8. El Camino De Regreso

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Volver a la realidad fue un trago amargo después de tan hermoso sueño, un sueño lúcido que no dejaba de imaginar desde el momento en que pisó la calle y comenzó a alejarse de aquel edificio, de su departamento, de la noche que compartieron, y sobre todo, de él.

Todo cuanto imaginó, todo cuanto anheló en aquel momento, se repetía en su cabeza de manera incesante. Aún deseaba haber tenido el valor de volverlo una realidad, de regresar con él, o mejor aún, de nunca haberse marchado, pero lo que hacía en ese momento también requería una gran cantidad de valor, y sabía que era algo que necesitaba.

Tomar una decisión sobre que camino seguir no había sido fácil, pero no dejaba de repetirse que era lo correcto, a pesar del deseo implacable de vivir su fantasía romántica, a pesar de sentir que rozaba aquello que tanto deseaba, aún tenía cosas por hacer.

Debía regresar a su ciudad, a aquella que lo vio crecer, la que se encontraba plagada con las historias de su niñez, de su vida y de su familia. Por primera vez en largo tiempo, pensó en su madre sin sentir solo pérdida, estaba feliz de tenerla, aunque fuera solo en sus recuerdos. Había escapado de aquello durante demasiado tiempo, y ahora, si pensaba comenzar un nuevo camino, una nueva vida, debía enfrentar los demonios de su vida anterior.

Sabía que el camino sería largo y el resultado incierto, pero su destino, el camino correcto para comenzar a sanar y seguir, se encontraba allá. Era tentador continuar sin más, olvidarse de todo el pasado y no mirar atrás, pero esa era una salida cobarde y fácil, que tarde o temprano cobraría un alto precio. Ya no quería olvidarse de su familia, no quería olvidar a su madre ni a esas otras personas que lo acogieron, y que en su dolor, él rechazó como si fueran indignos de llamarse su familia. Lo eran, ahora comenzaba a entenderlo.

Aquellos viajes vividos, las camas visitadas, las historias y mentiras dichas, todo ello lo condujo a donde se encontraba ahora. Si bien, no había sido un modo ideal de continuar, no se arrepentía. Los amantes extraños, encantadores, tímidos y alocados, tanto como los atractivos, carismáticos o elocuentes, todos ellos, fueron su refugio en la tempestad, un faro entre olas negras; quizás no lo condujeron a casa, pero gracias a ellos logró sobrevivir a las adversidades, y por ello estaba agradecido.

Viajó durante horas que se antojaban interminables, el paisaje cambió gradualmente, los áridos llanos dieron paso a campos verdes, luego a montes arbolados, y a boscosas montañas. Gran parte del tiempo lo dedicó a dormir, soñando con el hogar hace tanto abandonado, con las personas con quienes tanto compartió, y más que nada, con un joven periodista de amplia nariz y desordenado cabello negro.

Aquel que tenía el cuerpo delgado, cejas gruesas que enmarcaban sus oscuros y vivaces ojos, necesitados de lentes para leer, y con un extraordinario gusto por el café. Vivía en un agradable departamento de paredes blancas, con una buena cantidad de libros de historias tanto bellas como trágicas, algunos con aventuras imposibles, y otros más sobre hermosas fantasías que hacían sentir afortunado a quien se dejaba contagiar. Miraba con una profundidad analítica que jamás conoció antes, sus modos eran seguros y fluidos, cargados de ternura, pero también de singular desfachatez. Era un hombre que pasó por tiempos difíciles, pero se forjó a sí mismo de manera admirable. Tenía un gran sentido de justicia y compasión, era dedicado en su trabajo y honesto en sus deseos. Era cálido en su tacto y en sus besos, además de tener algo de descaro aventurero. Era honesto y sencillo, sabía hablar con pasión y escuchar con paciencia. Y estaba en la ciudad que recién dejaba atrás.

—David —susurró su nombre para sí, como si al decirlo la distancia resultara menos palpable, como si por un momento, de ese modo, pudiera sentirlo ahí.

Se rio de sí mismo, soñando despierto con el hombre que conoció solo durante una noche, al que tanto reveló y del que tanto escuchó. Pensar en lo que vivieron le hizo sentir un escalofrío, había sido tan intenso, tan personal y aun así compartido. Pensó en cómo, al estar con él, este puso una mano sobre su pecho y con ese simple gesto, parecía haber hecho despertar a su corazón, como si fuera dueño de alguna magia que era solo suya.

Antes de poderlo evitar, se recordó a sí mismo susurrando en su oído, entregando su verdadera identidad, el nombre que por tan largo tiempo mantuvo en las sombras, y con él, todo cuanto era. En ese momento, David lo miró de un modo diferente, reconoció la magnitud de aquella revelación, la verdad en su voz, y esta lo abrumó. Después de ello se entregaron por completo.

No se parecía a ninguna experiencia física que hubiera tenido antes, la manera en que sus cuerpos se acoplaron, la intensidad de sus besos, el ardor de sus caricias. Resultó casi irreal, un éxtasis de cuerpo y mente como nunca antes experimentó. Pero quizás eso era todo.

No quería pensar mucho en ello, pero quizás David solo deseaba de él lo que ya habían compartido. No dudaba sobre la sinceridad de lo dicho, de la empatía sentida, pero su aventura de una noche, su romance fugaz, podía ser solo eso, un suceso efímero en la vida de ambos antes de continuar sus respectivos caminos. Pronto, tal vez, aquel hombre que tanto lo cautivó, no recordaría nada de lo sucedido, ni su historia, ni su rostro, ni siquiera su nombre.

Una sonrisa triste murió en sus labios aun antes de nacer. Quizás fuera lo mejor, al menos tendría siempre el recuerdo de aquella noche, el futuro no podía tocarlo ya, era suyo.

Miró por la ventana intentando distraer sus pensamientos, el paisaje era irremediablemente monótono, así que buscó algo que leer en su maleta. Al abrirla, lo primero que encontró fue el delgado volumen que alguna vez perteneció a David. Lo tomó entre sus manos, con el corazón algo oprimido. "Torpe" pensó para sí mismo por sentirse de aquel modo. Suspiró una vez más y se dispuso a leer.

Al abrirlo, se topó con varias palabras escritas a mano en una de las guardas. Con una expresión de confusión dibujada en el rostro, leyó:

"Solo en libertad, podemos encontrarnos a nosotros mismos, y solo sabiendo quienes somos, podemos amar en verdad"

La cita le resultaba desconocida. Con letras más pequeñas, casi al borde del papel, había escrito algo más:

"Cuando lo resuelvas, recuerda que eres bienvenido en mi hogar"

Leyó la nota un par de veces antes de cerrar el libro. Un ligero calor le afloró del pecho mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro. Miró por la ventana una vez más, convencido por un instante de que aquel era el paisaje más bello que hubiera visto.

SIN HOGARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora