48

2.6K 176 39
                                        

LYDIA

Pasó otro día entero y Travis seguía desaparecido.

Anna no había dejado de presentarse en casa, de hecho, la segunda vez que vino se trajo consigo una pequeña maletita para dejarla en mi habitación. Nadie dijo nada, mis padres necesitaban toda la ayuda que pudieran conseguir y yo estaba contenta de tenerla a mi lado.

Agus acabó enterándose de todo. Yo preferí no estar delante cuando se lo contaron mis padres, pero me dijeron que se le cayó una lágrima. No sé si era cierto, al fin y al cabo mi hermano pequeño tenía menos sentimientos que un cactus reseco, pero me pareció tierno que me hicieran creer lo contrario. Sea como sea, lo que sí es verdad es que, desde entonces, su actitud hacia mí de pronto cambió radicalmente, no sé si era bueno o malo, pero decidí no darle vueltas, ya suficiente mareo tenía con todo lo mío.

Y entonces, antes de que cayera la noche, llegó la llamada que tan desesperadamente había estado esperando.

—Ly— su voz pesada al otro lado de la línea logró que todas mis terminaciones nerviosas se sacudieran. No sabía cuánto había echado de menos ese tono de voz.

—Travis, ¿qué...?

—Lo siento— se me adelantó— Perdón por haber desaparecido. Sé que me has llamado mil veces pero yo...— se le quebró la voz— lo siento.

Pero sus disculpas no me fueron suficientes.

—¿Qué ha pasado? ¿Dónde estabas? He llamado a todo el mundo, a Hugo, Monique, tu madre... Nadie sabía nada. ¿Dónde demonios estabas?

No sabía si enfadarme con él era lo más justo, creo que más bien estaba descargando todas las miles de sensaciones y sentimientos que había acumulado en la última semana y, aun así, no grité demasiado. Anna estaba detrás de mí, sentada en mi cama escuchando música, aunque por lo menos se había puesto los cascos para dejarnos algo de privacidad.

—Lo siento— repitió de nuevo. Se le notaba cansado pero no podía dejarlo pasar, necesitaba respuestas.

—No quiero que lo sientas, Travis, necesito que me lo expliques— le pedí, sentándome en el banco de la ventana. Irremediablemente mis ojos se posaron en la calle creo que con la esperanza de ver aparcada su moto enfrente, pero no había ni rastro.

—Lo haré, Ly, te lo juro, pero ahora no puedo.

No supe como tomarme eso. Llevaba una maldita semana esperando que volviera, que me diera una buena excusa de por qué se había esfumado y ni tan siquiera se molestaba en dármela. Joder, ni siquiera sabía por todo lo que había tenido que pasar.

—Mañana yo...— continuó— puedo ir a recogerte al salir de clase y...

—No voy a ir a clase— le corté secamente.

Se hizo el silencio durante unos segundos.

—¿No? ¿Y eso? Es miércoles, ¿no tienes...?

—Sí, sí que tengo pero no voy a ir— dije a la defensiva— Llevo sin ir desde hace casi siete días, pero claro, como estabas por ahí no te has enterado.

No sé qué pretendía con eso, sabía de sobra que él no tenía la culpa de nada y, aun así, no era capaz de parar. ¿Por qué siempre son las personas a las que más queremos a los que peor tratamos? No era justo, ni por él, ni por mí.

—Lydia, ¿qué ha pasado?— su voz cambió radicalmente, ahora estaba inmensamente preocupado y yo no aguanté más, juro que lo intenté pero no pude, me rompí ahí mismo, sobre ese banquito de la ventana, mirando una calle desierta y oscura, mientras escuchaba su respiración agitada al otro lado.

Y si llueve, petricorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora