No confíes en ojos cuyos reflejos son tu muerte.

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Persistí pasmada delante de la puerta y a la exposición de la comisura de sus labios que ascendían, la piel se me erizó y sentí un frío escalando los músculos de mi anatomía.

No tenía recuerdo de haberle contado sobre si Ellen estaba bien o carecía de salud, tampoco sobre lo que había ocurrido hace dos años y ni siquiera si tenía una hermana. Cass no sabía nada de mí, ni tenía porqué saberlo.

Entonces llegué a la deducción de que algo no iba bien. Me aterraba que solo había una manera de que él supiera si mi hermana estaba viva o muerta. Y cuando abrí los ojos reparé en que mi mano trepidaba sin soltar el mango del cuchillo del cual estaba segura que la punta de la hoja rozaba con la nuez en la parte frontal de su cuello.

No tenía las pruebas suficientes para matarlo o amenazarlo de muerte, esas eran las nefastas ideas que se arremolinaban en mi mente, solo planeaba asustarlo y que él dijera la verdad.

—Hazlo, ¿o a qué le temes?—volvió a sonreír con la boca cerrada y maldita sea, que bien se veía—. No hay nadie viéndote a excepción de mí, pequeña.

Que él se estuviera burlando en mi cara había servido para acumular suficiente sangre hervida y detonarla gritando en su maldito rostro.

—¡NO VUELVAS A LLAMARME ASÍ!—el pulso en mis manos perdió un ritmo, inhalar se estaba haciendo un reto y el furor que experimentaba en ese instante perdía el equilibrio— ¿¡QUÉ LE HICISTE A ELLEN!? ¿¡DÓNDE ESTÁ!?

Se rió. Era una carcajada de alegría como si aquello que había dicho se asemejaba al mejor chiste del mundo.

—Me agrada estar en compañía de una loca—frunció los labios, lo estaba detestando y la punzada en mi cabeza no se detenía. Solo necesitaba un movimiento y acababa con su miserable vida, pero si él tenía a Ellen y lo asesinaba nunca iba a obtener la respuesta de su paradero. Y luego retrocedí la mano cuando lo volví a escuchar: —Nunca dije que le hice algo a tu hermana. Tampoco sé dónde está.

Cogí otro poco de aire en mis pulmones, me costaba admitir su confesión imprevisible y escupí al instante con un tono de voz más sereno:

—¡No mientas! Dijiste que me darías la posibilidad de saber si está viva o muerta—sostuve sus ojos con una mirada acusica—. ¿Y si no sabes dónde está cómo pensabas darme esa posibilidad?

La rabia se me estaba saliendo de las manos, tan malditamente sólida que incomodaba en mis iris y era evidente, faltaba poco para que terminara llorando.

—Yo no te la daré, ellos lo harán. Yo solo te ayudaré a ganártela.

Quizás no había escuchado bien, pero si sí lo había hecho, ¿a qué se refería con ellos?

—¿Qué?—fruncí el ceño.

—Sí, pero quiero que sepas que no será fácil—la sonrisa tuvo una pizca de debilidad en sus labios y su voz se tornó seria—. Solo es si acepta...

—¡Cass!—entornó su atención completamente en mí después de cerrar los ojos y suspirar, yo también tomé aire— No entiendo nada, ¿quiénes son ″ellos″?—hizo un mohín, no tenía culpa de que el imbécil no supiera explicarse—. ¿Y qué tengo que aceptar?

Llevó sus iris desde mi vista hasta el espacio libre a su lado.

—¿Puedes sentarte?—leyó la duda en mi gesto—. Tranquila, no tienes que soltar el cuchillo para eso.

Volvió con el tono de burla y antes de tomar el puesto a su lado retrocedí y solté el cuchillo sin evitar el enlazamiento de nuestras miradas. Él sonrió otra vez de boca cerrada cuando el cuchillo cayó al suelo y mis ojos descendieron magnéticamente en el movimiento sinuoso de sus labios.

CASS don't let it outDonde viven las historias. Descúbrelo ahora