—Jaiden, tan solo una cucharada, ¿sí? —silencio. —Dios te lo pido, solo...
—Vete, Roier.
Ahí estaba de nuevo. No lo estaba mirando, ni siquiera sabía si realmente era consciente de que estuviera allí. Jaiden estaba postrada en ese sillón, la muerte se asomaba por el morado de sus ojos, sin contar lo hinchado de haber llorado toda la noche anterior. Y la anterior a esa.
Y por haber llorado todas las noches desde que Bobby se había ido.
Su corazón estaba roto, tan roto como el de Roier, ¿pero qué sería de ellos si ambos se derrumbaban? el chico no podía darse el lujo de entrar en luto, no podía, no quería perder lo que quedaba de su familia.
Eran lo único que les quedaba.
—Te lo suplico, —llevaba sosteniendo aquel plato de comida desde hace de veinte minutos, quizás más. —te lo suplico Jaiden. Come algo, toma aunque sea un vaso de agua, por favor, te lo imploro.
Finalmente se dignó a observarlo, pero no respondió, por lo contrario, seguía observando la televisión que llevaba apagada desde el día anterior.
—¿A qué hora es el programa que le gusta a Bobby? ya debe de estar por llegar del jardín de infantes.
Sintió su pecho apretar, de manera tan horrible que tuvo que sostener con fuerza la porcelana para que no impactara con el suelo. Aún así, su rostro se coloró de tal manera que podría creer que le estaba por dar un paro cardíaco. Se sintió egoísta, tan egoísta por sentirse miserable, por no ser capaz de consolarla adecuadamente, por no lograr ser el apoyo que necesitaba. Pero ni siquiera él podía asumir la realidad, aún no podía creer que ese niño que le iluminaba la vida se había ido. Y lo peor de todo, no podía permitirse derramar una mísera lágrima.
Extrañaba a su hijo más que a nadie en el mundo y el mundo se encargaba de recordarle cada día ese dolor eterno en el corazón.
No había recibido un mísero abrazo desde ese día.
—¿Así será mi vida por siempre? —susurró para sí mismo dando la vuelta, esperando que no ser escuchado, esperando no tener una respuesta de vuelta. La tuvo, lamentablemente.
—¿Qué dijiste? —apretó sus ojos con fuerza, aún sin dar la vuelta. —repítelo, Roier.
—No... —titubeó. —No dije nada.
Podía sentir la mirada de Jaiden atravesando por su espalda, sentía que era observado por mil demonios.
Podía sentir que se estaba ahogando.
—¡Perdí a mi hijo, carajo! —un fuerte tirón desde su hombro llegó, obligándolo a girar y que ese plato finalmente tocara piso. Todo a su alrededor estaba vuelto un desastre a ese punto. —¡Lo perdí, Roier!
¿Y él qué?
¿Y él no había perdido a nadie?
¿Acaso su hijo no era nadie para él?
Por primera vez en tiempo, se permitió pensar en eso. Por primera en meses, dejó que sus ojos ardieran.
—¡Tú y el cielo saben que daría mi vida por traer a Bobby de vuelta! —se soltó como pudo, dando pasos en falso sin saber si chocaría con algo o no. Su cabeza empezó a doler. —Él también era mi hijo, también era mi vida por completa. Él lo era todo para mí. Todo. ¡Yo también tengo derecho a sufrir, a llorar, a todo por lo que tú estás pasando!
Ambas respiraciones agitadas inundaron el ambiente, ninguno con postura de retroceder en sus palabras al parecer.
Ninguno con el corazón menos trizado que hace instantes.
—Entonces hazlo. —escupió Jaiden.
—¿Qué?
—Trae a Bobby de vuelta, haz lo que sea necesario, ¡pero hazlo!
Y se fue, se fue a quién sabe donde y a hacer quién sabe qué. Pero se fue, dejándolo allí, mareado, agitado, dolido. Se fue dejando el desastre a manos de Roier.
Y por sobre todo, se fue dejando una herida más profunda de lo que ya existía.
Roier sabía que haría lo que estuviera en sus manos por traer a su hijo de vuelta, el cielo, incapaz de hacer algo, también lo sabía.
Y el infierno, con una alerta especial para el dolor humano, también lo sabía.
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Lo que pidas ( sproier ; spiderbear )
FanfictionDonde Roier daría lo que fuera por tener a Bobby de vuelta, o donde el diablo escucha sus plegarias.