Capítulo III

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Inspiró profundamente el aroma de aquel hermoso, gigantesco y, sobre todo, mágico jardín. Había todo tipo de flores: Orquídeas, tulipanes, jazmines, etc. Caminó por aquel laberinto de flores a paso lento, las piedritas de la tierra crujían bajo sus pies. Con la yema de sus dedos acarició las hojas.

Amaba pasar tiempo a solas consigo misma para pensar en todo lo que había sucedido. En la comida Brathran se excusó diciendo que tenía trabajo por hacer y dejó a los tres amigos con un gran bufé a su alcance. Hace mucho que Sylver no veía tanta comida deliciosa, y comestible, junta.

Posteriormente de devorar todo lo que su estómago le permitió, comunicó que daría una vuelta a los alrededores del castillo. Se marchó antes de que sus amigos pudieran acompañarla.

¿Me tienes miedo?

Recordó aquellas palabras que quedaron grabadas en ella a fuego lento, al igual que sus ojos. Desconocía cualquier criatura que poseyera ojos rubíes. En el libro no mencionaba nada de lo que pudiera ser similar a la criatura que buscaba.

Ojeó el castillo. Un castillo que existió tantos años debería tener más información que un libro casi en blanco. Observó más a fondo el castillo, era imponente en cualquier lado, por fuera y por dentro, de cerca y de lejos.

Sylver observó en el lado oeste unas cortinas de terciopelo carmesí ocultando el interior detrás de ellas. Sonrió al encontrar la biblioteca.

《No han cambiado las cortinas》pensó adentrándose de nuevo al interior del castillo. Sujetó los bajos del vestido para poder correr mejor, entró en el vestíbulo y subió las escaleras lo más rápido que pudo. Saludó a un mayordomo que bajaba por su lado recibiendo una reprimenda por parte de éste.

Giró a su izquierda y avanzó por el pasillo. Sonrió al ver las puertas de la biblioteca. Se paró, con mucha distancia, delante de ellas. Sintió un cosquilleo en la nariz y recordó esa vez que estuvo delante de esas puertas, la primera vez que estuvo en el castillo y la razón de cómo conoció a Brathran: un golpe en la nariz.

Miró las puertas cerradas. ¿Porqué no se abrían, estaba tan lejos?

Dio un pequeño paso y esperó. No dio resultado.

Otro paso. Nada.

Maldijo las puertas.

Una risa inundó el silencioso pasillo desconcertando a la joven. Miró al inicio del pasillo y se encontró a un Brathran riéndose a carcajadas mirándola. Era como si hubiera viajado al pasado cuando lo conoció. Se cruzó de brazos molesta.

—¿Tienes miedo de unas simples puertas? —se burló él, caminando hacia ella.

—¿Cómo has sabido que estaba aquí? —preguntó ignorando la burla.

—Andrew me avisó —respondió Brath mencionando al mayordomo, una vez que estuvo a su lado añadió:—. También me pidió que te dijera que no se corre por los pasillos, señorita Tehir —imitó la voz de Andrew, gesto que hizo reír a la joven.

—No está bien burlarse de su mayordomo, alteza —habló Sylver con el mismo tono que él, Brathran fingió molestarse.

—¿Y bien, que estás haciendo aquí? —curioseó Brath con las manos en los bolsillos del pantalón.

—Necesito información —soltó Sylver casi al segundo—. Si encuentro lo que busco quizás podría descubrir quien nos persigue.

—¿Estás segura? —se tensó él, Sylver asintió. Brathran miró las puertas y dio dos palmadas con lentitud. Crujidos se escucharon por el extenso pasillo y las puertas cedieron. Sylver dio varios pasos hacia atrás.

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⏰ Última actualización: May 19, 2023 ⏰

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Coronas Plateadas y Dagas Ensangrentadas © #Libro1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora