2.31. 𝚃𝚞́ 𝚗𝚘 𝚎𝚛𝚎𝚜 𝚖𝚒 𝚑𝚎𝚛𝚖𝚊𝚗𝚘.

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Bright pone su mano encima de la mía para amansar los temblores.
—Eh, eh... No pasa nada, ¿vale? —dice con cuidado—. Mierda.
Perdón por no contártelo desde el principio.
—No, está bien. Entiendo que hayas preferido esperar un poco.
Fuerza una sonrisa en señal de agradecimiento.
—Tengo miedo, Bright —digo mirándole a los ojos.
—Y yo. Yo también tengo miedo. —Coge aire y lo expulsa—. Estoy cagado.
Le doy la carta. No quiero seguir sujetándola porque me abrasa la piel.
—La frase que me has escrito en la espalda antes...
—Los cuerpos de las últimas veces.
—Sí.
—¿Qué pasa con eso?
—Creo... creo que ahí está la clave de todo. Es nuestra oportunidad.
—¿Eh?
—Piénsalo, Win. Desde que sabemos que podemos ser hermanos nos hemos estado limitando muchísimo por rayadas mentales. Nunca hemos llegado a disfrutar al máximo del tiempo que teníamos. No hemos disfrutado del presente, de nosotros..., y todo por algo que no sabíamos si iba a ser de una manera u otra.
—Pero el tiempo se nos ha acabado.
—No, no. Espera. Aún no lo sabemos. Tenemos la respuesta dentro de esta carta, de acuerdo, pero la decisión de abrirla o no sigue siendo nuestra.
Lo miro a los ojos.
—¿Me estás diciendo que no quieres abrirla?
—¡No! No, claro que no. Lo que digo es que... —Se frota la cara con las manos—. Joder, imagínate que en esa carta pone que tú y yo somos... eso. —Traga saliva, como si se le atascara la palabra «hermanos»—. Esta es nuestra oportunidad para decidir con qué recuerdo nos vamos a quedar de la relación que hemos vivido. Es cierto que no podemos decidir nuestro futuro, pero sí podemos escribir nuestro propio final.
El corazón me bombea con fuerza dentro del pecho.
—Bright...
—Escúchame, por favor. Después de todo lo que hemos pasado, creo que nos merecemos por lo menos eso. Follar sin pensar en las consecuencias que pueda tener para nosotros. Sin tratar de ponerle un nombre. Olvidándonos de lo que es o no es correcto. Dejando a un lado todas esas putas rayadas que nos hacen sentir como una mierda. Hacernos el amor sin pensar que pueda ser nuestra última vez, pero aprovechándola como si el mundo se fuera a acabar mañana.
Bright me sonríe, aunque sé que sigue muy nervioso porque sus dedos no dejan de toquetear la carta.
—Eso, Win, es lo que quiero. —Se encoge de hombros—. Pero las cosas del amor solo funcionan si quieren las dos partes.
Asiento.
—Tienes razón.
Mis palabras avivan su deseo de poseerme. Lo veo en sus ojos: las ganas, el fuego, la lujuria, el morbo..., todas esas emociones que intenta mantener dormidas despertándose a la vez, y él dándoles permiso para salir y dejarse llevar. Siento que yo también lo hago. Que un hilo invisible nos conecta y hace que sus ganas contagien las mías hasta que el calor que se concentra en mi entrepierna termina siendo insoportable. La tela del pantalón me aprieta dolorosamente.
Bright da un paso hacia delante. Deja caer la carta al suelo y me mira de arriba abajo.
Las yemas de sus dedos se deslizan desde la altura de mi hombro y van bajando por la zona abdominal, rodean el costado y siguen su camino hasta llegar a una de mis nalgas. La estruja clavándome sus dedos y de mi garganta escapa un gemido ahogado.
—Te voy a meter hasta el último centímetro de mi polla.
Su tono firme y rotundo hace que quiera entregarme a él por completo. Primero empujo todos mis miedos hacia un rincón oscuro de mi mente. El siguiente al que empujo es a Bright. Él abre los ojos sorprendido por mi violencia, pero no le da tiempo a reaccionar, pierde el equilibrio y sus rodillas se doblan en el borde del colchón. Acaba cayendo de culo sobre la cama. Se impulsa con las manos hacia atrás para colocarse en el centro, sin perder ese brillo de excitación en su mirada de lobo.
—Ponte encima —me ordena con voz ronca.
Me subo a horcajadas sobre él.
Bright sonríe canalla. Su mano vuela hasta mi nuca y tira atrayéndome a su boca, aunque se detiene a escasos centímetros. Sus labios entreabiertos me esperan húmedos y apetecibles. Intento seguir bajando, pero él me sujeta de tal forma que apenas puedo mover la cabeza. Ni siquiera alcanzo a rozar la superficie de sus labios con la punta de mi lengua.
—¿Cuánto deseas besarme ahora mismo?
El tono juguetón de su pregunta me pone muy cachondo.
—Ya lo sabes...
—Quiero escucharlo.
Hago un nuevo intento. Cuando parece que por fin lo voy a conseguir, gira su cara y le planto el beso en la mejilla.
—No seas malo —gimo impaciente sobre su piel.
Vuelve a agarrarme por la nuca, levantándome la cabeza desde atrás unos centímetros. Apoyo mis manos sobre su pecho. Tiene el cuerpo tan caliente que parece que la ropa vaya a fundirse con su piel.
—Déjame besarte —le suplico.
Bright esboza una sonrisa casi diabólica. Está disfrutando viendo cómo lucho por acortar la distancia entre los dos, pero la tensión en los músculos de su mandíbula y el brillo de sus ojos lo delatan. Se está conteniendo aunque se muera de ganas de comerme tanto como yo a él.
—¿Cuánto lo deseas? —insiste.
Su mano sigue sujetándome desde atrás, como cuando un león se lleva a su cría agarrándola por el cuello.
—Lo deseo muchísimo —jadeo desesperado.
Suelta mi nuca y deja que mis labios se sellen con los suyos. Por fin.
Aquello es parecido a una explosión de calor. Su boca se enciende con la mía, le pellizco los pezones por encima de la tela y lo oigo gruñir. Mi lengua reclama la suya para dedicarle la atención que se merece. Primero le doy un lametazo por encima, otro en cada lado, después le doy un repaso a la parte inferior y entonces empiezo a hacer círculos pequeños dentro de su boca.
Tengo la sensación de que nunca podré dejar de besarle. Cada segundo que pasa me hago más adicto a él y necesito sentirlo de una forma más completa.
Le meto la lengua hasta el fondo, chocando con la suya, llenándonos de saliva. Mordisqueo su labio inferior, atrapándolo con los dientes y tirando con delicadeza para luego liberarlo y volver a por él. Este nuevo tirón es más intenso, lo suficiente como para coquetear con el dolor y hacer que Bright emita una especie de ronroneo cuando lo suelto. Deslizo la punta de mi lengua por la zona enrojecida e hinchada, como remedio natural para calmar el escozor antes de ir a por más.
Le estoy follando con la boca.
Insaciable, inclino la cabeza para ahondar más en ese beso. Bright pasa las manos por debajo de mi camiseta y me aprieta contra él. Me encanta notar el latido de su corazón. Muevo mi lengua más rápido que antes, acariciando la suya salvajemente.
Recibo un azote.
—Ah...
Otro azote.
Me pica. Me vuelve loco.
El bulto de su entrepierna cambia de tamaño y ya no puedo ignorar el hecho de estar sentado encima de su polla. Comienzo a frotarme contra su erección, restregándome adelante y atrás. La respiración de Bright se hace más intensa. Su aliento choca en mi garganta y veo que le tiemblan los labios.
Me agarro a la almohada poniendo una mano a cada lado de su cabeza y empujo hacia abajo. Noto que algo hipermasculino se aprieta en mi abertura.
Jadeo frustrado. Que nuestra ropa se interponga entre nosotros hace que la experiencia sea insuficiente. Estoy ansioso por tenerlo dentro de mí.
Bright vuelve a besarme. Sube la cadera hacia arriba, presionando todo lo que puede su erección contra mis nalgas. Con ese gesto parece decirme:
«¿Ves lo que consigues cuando juegas con fuego? Me la has puesto como una piedra, Win, espero que encuentres la manera de hacerle sitio porque voy a clavártela hasta que grites mi puto nombre».
Sus dientes tiran de mi labio inferior y vuelve a empujar su cadera hacia arriba. El beso no puede ser más caliente y húmedo. Me está devorando como nunca lo ha hecho, lamiéndome incansablemente como si de un segundo a otro fuese a desaparecer. Hundo los dedos en su pelo y estiro con suavidad.
Bright responde con un gemido.
Me separo de él y respiro entrecortadamente. Los dos estamos empapados de sudor.
—Desnúdame —le ordeno.
Extiendo los brazos, inclinándome hacia él para que pueda quitarme la camiseta. Después echa la espalda unos centímetros hacia delante para que yo pueda quitarle la suya antes de que se vuelva a dejar caer sobre el colchón.
Sus costillas se expanden al respirar. Las gotitas de sudor se reparten por su vientre y lucen con un brillo dorado. Me levanto y me desplazo hacia atrás, de modo que ahora cuando me inclino mis besos alcanzan sus abdominales.
Reparto varios en cada uno de ellos, doy otro en su ombligo y le pego un mordisquito en el costado. Bright se encoge porque le hago cosquillas, pero vuelve a relajarse al ver que mis manos se mueven rápidas sobre los botones de su bragueta. Se los termino de desabrochar y tiro de su pantalón hacia abajo. Él hace una pequeña elevación de cadera para ayudarme a quitárselos, porque si no es imposible. Todavía tiene el bóxer puesto, pero el calor que emana su miembro viril es impresionante.
Hundo la nariz sobre la fina tela, empapándome de su delicioso aroma. Le acaricio la polla por encima. Sus piernas se ponen rígidas en cuanto cambio mi mano por mis labios. Lo escucho maldecir. Noto su carne apretándose en mi boca.
— Joder... joder..., quítame los putos calzoncillos... —me pide, porque ha intentado bajárselos pero le he agarrado por las muñecas, impidiéndoselo como él antes me ha impedido a mí que lo besara.
Estoy devolviéndole el favor. Torturándolo.
—¿Cuánto deseas que te la coma?
Su polla palpita instintivamente.
— Pfff... Mucho. —Prueba a bajárselos de nuevo, no puede—.
¡Muchísimo!
—dice más nervioso.
Noto que empiezo a producir más saliva, se me hace la boca agua.
No. Todavía no. Antes quiero hacerlo sufrir un poquito más.
Bright parece leerme la mente, porque se pone muy tenso:
—Trágatela entera. Vamos. Hazlo.
—¿Eso quieres?
Asiente con la cabeza.
—Por favor.
Meto el dedo índice por debajo de la tira de su bóxer.
—Sí, eso es, eso es, cariño. Mi polla es tuya.
Bajo el bóxer despacio, sin prisa, viendo cómo su rabo lucha por liberarse mientras yo alargo el momento para volverlo aún más loco.
—Necesito... que... me... la... comas. —Después de cada palabra hace una pequeña y temblorosa respiración.
La tira del bóxer ahora lo aprieta por la cabeza. Solo me queda destapar esa parte para que esté fuera del todo, mis dedos bajan dos centímetros y...
¡Madre mía! Su polla sale disparada con tanta fuerza que se oye un sonido hueco al golpear su vientre.
Desde la punta le cae un hilo transparente de líquido preseminal. La cojo con la mano. Suave y dura. Empiezo a hacer movimientos lentos mientras se la chupo como si fuera un helado. Mi lengua lo acaricia en todas las direcciones, sin dejar un solo centímetro de piel sin llenar de saliva. Está tan mojada que mi mano resbala sobre su tronco.
—Un segundo —dice, elevando de nuevo la cadera para bajarse el bóxer hasta las rodillas.
Se lo termino de quitar, pasándolo por los pies, y vuelvo a la carga.
Acerco mis labios a la punta, la beso con mimo y la aparto con cuidado para tener sus huevos a mi alcance. Su cuerpo se pone rígido. Paso la lengua con cuidado por esa zona tan sensible. Como parece que le gusta, decido meterme sus pelotas en la boca. Sus muslos dan una pequeña sacudida. Las saco con cuidado y, entonces sí, empiezo a hacerle una mamada en condiciones.
Mi cabeza sube y baja sobre su polla. Bright me agarra del pelo y marca el ritmo, cada vez más frenético e intenso. Cuando creo que ya no puedo respirar, se clava dentro de mi garganta. Sufro una primera arcada. Me lloran los ojos. Tomo aire antes de volver a por ella. Doy largos lametazos y la saboreo. Lo único que busco es su placer, así que se la sigo chupando como sé que a él le gusta, insistiendo en masturbarlo mientras mi lengua se concentra en la punta.
—Win, para.
Trazo círculos y después me la meto dentro de nuevo.
— Joder.
Aprieto mis labios alrededor de su tronco y succiono.
—Vas a hacer que me corra...
Su polla es como una antorcha encendida, tan caliente que siento que la lengua me arde.
—Me corro de verdad. En serio, para.
