Capítulo 19: Un intruso

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Brianna

Brianna Ivanova.

"Bienvenido a donde solo los pecadores más preciados pueden asistir.

Ten una pista. Los ángeles siempre lloran.

Solo recuerda donde suena el campanario".

Mi amiga, Kristal, pegó un chillido tan abrupto que me hizo cortar el hilo de pensamientos que estaba intentando formar con las palabras que acababan de mostrarse en la pantalla de mi teléfono celular.

Eran alrededor de las seis y esta se había pasado toda la tarde dando vueltas por mi cama, con la excusa de que mi habitación era más cómoda. La realidad era que había estado huyendo de Valentina, quien acababa de mudarse de habitación. 

Me arrastré hasta la esquina del colchón en donde se encontraba sentada, al ver como apuntó su teléfono en dirección a mi rostro, para comprobar que también había recibido el mismo mensaje de texto que yo.

A pesar de que sus gritos habían cesado unos segundos atrás, no podía comprender el éxtasis que esta estaba experimentando y muchos menos las divagaciones y palabras confusas que salieron por su boca un rato después.

—¿Me perdí de algo? —le pregunté, perpleja.

Al ver mi falta de expresiones esta pareció igual de confusa que yo, pero aun así, la sonrisa no se borró de su rostro ni su emoción desapareció.

—Llevas cinco años en este lugar, ¿acaso no te suena nada lo que lees? —Sus palabras no han tenido ninguna clase de malicia detrás, más bien, estaba realmente sorprendida por mi negación.

—Estoy más ansiosa por cosas más importantes, ¿debería preocuparme por un mensaje de texto?

Kristal se encogió de hombros y sus labios se extendieron en una sonrisa.

—Dicen que cuando se acerca octubre un grupo de estudiantes de último año se reúne para hacer algo grande, la llaman la verbena, donde solo unos pocos son seleccionados. —Sus ojos brillaron y yo tuve que tragar en seco, mientras esta continuó su relato—. Así que no, no deberías preocuparte por un mensaje de texto en donde nos están invitando a la mejor fiesta de nuestras vidas.

Al principio me costó procesar lo que me estaba diciendo. Por años habíamos escuchado por los pasillos lo rumores de esa fiesta que hacían a las afueras del bosque, en la parte más alejada del lugar, y que ya no era propiedad del internado, aunque con el tiempo solo habían sido eso, rumores.

Se decía que era una actividad muy exclusiva, donde los padres más ricos pagaban para que sus jóvenes promesas pasarán tiempo de calidad entre ellos, y aunque jamás había conocido a alguien asistente a la fiesta o siquiera un invitado, siempre se decía que en algún momento algunos pocos de los estudiantes a punto de graduarse eran llamados.

La tradición marcaba que a las ocho del primer sábado, luego de las invitaciones, debíamos dirigirnos hacia el campanario, un lugar que parecía irónico, comenzando por el hecho del que era el último lugar al que quería pisar por voluntad.

—No soy estúpida, así que no me mires así —le reproché a mi amiga, quien pareció bufar—, lo que realmente me pregunto es ¿por qué rayos nos invitaron? No estamos exactamente de ese lado en San Jorge y no quiero ser víctima de otra de sus tretas.

—No te morirás por primera vez en tu vida por ir a una fiesta, Bri. Tal vez tu nuevo novio tiene algo que ver, ¿no?

Kristal a veces me miraba como la aguafiestas, cuando la mayoría de las veces esta era igual o peor, pero cuando algo se le metía entre ceja y ceja, persuadirla era una tarea imposible.

Psicosis: bajos instintosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora