Berlín, Alemania. 1983.
—Necesitamos un tiempo.— pronunció el omega alemán, levantándose del sofá y yendo hacia una caja de música.
—¿Un tiempo?— su pecho se contrajo, acercándose al menor, para tomarlo de la cintura.— Mide tus palabras, solo estás confundido.
El de menor estatura rió, haciendo la pequeña caja funcionar, pudiendo escuchar una dulce melodía.— No, no estoy confundido, necesitamos un tiempo para bailar.— puso sus manos sobre los hombros del otro, comenzando a moverse al ritmo de la fina música que llegaba a sus oídos.
Se escuchó al ruso reír divertido y con alivio, siguiéndole la travesura a su pareja, danzando sobre sus propias pisadas, deleitando sus tímpanos de las notas musicales y sus cerebros del bello momento que vivían una vez más.
—¿Sabías cuánto te amo, pequeño pajarito?— sonrió el soviético, inclinándose sobre el alemán para terminar la canción con un beso lleno de amor y pasión.
Se separaron y se miraron uno al otro, sonriendo embobados.
—El niño está en la escuela, ¿quieres ver una película?— se acercó al cuello del menor dándole pequeños besos.
—Me gusta esa idea.— dijo el alemán feliz, riendo por los besos.
Ambos se encaminaron a la sala de estar, para poder disfrutar de una película juntos, es más que obvio que el europeo lloró, pero no importa, su amado lo consoló como siempre lo hacía.
Los dos disfrutaron esa tarde, pero Reich mucho más al ver que su amado no tomó ni un solo cigarro, cosa por cual el alemán comenzó a llenarlo de caricias y besos.
—¿Quién es el mejor alfa? Sí tú, tú lo eres.— hablaba con una voz chillona, haciendo reir a su pareja.
—Reich, jajajaja, ya basta.— tomó las manos de su omega y le robó un beso haciéndole sonrojar.
Amaba verlo tan tímido y pequeño, sentía que lograba protegerlo de esa manera, sabía que él era fuerte, pero era tan adorable a veces, después de todo era un omega, naturalmente eran hermosos y perfectos, URSS siempre se lo recalcaba.
Tomó la mano del varón que amaba, admirando sus orbes azules tan bellas como el mar, se sentía muy enamorado de él, lo suficiente como para hacer todo por el menor, al menos eso decía.
Ambas almas envenenadas de la más cruda muerte estaban recostados sintiendo un millón de rosas crecer alrededor de sus corazones de una sola raíz, bellas flores carmesí con delgadas espinas más filosas que un cactus, encustradas en sus sentimientos y deseos más pasionales, con si un bello libro de amor fuera escrito por el romance y lujuria. Cada mirada cruzada encendía en ellos un fuego en su pecho, una sensación tan nueva y vieja a la vez, para los dos amantes era como escuchar a los gorriones cantar bajo la bella lluvia.
Si el amor tuviera precio ambos darían su vida para darse un último abrazo, un último "Te amo", un último beso, el más dulce y hermoso de todos, en el cual todos tendrían envidia del enamoramiento que ellos tienen, un amor delicado y rudo a la vez. Sus cuerpos desnudos se tocaban, pero de la forma más sutil y suave, para mantener sus corazones tranquilos y seguros, llenado sus mentes de besos y cuerpo de lavanda, lo único que podían hacer era amarse y demostrarlo, ellos eran los únicos que existían, era su pequeño mundo, el mejor de todos, donde nadie tocaría su puerta a arruinar esos momentos, donde los autos no hacían ruido, donde ambos eran lo más importante.
¿Qué piensas ante la palabra amor? El alemán decía que era un sentimiento, donde puedes depender de alguien de una manera en la que darías la vida por ella. El ruso decían que era algo absurdo, sin sentido y ridículo, siendo que tal vez él era el más enamorado de los dos. Creían uno en el otro, no habían celos, no habían peleas, todo era perfecto y único, un amor sincero y perfecto, no era necesario tener que escapar, ese es el lugar seguro de ambos, su acogedora casa y su familia, tal vez no estaba completa, pero esa era su familia, y la amarían hasta el final. Hasta que la muerte... Los separe.
—Reich, deja de escribir cosas tan tristes de nosotros.— rió el ruso.
—No puedo evitarlo mi cielo, se siente tan hermoso hablar de nuestro amor.— miró a su alfa con una sonrisa.
—Mi amor, deja de pensar que estoy aquí.
—No puedo evitarlo, mi cielo.— se vieron las lágrimas del alemán caer, su marido no había vuelto de la guerra, dos años habían pasado, y aún las fotos y rosas secas seguían en el jardín, nunca se irían, no como el hombre al que más amó, y sigue amando.
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Cigarros
Romance-¿Por qué aún fumas, por quién dejarías de hacerlo? - se acercó al hombre que estaba frente a él, con una mirada de preocupación sarcástica. -Eso no tiene importancia, y no necesito a alguien para dejar de hacerlo. No dejaría de hacerlo por alguien...