𝟸.𝟾. 𝚈 𝚕𝚕𝚘𝚛𝚘.

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Aprieto la mano con fuerza para intentar detener lo inevitable.

Un segundo.

Cero.

Mi pene bombea como si tuviese el corazón escondido ahí abajo y noto que me mancho de un líquido pringoso.

Abro mucho la boca para respirar, obligándome a no emitir ningún gemido mientras me esfuerzo por recuperar la compostura.

Nani parpadea incrédulo.

—Lo siento. Pensaba que estabas durmiendo —le digo atropelladamente—. Te juro que lo siento mucho.

—¿Acabas de...? —Intercambia la mirada entre mis ojos y el pantalón de mi pijama, donde todavía formo una especie de bolsa con la mano—. Dime que no es lo que creo que es. Dime que no te has corrido.

—¡No! —No sé por qué le miento, es evidente que mi cara me acaba de delatar.

—Saca la mano, Win. —¿Que saque el qué?

—La mano. Enséñamela. La izquierda no, la derecha. ¡Enséñamela! — dice perdiendo la paciencia. Jamás había visto a Nani tan enfadado.

Saco mi mano y se la enseño.

El olor de mi semen, parecido al cloro, entra por mi cavidad nasal. Siento que la cara me arde.

Nani entrecierra los ojos mientras el líquido gelatinoso se desliza lentamente entre mis dedos y llega hasta la muñeca.

Giro mi mano para verlo yo también. Es de un color blanco humo.

Avergonzado, la escondo detrás de mi espalda.

—Perdóname. Es una guarrada lo que he hecho —le digo—. No me podía dormir. He venido al salón porque no quería despertarte y... Lo siento.

De verdad que creía que no te ibas a enterar.

—No vuelvas a usar mi ordenador sin mi permiso.

Su ordenador.

Me doy la vuelta y veo que el vídeo sigue reproduciéndose. Saco el USB a la fuerza y bajo la tapa. El corazón me late en la garganta.

—No lo haré. No usaré tu ordenador. Te lo prometo.

—Ya sabes dónde está el baño. Puedes ducharte si quieres —me dice, aunque suena más como una orden. Nani está enfadado, y no le falta razón —. Me vuelvo a la cama.

Se despide con un gesto, dejándome solo en una casa en la que ahora siento que no soy bienvenido.

Tengo la tentativa de asomarme a la ventana y arrojar el USB, recreando la escena de Titanic en la que Rose tira el Corazón del Mar al agua. Vale, acabo de comparar lo que podría etiquetarse como un vídeo porno casero con un diamante carísimo, pero si me diesen a elegir entre uno y otro, me quedaría con el USB. Así que tampoco tiene ningún sentido que me deshaga de él ahora.

Lo devuelvo al bolsillo del pantalón vaquero y me desnudo en el baño.

El chorro de agua fría cae sobre mi cabeza. Me froto bien las manos, ayudándome con las uñas para quitar el rastro de semen que aún se adhiere a mi piel. Después me enjabono el resto del cuerpo.

No dejo de pensar en por qué Bright me daría algo tan comprometido, de qué le serviría arriesgarse de esa forma.

Cierro los ojos y la fuerza del agua amansa mis emociones. Ahora solo tengo ganas de llorar, pero eso es bueno, significa que puedo concentrarme en una sola cosa. Y lloro. Lloro por Bright, porque lo echo de menos. Lloro por lo difícil y tóxica que era nuestra relación; lloro por lo fácil que parecía estando dentro de la habitación roja.

Sacarlo en forma de lágrimas me sienta genial, pero ese minuto de liberación, de guardia baja, también hace que el golpe me pille por sorpresa.

De nuevo, un fogonazo, otra imagen que impacta contra mi mente y con la que siento que se abre una trampilla bajo mis pies: en la mayor parte del vídeo Bright sale de espaldas, pero hay un momento en el que se gira y su cara queda capturada por la cámara.

La idea de que esa imagen se haya proyectado cuando estaba en el salón hace que se me revuelva el estómago.

Necesito hablar con Nani sobre lo que ha visto.

Los cuerpos de la habitacion roja. (Adap. BrightWin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora