda.

—No, Lillian, sino aprendo así, ¿Cómo?

—Bueno —encendió su celular y abrió la aplicación para llamar—, ¿En serio quieres que les hable?

Era una decisión bastante complicada. Por una parte sabía que era lo justo para todos, pero por otro lado tenía el presentimiento de que no sería fácil pertenecer a ese lugar.

Su silencio dió la respuesta.

—Eso creí —dejó su aparato en su escritorio.

—Es que... No sé qué hacer, por eso confesé lo del accidente —bajó la mirada—. ¿Me podrías guiar, Lillian?

—Primero hay que hablar con ellos —señaló la especialista, observando hacia la puerta.

—Me van a matar —se desanimó Miguel.

—Por supuesto que no.

—O sea... No literalmente, pero al menos Ela no creo que quiera verme por un largo tiempo.

—¿Y Andrés? —inquirió la pelirroja, levantándose de su silla y yendo a abrir la entrada al consultorio.

No hubo respuesta para eso, ya que la mayor dejó entrar a los demás.

Daniela directamente fue hacia Mike y con sus dos manos lo tomó del cuello, apretándolo cada vez más.

—¡Ela, para! —hablaron Lillian y Trollino al mismo tiempo.

—¡NO! ¡ÉL DEBE PAGAR POR LO QUE HIZO!

—¡Lo sabemos, aunque esa no es la manera correcta! —la psicóloga trató de separarlos.

Mi Psicólogo (Mikerap)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora