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No tienes que decirlo, Miguel Ángel, sé que no me negarías nada

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No tienes que decirlo, Miguel Ángel, sé que no me negarías nada. No lo hiciste esa noche, ni las otras en las que busqué refugio en tus brazos. Al final de aquellos años, la única vez que me negaste algo, debiste darte cuenta de tu gran error.

Desde que te vi por primera vez he deseado cosas de ti, primero tu simpatía, después tu amistad, y más tarde, cuando comenzaron a controlarme las hormonas, deseé tu amor. Hoy deseo que quieras vivir conmigo los años que te quedan, por ti, no porque yo te lo pida. Sin embargo, cada vez con más frecuencia, me imagino que envejezco solo. Veo mi futuro desde una perspectiva desalentadora: un viejo fofo y amargado que come avena frente al televisor (si es que todavía existen), al que le cuesta levantarse en las mañanas por el dolor en los huesos, que en sus momentos lúcidos se pregunta qué estará haciendo el viejo decrépito que una vez amó tanto.

 Veo mi futuro desde una perspectiva desalentadora: un viejo fofo y amargado que come avena frente al televisor (si es que todavía existen), al que le cuesta levantarse en las mañanas por el dolor en los huesos, que en sus momentos lúcidos se preg...

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Esa noche, mientras me aferraba a ti tratando con eso de alejar los demonios que me atormentaban, me di cuenta de una cosa: estaba mal que me sintiera así de seguro en los brazos de otro hombre. No debía poner los ojos en ti porque tú jamás pondrias los tuyos en mí. Debía alejarme, alejarme y averiguar que diantres tenía en la cabeza. Y justo en ese instante de razón, sentí tus dedos masajeando mi cuero cabelludo, y la sensación fue tan dulce, nueva y deliciosa, que no me atreví a moverme por miedo a que todo fuera un espejismo y desaparecieras. Estaba feliz, calentito. Tu abrazo era la luz
de un faro en medio de una tormenta en altamar, ¿por qué iba a renunciar a eso?

No debía albergar esperanzas, pero lo hacía sin darme cuenta . Cada vez que me acercaba a ti o simplemente cuando te pensaba en mis ratos de ocio, deseaba que le mundo fuera diferente y que tu pudieras ser la persona que me gustara. Al principio me bastaba con eso y no afectaba a nadie. Luego comencé a sufrir porque tu trato hacia mí no era diferente del que le dabas a Joel o al resto de mis hermanos, y odié que hablaras de tu novia y la odié a ella sin conocerla. Entonces supe que estaba perdido.

Pero esa noche todavía me hallaba a salvo de los estragos del desamor, mi corazón a pensás comenzaba a calentarse. Decidí que nada era más importante que estar así contigo. Y así me quedé, mientras tú no te movieras yo tampoco lo haría.

Joel nos encontró más tarde y nos despertó con la luz incandescente de su lámpara. No fue capaz de hablar en todo el camino de regreso, ninguno de los tres lo hizo. Yo sentía su desconcierto en la piel, era algo curioso, como una picazón caliente, o tal vez era efecto de la suciedad de la cabaña, quién sabe...

Apenas estuvimos solos, mi hermano me pidió explicaciones:

—¿Por qué estaban abarazados?

—Yo lo abracé y a él le dio vergüenza quitarme.

—Con eso y lo del beso...no sé —se raascó la cabeza —, todo es muy raro.

También para mí era raro y, demasiado. ¿Por qué sentía lo que sentía? ¿Por qué no simplemente me buscaba una noviecita como sugería mi papá biológico? Opciones había de sobra, ¿por qué mi corazón había elegido alborotarse por ti de entre todas? La única persona que nunca sería una opción.

Hablé muy poco durante el viaje de regreso, mamá me preguntó por qué estaba enojado. No estaba enojado, estaba triste, confundido, y no sólo por ti. Pero mi mamá no era capaz de diferenciar la tristeza del enojo, y repitió la pregunta.

—¡Qué no estoy enojado! — le tuve que gritar.

¿Por qué mierda se concentraba en mí? ¿Por qué no miraba al que tenía a un lado? Me costó años entender que mamá es así, cuando está frente a una verdad que no le conviene prefiere darse la vuelta y hacer como que no pasa nada, hasta que la verdad la pone contra la pared. Quizá de eso modo soy también yo.

No te vi en lo que restaba de las vacaciones de invierno. Esos días me sirvieron para pensar en ti, extrañarte y deprimirme un poco. Recuerdo que me sentía muy raro, como si mi cuerpo no fuera mío, como si hubiera mudado de caparazón y tratara de ajustarme al nuevo. También sentía un vacío en el estómago que no se quitaba después de comer. Me imaginaba que tenía en el vientre un agujero negro que succionaba todo, y en mi lógica absurda ese agujero era el culpable de que deborara cada cosa comestible que me ponían en frente.

Regresé al colegio y a la academia el 7 de enero, la noche anterior me había dado el último atracón de las vacaciones, varias porciones generosas de rosca de reyes y de vasos de leche con Chocomilk. Sabía que estaba gordo, pero aún así recé para que la báscula de la academia marcara el peso de siempre, o para que al menos la diferencia fuera de gramos. No fue así, había subido cuatro kilos. La profesora que nos estaba pesando abrió mucho los ojos al ver los números que arrojaba la báscula. Se llevó una mano a la boca, y mirándome como si hubiera cometido un crimen exclamó:

—Leo.Y mis compañeros le siguieron el juego, sorprendiéndose y exclamando igual que ella. Luego me soltó un sermón sobre mi irresponsabilidad y falta de profesionalismo, dijo que un cuerpo grande —y recalcó —, como el mío, era más difícil de mover y más fácil de lesionar. Me dio dos semanas para perder los cuatro kilos, o si no, tendría que olvidarme del ballet. No tenía el poder para echarme, por supuesto, bastaba con que llamara a la abuela para que ella lo resolviera todo. Pero de igual forma me sentí humillado, no era el único que había subido de peso, ni el que más; sin embargo, a mí se me trataba con especial rigor por ser nieto de quien era, y porque, sin ser de los mejores, destacaba. Tienes una físico envidiable" escuchaba a menudo, y estaba consciente de ello, así que no manejaba bien las críticas que hacían de mi aspecto.

Cuando la profesora terminó de reprenderme me di la vuelta y salí corriendo del estudio. De camino a los baños dejé que las lágrimas que me quemaban los ojos resbalaran. Luego me encerré en el baño del rincón, el que era más grande y tenía su propio lavamanos, y allí me quedé hasta que me encontró el concerje. Lloré a moco tendido, junto al retrete. Loré pór muchas cosas, por estar gordo, por no tener ganas de bailar, porque no te había visto y porque me daba coraje querer verte, y por el fantasma que amenazaba con separar a mi familia.

Érase una vez el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora