CAPÍTULO III

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CAPÍTULO III

ANIA KENT

La maleza me roza los brazos mientras me adentro en ella con rapidez. El sol matutino me quema un poco la piel, pero lo ignoro porque la ira que me corroe es una que no he sentido en años. He fallado, he roto la promesa que hice hace diecisiete años. ¿Cómo ha pasado algo así? ¿De la nada?

Tengo que arreglarlo, tengo que arreglarlo, la oración se repite en bucle en mi cabeza.

Emerjo de la maleza y enfrento el arco de entrada a la Ciudad militar. Dos soldados resguardan la entrada, sus uniformes azules portan la insignia de una estrella de siete puntas en la parte frontal izquierda. Llevan sus cascos militares oscuros con el vidrio protector sobre sus ojos. Me detengo y ellos ojean el sobre en mi mano izquierda. Procedo a levantar el brazo derecho frente a mi pecho de forma horizontal con la mano estirada para hacer nuestro saludo militar. Ellos hacen lo mismo.

—¿Tienes una cita? —pregunta el más alto.

Hago una mueca.

—No.

—Nuestra Lishaya está muy ocupada en estos momentos.

—Lo sé, y tengo información importante que darle respecto al tema que la tiene tan ocupada —informo directamente.

Ellos comparten una mirada.

—Sin cita, no hay entrada.

Eso me hace sonreír con malicia. Levanto la mano y les muestro mi palma donde un círculo rojizo se forma, la energía oscura ondeándose dentro con rapidez. Sus ojos se abren en sorpresa, quizás nunca han visto a una miembro del Consejo antes.

—Adelante.

Cruzo el arco y me recibe el olor a metal y el ruido de espadas siendo forjadas en la distancia. Humo oscuro emerge de varias chimeneas a los lados del camino principal. La Ciudad militar es el hogar de los guerreros de la humanidad, y es también donde se forjan las armas más rusticas, las más avanzadas se crean en un laboratorio en los túneles de Laras, nuestra capital. No suelo visitar este lugar, a menos que la ocasión lo amerite, prefiero la oscuridad de los túneles y las creaciones del doctor Khirm. En cambio, nuestra Lishaya vive aquí, sus padres fueron forjadores y guerreros en sus tiempos así que supongo que el olor a metal le hace sentir en casa.

Entro al edificio principal construido de roca negras traídas de la Ruinas de Grania. Los soldados me pasan por un lado cuando doy un paso en el salón central, es como un oasis en la mirad de la estructura, está repleto de plantas y no tiene techo, permitiendo que el sol se cuele con facilidad.

Nuestra Lishaya está sentada en un banco acariciando una de sus mascotas, un Niktar, un animal que luce como un lobo negro, pero es mucho más feroz y peligroso. Levanto mi brazo y la saludo como hice con los soldados.

Lishaya.

—Liz —responde con una sonrisa que le ilumina la cara, su cabello cobrizo es largo y le cae liso a ambos lados de la cara—. Te he dicho que me llames Liz.

—No me atrevería.

—Eres miembro de mi Consejo, Ania. Ustedes son las personas en las que más confío, puedes llamarme por mi nombre.

—Aprecio su... tu confianza, Liz. —Me cuesta decirlo.

Ella suspira y le susurra algo al Niktar, el animal se da la vuelta y se va a la entrada donde se queda estático como un guardián.

—¿Qué has encontrado?

Abro el sobre y le paso el reporte, ella lo recibe para leer mientras hablo:

Almas Perdidas III (La guerra)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora