Presagio.

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Normalmente no acostumbro ni es parte de mi personalidad el ser nocturno, pero esa noche el insomnio me ganó. El cansancio invadía todo mi cuerpo pero no parecía afectar en lo más mínimo a mis párpados. Quizás el agotamiento deba su origen a la caminata diaria que hago por todo Chañar Ladeado. Aunque éste no es muy grande y pueda resultar un tanto monótono, es placentero recorrer el pueblo a horas de la tarde cuando todo está dormido, sumido en una inmensa calma y en donde la única compañía sonora es el roce entre la suela del zapato y una marchita hoja de otoño desolada que descansa en esas calles con veredas gastadas. Decidí que definitivamente hoy no iba a ser la excepción y ahí nomás me calcé la bufanda y comencé a caminar. Estaba un poco fresco, es mayo y ya el viento se hace notar pero, aún así, todo permanecía calmo y silencioso. Enfilé para el lado del centro y rodeé la plaza central. Estaba totalmente deshabitada, sin ningún alma disfrutando del viejo carrusel que solitario giraba gracias al soplido del viento. Sin pensar demás, seguí caminando por la calle principal hasta que las viejas campanas de la Catedral dieron las 15 hs y me detuve en la esquina de la otra cuadra, justo en frente de la vidriera de un local. Inmediatamente me sentí atraído por lo que estaba expuesto en ella y crucé la calle para observar mejor. En ella había cuatro maniquíes amorfos, inexpresivos e inanimados, ordenados de forma tal que todos al mismo tiempo apuntaban directamente hacia mí, como si trataran de manipular mi atención o retenerme el mayor tiempo posible antes de que acabara clasificándolos como anodinos e indiferentes y siguiera mi camino. Pero no fue así. Después de un rato de contemplar y apreciar la presentación, decidí continuar con la caminata y fue ahí cuando, a golpe de vista, la ví. Reflejada en el cristal se apareció detrás de mí el rostro pálido y lúgubre de un ánima horrible, probablemente haya sido el ser más repugnante que jamás pude apreciar en mi vida. Una sensación de miedo y escalofrío atravesó cada extremo de mi cuerpo como si estuviese atrapado dentro de "la dama de hierro". El corazón me latía a mil y mis piernas comenzaban a paralizarse cuanto no lo suficiente como para impedirme correr. Correr sin importar cómo ni dónde llegar, lo único que quería hacer era desaparecer de ahí sin volver la vista hacia atrás. Corrí como pude y con la última gota de aliento que me quedaba, llegué a la puerta de mi morada y saqué la llave para abrir, pero el temblequeo dificultó bastante las cosas hasta que finalmente, sin saber cómo, logré embocarla en la cerradura. Me refugié instintivamente en mi cuarto hasta recuperar la calma. Exaltado y por los nervios que me había generado tal aparición, me recosté en mi cama para despejar mi mente y descansar un poco, lo que resultó efectivo, tanto que dormí doce horas de un tirón. Si bien no era demasiado tarde pero tampoco temprano, me levanté poco después de las 3 am como acostumbraba a hacerlo los sábados, a tomar ese café habitual que engaña mi estómago para después volver a recostarme y continuar mi sueño tranquilo, sin esos ruidos molestos que piden a gritos llenar el vacío estomacal. Sin embargo, esa noche hasta el color y aroma del café se veían algo extraños. 

El aire era tenso, abrumador y por alguna razón el trayecto desde mi cama hacia la cocina se me hizo lento, eterno. Demás sería describir el regreso pero, a diferencia de la ida, toda vuelta tiene un final. O por lo menos termina lo que en algún momento se empezó… y al final eso era ella. Aquel espectro deambulante durante el día y la noche que me observaba en las sombras y desde la ventana, como si tratara de querer darme un mensaje, materializar un anuncio, un presagio de “un algo”. Algo que, con sólo dirigir la mirada a esos ojos inhóspitos, pude comprender segundos previos de caer desvanecido. 

Ése café, extraño como nunca antes, estaba maldito y envenenado, como toda mi vida antes de dejar este mundo para siempre.

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⏰ Última actualización: May 26, 2023 ⏰

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