Levanta la cabeza para mirarme. Me saco su rabo y sonrío, consciente de que está a punto de alcanzar el clímax y que si vuelvo a chuparlo no resistirá una nueva oleada de placer.
Lo agarro de la base y agito su miembro contra mi mejilla, dándome pequeños golpes. Está tan duro que parece mentira que luego vaya a ponerse blando.
—Win...
Su polla desaparece en mi boca.
Bright hunde la cabeza en la almohada y suelta un ronco gemido. Es entonces cuando un chorro de semen inagotable me explota dentro. Su sabor es intensamente amargo y salado, pero estoy tan excitado que solo me apetece tragar y tragar.
— Oh... oh... sí... —grita loco de placer.
Le sigo masturbando con los labios, moviendo la cabeza arriba y abajo, tratando de exprimirle hasta la última gota de su delicioso semen.
Solo me paro cuando noto que su pene ha dejado de bombear.
—¿Te lo has tragado?
—Entero.
Bright se incorpora levantando la espalda.
—Ven, te ha quedado un poco aquí.
Lleva el pulgar a mi comisura y recoge una sustancia cremosa que arrastra hasta mi lengua. Hace lo mismo con la otra, limpiándome.
Al terminar, su espalda vuelve a caer pesadamente en el colchón, como si se hubiese quedado sin pilas. Trago por última vez. El sabor de su semen se queda impregnado en mi paladar. Creía que después de esto iba a querer lavarme los dientes, en cambio, lo que quiero es que Bright vuelva a correrse en mi boca, que me dispare con un chorro espeso y caliente.
Me tumbo a su izquierda y apoyo mi frente en su hombro. Su humedad hace que mi pelo se empape de sudor, que los mechones sueltos que caen sobre mi frente se aplasten y queden pegados a mi piel. El corazón de Bright late desbocado. Me acaricia el brazo con la yema de su dedo índice, dibujando suaves y lentas líneas mientras lucha por recuperar el aliento. Su respiración se va haciendo sosegada. Soy dolorosamente consciente de que mi cuerpo aún no se ha corrido, que está esperando su turno para que me baje los pantalones y me masturbe con violencia hasta echarlo todo.
Bright coge mi mentón para que lo mire. Sonríe antes de besarme la nariz.
—La comes de lujo.
Le devuelvo la sonrisa. El siguiente beso me lo da en los labios. Al principio es lento y no parece que vaya a ir a mayores, pero entonces sus dientes me pellizcan ejerciendo fuerza, dejando muy claro que él también tiene ganas de más. El beso pasa de ser inocente a hacerse profundo y salvaje.
Su boca hambrienta toma la mía, gimo cuando veo que intenta quitarme el pantalón y el calzoncillo. Elevo la cadera con urgencia para sacármelo por los pies. Lo tiro dándole una patada. Nada más quedarme desnudo, Bright se lanza sobre mí. Jadeo con los labios entreabiertos mientras él se sujeta apoyando los brazos a cada lado de mi hombro.
Sus ojos adquieren una semioscuridad peligrosa.
—No te imaginas las ganas que tengo de follarte.
«Te acabas de correr.»
Pero entonces Bright se levanta poniéndose de rodillas y me enseña con orgullo lo enorme que sigue su polla.
Joder. Se le marcan todas las venas alrededor del tronco. Tiene la punta enrojecida y el ansia por volver a chupársela hace que intente moverme.
Bright, por instinto, se sienta sobre mi entrepierna para sujetarme y que no me pueda girar. Los dos nos quedamos quietos. Es la primera vez que noto mi polla apretarse en el culo de Bright. Él abre mucho los ojos, sorprendido por el contacto, pero no se retira. Se queda ahí, sentado sobre mi miembro mientras noto una agradable presión. De pronto me muero de ganas por metérsela y él se da cuenta.
—No —dice tajante.
Me muerdo el labio reprimiendo una sonrisa.
—Un poco...
—Que no —repite.
Se levanta de un salto y se tumba boca arriba, a mi derecha. —Mi culo es un templo sagrado.
—Haré la señal de la cruz antes de entrar —digo con sorna.
—Win. —Me fulmina con la mirada.
—Vamos. Un poco. Solo la puntita.
—Ni puntita ni hostias.
Me incorporo acercándome a su cadera.
— Chsss. ¿Adónde vas tú?
Se pone una mano debajo de los huevos, haciendo de tapón.
Es imposible no reírme después de ver que la erección se le ha bajado de golpe.
—Vuelve a tu sitio —me pide.
—Por lo menos pruébalo —digo con tono conciliador.
Cierra los ojos un momento.
—Es que... sé que me va a doler.
Su voz ha perdido la firmeza de antes. Bien. Significa que se lo está pensando.
—Te prometo que tendré cuidado. Muchísimo cuidado.
Lo oigo resoplar.
Lo tengo en el bote, está casi convencido.
—En cuanto te diga que pares, lo dejamos.
Asiento automáticamente.
—Vale.
Chasquea la lengua y retira la mano con la que se tapaba.
—No me creo que vaya a hacer esto... —dice para sí mismo.
El miedo a que cambie de opinión hace que me abalance a sus piernas. Las levanto tirando de sus tobillos y las dejo encima de mis hombros. Su cuerpo vuelve a ponerse rígido en cuanto deslizo la punta de mi lengua por sus huevos.
—Pásame una almohada.
Lo hace. La doblo por la mitad y entonces le pido con un gesto que levante el culo para que pueda ponérsela debajo. Se sienta sobre ella y su ano queda completamente expuesto. Tengo el ángulo que buscaba, pero Bright se siente demasiado vulnerable como para poder disfrutar de esta experiencia nueva.
Necesito conseguir que deje de pensar que va a ser desagradable si quiero que esto funcione.
Para no asustarlo, vuelvo a pasar mi lengua solo por sus huevos. Chupo uno y después el otro, igual que antes. Juego con ellos hasta que su polla empieza a ponerse morcillona, aunque sigue sin estar despierta del todo.
—De momento solo te chuparé —le aviso para que se relaje.
Apoyo la frente debajo de sus pelotas y doy un primer lametón. El músculo de su ano se contrae. Chupo de nuevo. No dice nada, ni que le gusta ni que no. Pruebo a frotar mi lengua con más ganas, chupándole de arriba abajo, insistiendo en esa zona tan íntima hasta que noto que su ano se abre y se cierra sobre mi boca.
Está nervioso. Lo sé por lo mucho que le sudan y tiemblan las piernas.
Me asomo para ver su expresión.
—Intenta relajarte.
—No puedo relajarme —bufa—. Me la vas a intentar meter por el culo.
—Primero te voy a dilatar. Tranquilo. Saldrá bien.
Se lleva las manos a los ojos y se los frota.
Me inclino recuperando la posición de antes, repartiendo húmedos y lentos besos. Trazo varios círculos alrededor de su abertura hasta que me decido a clavarle la punta de mi lengua.
Bright retiene la respiración.
Aprieto mi rostro contra sus nalgas, hundiendo la lengua todo lo que puedo.
—Win.
Sus muslos se ponen rígidos.
Saco la lengua, le chupo por encima y vuelvo a intentar meterle la punta.
Me encanta descubrir que su ano no opone resistencia alguna, sino que se abre para dejarme entrar. Le doy profundas lengüetadas, insistiendo una y otra vez mientras lo oigo jadear tímidamente. Le está gustando. Escuchar su reacción hace que me lo quiera comer vivo. Mi lengua se mueve descontrolada y sus jadeos se convierten en gritos de placer.
—Voy a meterte un dedo —le aviso.
No recibo respuesta. Todo su cuerpo se mantiene en tensión.
—Lubricante —le pido con seguridad.
—Eh... Mierda, está en la mochila.
Me levanto ágil y busco en los bolsillos hasta encontrarlo en uno de los laterales. Vuelvo a subirme a la cama. Bright mira con atención cada uno de mis movimientos. Le guiño un ojo al darle la vuelta al bote y apretar. Mis dedos se cubren de lubricante. Cierro el bote y lo dejo a un lado.
—Esto no es una buena idea.
—Bright, tranquilo, ¿vale? Tendré cuidado.
—Vale, sí.
El miedo se refleja en sus grandes ojos azules. Es su primera vez y sé que al principio le va a costar. Quiero que le duela lo menos posible.
Le acaricio con el dedo y hago una penetración superficial.
Sus manos se agarran a las sábanas, estrujándolas hasta que los nudillos se le ponen blancos.
—Joder, joder.
Presiono unos centímetros más adentro.
—Esto no es una buena idea. Esto no es una...
Se lo termino de meter.
— Ah...
Dejo el dedo ahí, sin sacarlo.
—¿Qué tal?
Su pecho se ensancha.
—Tampoco es tan horrible.
Sonrío.
—Oye, si quieres paro...
—¡No! —Se da cuenta de que lo ha dicho muy alto—. No —repite—.
Prueba... prueba con otro más.
Enarco una ceja y él se ruboriza.
—Que no es que me guste, ¿eh? —trata de retractarse—. Yo lo hago porque tú me lo has pedido. A mí esto no me va. ¿Sabes lo que te quiero decir?
Doblo y giro el dedo en su interior.
Bright echa la cabeza hacia atrás y gime descontrolado.
—¡Aaah...!
Mi sonrisa se hace más grande.
—Sé lo que me quieres decir —le digo metiéndole otro dedo.
—¡Dios...!
Juego con su abertura hasta que creo dejarla lo suficientemente abierta como para poder introducirle algo más grande. Para estar seguro, hago una última penetración con tres dedos. Los muevo en su interior, separándolos.
Espero unos segundos en los que también los hago girar, luego los saco y acerco a su palpitante ano la punta de mi polla. Esta vez hago una penetración suave, tan solo uno o dos centímetros. Bright me mira respirando por la boca.
—¿Duele?
—De momento no. Creo que no.
—Bien.
Intento empujar un poco más y veo que su boca se cierra y se le mueve un músculo de la mandíbula.
—¿Te ha dolido ahora?
—No. Pero ve despacio.
—Sí.
Muevo la cadera. Noto cómo su piel blanda y caliente se estira para hacerme sitio.
El problema de haberle estado follando antes con los dedos es que le he echado tanto lubricante que ahora casi tengo que vigilar para que mi polla no se hunda sola hasta el fondo.
Me deslizo con cuidado, tal y como le he prometido.
—Me gusta...
Sus pies se retuercen de placer.
—¿Me das permiso para que...? —Hazlo, Win.
Se la meto entera. Bright ahoga un gemido mientras yo la saco y vuelvo a empujar, clavándome todo lo que puedo. La sensación es tan agradable que tengo que cerrar los ojos.
—Maldita sea —me quejo.
—¿Eh?
—Nada. Que estás tan apretado que no voy a aguantar ni un minuto.
Empiezo a follarlo sin piedad.
Mi polla se frota dentro de él. Lo empalo rítmicamente, manteniendo el contacto visual, disfrutando de lo completo que te hace sentir hacer el amor con la persona de la que te has enamorado. No quiero olvidarme de esto. No quiero hacerlo con nadie más. Necesito seguir follando con Bright, porque solo con él siento que el sexo es sexo en toda su plenitud.
Entro y salgo con más rabia.
—Sí... Win... Eso es...
Sus piernas se sacuden sobre mis hombros.
—Ah... Ah... Aaah...
Su abertura succiona mi polla como si no la quisiera soltar.
—Medio minuto —le aviso.
El sudor de mi frente cae sobre su abdomen.
—No, no... Aguanta para mí...
—Me corro. Lo siento. Me corro.
—Ni de coña —dice.
Bright se impulsa con las manos hacia el cabecero y mi polla sale de su culo como si hubiera descorchado una botella.
Un intenso y doloroso cosquilleo se concentra a lo largo de mi rabo. El líquido preseminal sale por la punta, pero la repentina interrupción y el frío que se siente al dejar de estar dentro del cuerpo de Bright lo cambia todo.
Ha sido como llegar al límite del orgasmo y no poder saltar.
—No te has corrido —celebra él.
No entiendo su entusiasmo hasta que veo lo dura que la tiene. Se levanta colocándose detrás de mí y me empuja hacia delante para que caiga boca abajo. Miro por encima de mi hombro y me lo encuentro buscando el bote.
Luego me separa las nalgas con la mano izquierda y con la derecha lo aprieta, dejando que una masa pringosa y helada cubra el anillo de mi abertura.
Mete un dedo con cuidado, lo dobla y lo hace girar cuando cree que no me va a doler y después introduce un segundo dedo. Sé que intenta dilatarme despacio, pero necesito desprenderme de este calor, sacarlo como sea fuera de mi cuerpo para que deje de quemarme dentro de la piel.
—Fóllame.
—Pero, Win...
—¡Fóllame ya!
Vacila un segundo. Al final hunde la cabeza de su polla, aunque no es suficiente. Mi cadera se mueve inquieta, buscándolo. La subo echándola hacia atrás para encajarla con su pelvis. El lubricante hace su función. Noto que algo con forma de tubo me abre por completo y amenaza con partirme por la mitad.
Bright suelta un grito animal. La bestia ha despertado.
—A cuatro patas —dice.
Me coloca como él quiere. Una de sus manos se engancha a mi hombro, la otra tira de mi pelo y hace que eche la cabeza hacia atrás con una punzada de dolor. Su polla empieza a clavarse deliciosamente, acertando a dar en la diana de placer que me lleva a otro mundo. El cosquilleo que revoloteaba en mi sexo se reactiva, preparándose para explotar en cualquier momento. Lo único que veo es el cabecero de la cama, pero escuchar el sonido seco con el que Bright entra y sale de mí hace que me vuelva loco.
—Más fuerte..., más fuerte... —le pido entre jadeos.
Obedece mis exigencias, follándome todo lo brusco que puede.
Muerdo la almohada para no chillar.
—Ufff... Ah... Cabrón...
Trato de masturbarme, pero Bright me agarra de la muñeca.
—Sin manos. Córrete sin manos.
Los engranajes de mi intimidad van a toda máquina.
Cinco...
Estoy a punto de alcanzar el cielo.
Cuatro...
Mi espalda se arquea.
Tres...
Bright saca su polla y me deja un vacío enorme.
—¡¡No!! —Mi frustración se hace casi tangible.
Veo que se tumba boca arriba sobre la cama y me ordena:
—Sácame toda la leche.
Me subo a horcajadas sobre él y me muerdo el labio del gusto al meterme su polla dentro.
Subo la cadera despacio, notando cada uno de los centímetros de su tronco acariciando mi abertura. Bajo con fuerza hasta colisionar con su pelvis. Mi pene cae como un látigo sobre su abdomen y las pupilas de Bright se dilatan, como si no estuviera preparado para soportar tanto placer.
Vuelvo a subir deslizándome hacia arriba. El lubricante y nuestra propia humedad hacen que el movimiento sea más fácil. Bajo con violencia. Sus manos se aprietan en mi culo, estrujándolo.
Tenso los muslos al levantarme y, cuando solo tengo dentro la punta de su rabo, bajo de nuevo hasta el fondo.
—Tu culo es una locura...
Cabalgo sin ningún tipo de pudor, apretándome sobre su polla arriba y abajo mientras la mía choca una y otra vez en su ombligo. El sudor que nos empapa ya es como nuestra segunda piel. Yo lo sigo follando, acercándome con impaciencia al esperado final.
—¡Aaah...!
Bright grita al correrse dentro de mí. Su polla me dispara ardientes chorros.
Le hinco las uñas en los pectorales y muevo en círculos la cadera, buscando lo que necesito para correrme yo también. Dios mío. Está expulsando tanto semen que noto que se derrama por los lados con cada nueva fricción. Mis nalgas se manchan de esa sustancia tan cremosa y al golpear contra sus muslos suena como un chapoteo. Splash, splash, splash...
Consigo correrme sin usar las manos. El primer chorro le da en la frente. El segundo, en el labio superior y la nariz. El tercero, en la nuez.
Me saco su pene con una mueca de dolor y me echo a un lado. Las sábanas están húmedas por nuestra culpa.
Bright me besa antes de cerrar los ojos y abandonarse.
Los haces de luz se filtran con tanta fuerza por las cortinas que es imposible no despertarse. Estoy en el lado donde Bright ha dormido, pero él ya no está aquí. Aparto las sábanas y el aire se llena de un perfume cargado de sexo y sudor. En lugar de excitarme, me sorprende el retorcijón que noto en el estómago, como si tuviera ganas de vomitar. Me masajeo los intestinos clavándome los dedos y moviéndolos despacio, buscando la forma de que todo vuelva a su sitio.
Al salir a la terraza el sol me recibe golpeándome de lleno. Uso mi mano para protegerme mientras dirijo la mirada hacia la piscina. Bright está haciendo largos. Nada hasta un extremo y al llegar se da la vuelta y se impulsa con los pies. Los músculos de sus brazos se tensan en cada brazada y me viene un fogonazo de su cuerpo entrando en el mío; después el fogonazo cambia y esa misma tensión pasa a recordarme una goma elástica a punto de romperse, aferrándose a los últimos hilillos que la mantienen en una pieza. Esa goma elástica, por supuesto, somos nosotros estirando nuestro propio final.
El agua brilla como si tuviese escamas. La hierba del césped luce un verde intenso. Bajo y me quedo observándolo con una taza de café en la mano; en cambio, cuando sale de la piscina siento que tengo que esconderme.
Él me ve, aunque no dice nada. También intenta evitarme.
Los dos estamos abducidos por nuestros pensamientos. Ayer no cumplimos el trato. Teníamos que abrir la carta, pero esta sigue esperándonos en la habitación de arriba.
Vuelvo a pensar en la goma elástica.
Después de cenar, cuando la noche se hace negra, ya no soporto tanta presión y al final le suelto:
—Necesito saberlo. No aguanto más.
—Ni yo. Llevo rayado todo el puto día.
Subimos a la habitación. Me agacho para recoger la carta del suelo y sufro un golpe de vértigo. Mis dedos se mueven temblorosos rasgando el maldito sobre.
—Estamos juntos en esto. —Bright apoya una mano en mi hombro—.
Todo va a salir bien.
Nos miramos y asiento despacio con la cabeza.
—Juntos —repito en voz baja.
Saco el papel que viene en su interior y lo primero que veo es el logotipo de la clínica. Me entran ganas de volver a guardarlo dentro, dar marcha atrás.
Pero no puedo. Ya hemos esperado demasiado y debemos enfrentarnos a lo que venga, nos guste o no.
Trago con dificultad mientras lo desdoblo. Allá vamos.
Retengo la respiración e intento leer lo que pone, pero estoy tan nervioso que solo puedo pensar en lo negras y agresivas que se ven las letras, en la fuerza con la que brillan sobre el papel, en que parecen estirarse para arañarme los ojos. Los cierro un segundo y vuelvo a empezar. Mi mirada se desliza inquieta en cada línea, saltando de una a otra y confiando dar con algo que le haga detenerse. Solo me interesa conocer el resultado final, saber si Bright es mi hermano. Cargo con la presión silenciosa de que él también lo está leyendo a la vez que yo y que es probable que lo descubra antes. Eso me crea mucho estrés, y no lo entiendo, porque el orden en el que lo hagamos no cambia nada. No es una competición. El resultado va a seguir siendo el mismo.
Por fin encuentro lo que buscaba. Antes de reunir el valor para continuar me quedo quieto y repito en mi cabeza la frase de Bright, «todo va a salir bien», pero justo después le oigo decir:
—Somos hermanos.
Retrocedo un paso y casi tropiezo con mi propio pie.

No. Tú no eres mi hermano.

—¿Dónde pone eso? —replico a la defensiva, aunque solo tengo que leerlo porque lo tengo delante.
Bright retira la mano de mi hombro y yo clavo la vista en el papel, muy serio.
—Dios... —Leo despacio, con los ojos casi pegados a la tinta negra.
Me tapo la boca inmediatamente, arrepentido de haberlo confirmado.
—Los dos sabíamos que esto podía pasar.
—No, espera, espera —sonrío con nerviosismo, como si hubiese perdido la cordura—. ¡Un error lo tiene todo el mundo! ¡La gente se equivoca continuamente!
Durante los próximos dos segundos le doy hasta cuatro veces la vuelta al papel. Intento encontrar algo que apoye mi teoría, aunque ni yo mismo me la crea.
—Win.
Lo miro y me detengo.
—¿Qué? —pregunto alterado—. ¿Me vas a decir que tú nunca te equivocas?
De repente tengo miedo de que me suelte que se equivocó al tener una relación carnal conmigo. Cualquier cosa que pueda terminar de rematarme.
—Acéptalo —dice vocalizando cada sílaba.
Doy otro paso atrás.
—Te estás rindiendo —lo acuso.
Su rostro se afila, perdiendo la paciencia.
—Estoy siendo consecuente —dice frío—. Eres tú el que no lo quiere ver.
Agacho la cabeza.
Guardo el papel dentro de la carta y se la devuelvo.
Al cogerla desvía la mirada y nace un silencio incómodo. La rigidez, el temblor que intenta disimular, el blanco de sus nudillos..., toda la rabia e impotencia que bombea en su interior se canaliza en la mano que sujeta la carta. Primero la dobla y desdobla inquieto, decidiendo qué hacer con ella.
Luego empieza a romperla por las esquinas, cortando cachitos diminutos, dejando que caigan al suelo dibujando un zigzag por el camino, como copos de nieve. Cada vez que rasga un nuevo trozo de papel siento que las posibilidades de estar juntos se van reduciendo a algo más pequeño y frágil, hasta que solo quedan ruinas.
Sus manos se quedan sin nada que romper y yo le doy la espalda.
Chasquea la lengua, creo que va a hablar. Pero entonces lo siguiente que oigo es la madera crujiendo bajo sus zapatos y la puerta cerrarse de golpe.

Los cuerpos de la habitacion roja. (Adap. BrightWin)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora