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EL FANTASMA DE LOS DIENTES
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– Pero, ¿por qué dientes? – preguntó Gajeel a Levy – No lo entiendo.

Levy, que avanzaba a paso marcial por la acera delante de él, se paró y se giró para mirarlo. Gajeel iba arrastrando la marioneta gigante de Levy en su carrito y tuvo que detenerse a tropiezos para no arrollarla. Ella se quedó allí, diminuta y autoritaria, con un gesto y un celo fruncido dominando su expresión. Levy respondió:

– No sé por qué. Esa no es la cuestión. La cuestión es que estuvo aquí. En Praga.

Dejó el resto sin decir y el gesto salió victorioso, así que durante un instante se mostró dolida. Aparentemente, Lucy —el «fantasma de los dientes» como la llamaban sin imaginar que ella y la «chica del puente» eran la misma persona— había asaltado, en algún momento en su sucesión de delitos, el Museo Nacional. En los noticieros locales había aparecido un encargado del museo iluminando con una linterna las fauces de un tigre siberiano.

– Como pueden ver, no se llevó los colmillos, solo los molares – había explicado el hombre, a la defensiva – Por eso no nos dimos cuenta. No existen motivos por los que debamos mirar dentro de las bocas de los especímenes.

Evidentemente, el fantasma era Lucy. Y aunque la secuencia borrosa no fuera suficiente para identificarla con seguridad, Levy disponía de un material del que carecían varias fuerzas policiales del mundo: los cuadernos de bocetos de su amiga. Estaban apilados en un rincón de la habitación de Gajeel, los noventa. Desde el momento en que Lucy fue suficientemente mayor para sujetar un lápiz, había estado dibujando aquel relato de monstruos, puertas misteriosas y dientes. Siempre dientes.

La pregunta de Gajeel era interesante: ¿por qué? Bueno, Levy no tenía ni idea. Sin embargo, en ese momento, esa no era su principal preocupación.

— ¿Cómo pudo estar aquí y no venir a vernos? – preguntó imperiosa. Levantó una ceja, imperturbable y furiosa. Con sus botas de plataforma y el tutú antiguo, el rostro alzado y fiero, y el maquillaje de muñeca con mejillas moteadas de rosa y una aleteantes pestañas postizas metálicas, parecía tal cual el «hasta rabiosa» como la había apodado Lucy.

Gajeel alargó los brazos y colocó las manos sobre sus hombros.

– No sabemos en qué anda metida. Tal vez tuviera prisa. O la estuvieran siguiendo. Quiero decir que podía ser cualquier cosa, ¿no?

– Eso es lo que más fastidia – exclamó Levy – Que podría ser cualquier cosa, y no sé nada. Soy su mejor amiga. ¿Por qué no me cuenta lo que está haciendo?

– No lo sé, enana – respondió Gajeel con vos suave – Decía que se sentía feliz. Eso es bueno, ¿no?

Se encontraban en el extremo del puente de Carlos, dispuestos a delimitar un espacio para las presentaciones del día. Esa mañana habían salido tarde y el puente medieval rápidamente se estaba llenando de artistas y músicos, por no mencionar a los más que númerosos fanáticos del apocalipsis llegados de todo el mundo. Gajeel observó con preocupación como un grupo de ancianos que tocaban jazz avanzaban lentamente transportando unas maltrechas cajas de instrumentos.

Levy parecía no darse cuenta.

– ¡Puaj! No empecemos con lo de ese correo electrónico. Me gustaría matarla un poquito. ¿Era un acertijo? ¿Referencias a Monty Python? ¿Cartillos de arena? ¿Qué demonios significa? Y ni siquiera menciona a Natsu. ¿Qué quiere decir eso?

Días d Sangre y Resplandor #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora