CAPÍTULO 2: Secretos

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Lillian miraba por la ventanilla de su carruaje, viendo las hojas secas y marrones caer de los árboles. El otoño era su estación favorita. Lo que más le gustaba de ella eran los colores: verdes, amarillos, ocres, rojos... Y el marrón, ese hermoso marrón que teñía las calles y daba a todo un ambiente familiar y hogareño. El marrón de las hojas secas, el marrón de los troncos de los árboles... El marrón de los ojos de Anne.

Sacudió la cabeza para quitarse ese pensamiento de la mente. Hacía ya tres días que había conocido a Anne en la fiesta de los Bright, y se encontraba deseosa de verla de nuevo, aunque sabía que tardaría un tiempo en hacerlo. Londres era una ciudad grande, y ella era una chica ocupada.

Afuera del carruaje, el paisaje fue cambiando de la bulliciosa ciudad al campo y más tarde a la pequeña ciudad de York.

Lillian apoyó sus manos enguantadas sobre la falda de su vestido, que era de color violeta y con la falda llena de volantes. Su madre lo había encargado importar desde Francia como regalo de cumpleaños. Era ciertamente precioso.

Por fin, el carruaje se detuvo y pudieron bajar. Lillian observó maravillada la fachada de la casa de los Smith, que se alzaba en mitad de la calle acaparando toda la atención.

-Vamos, Lillian, camina -dijo su padre, llamando a la puerta de la casa.

Abrió el señor Smith, un hombre canoso que rondaba los cuarenta e iba vestido con un frac negro. Nada más verlo, Madre sonrió y corrió hacia él, atravesando en dos segundos el pequeño jardín.

-¡Thaddeus! -exclamó, rebosante de alegría-. Mi hermano, mi querido hermano. Cuánto tiempo sin verte.

-Demasiado.

Se abrazaron con fuerza.

-Ya deseaba que vinieras -dijo el señor Smith-. La mañana se me ha hecho eterna.

-Y a mí el viaje -rio Madre.

Se giró e hizo señas a su familia, que esperaba junto a la verja de entrada. Caminaron por el sendero de piedra hasta llegar junto a su madre.

-Estas son mis hijas, mis dos pequeñas. -Madre acarició el cabello oscuro de Rose, su hija menor.

-Sois preciosas -las alabó su tío. Después se giró hacia Madre-. ¿Qué edad tienen?

-Lillian, quince, aunque en unos meses serán dieciséis, y Rose cumplió hace poco ocho.

-Ya son señoritas -bromeó el señor Smith-. Bueno, basta ya de cháchara. Pasad, pasad, no os quedéis fuera, hace muy mal tiempo para eso. Se os servirá té y podréis calentaros.

Lillian entró detrás de su hermana menor y siguió a sus padres hasta un saloncito decorado con numerosos cuadros y candelabros.

-Por favor, sentaos -dijo la señora Smith con una sonrisa.

Padre se sentó en la butaca situada junto al fuego y sacó su pipa. Madre cogió a Rose de la mano y la guio a un sofá estampado con flores, en el que Lillian se sentó momentos después. El señor Smith había desaparecido de la habitación, dejando a la familia solos con su mujer.

-Nellie traerá el té en unos minutos -dijo la señora Smith, rompiendo el incómodo silencio.

No fue hasta que el té estuvo servido que regresó el señor Smith, llevando en la mano dos paquetes cuadrados. Al verlos, Rose abrió la boca con asombro y se puso en pie.

-¿Son regalos? -exclamó emocionada.

-Rose, siéntate -la reprendió Madre.

El señor Smith sonrió y dejó escapar una carcajada.

Lo que no sabíanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora