Cuando entraron a la tienda en busca de su hija, seguros de que se habría emocionado tanto con las cosas de su futuro hogar que habría olvidado regresar, los padres de Idylla jamás se imaginaron lo que los recibiría en el interior.
Una botella de Alek vacía y rota a la mitad de la sala y el sonido del desgarrador llanto de su hija que los hizo echar a correr hasta la habitación principal, solo para encontrar una escena de pesadilla: los rastros de una terrible pelea, retazos de tela por doquier, el hijo del líder, inmóvil en un charco de sangre, un jarrón roto al lado y su pequeña, llena de golpes, marcas, sangre y en un mar de llanto que hacía que sus corazones dolieran.
No preguntaron. No había necesidad. Podían saber lo que había pasado, o al menos, saber los problemas que significaban para su hija.
Jun corrió a su lado, levantándola de los hombros y envolviéndola en un abrazo que buscaba reconfortarla, disculparse y protegerla del mundo, todo al mismo tiempo.
—¿Tú lo hiciste? —preguntó entonces, apenas un murmullo.
Los hombros de Idylla se sacudieron con violencia al tiempo que asentía una y otra vez, aferrándose al vestido de su madre como cuando apenas aprendía a caminar, tantos años atrás.
Jun miró a su esposo, afligida, desesperada y preocupada.
—No puedes quedarte —dijo a su hija, sintiendo que el pecho se le partía en dos al ver los ojos cafés de la niña, llenos de pánico y culpa.
Su padre reaccionó antes que nadie y comenzó a buscar por el lugar cualquier objeto de valor, echándolo sobre la cama hasta reparar en la mochila aún no desempacada de Idylla, misma que llenó con todo lo que había reunido antes de salir de la habitación.
—Yo no... mamá, no... —rogó la niña, asustada—. Te juro que no quería... no pensé...
—Lo sé —la interrumpió, haciendo que se irguiera mientras un par de lágrimas aparecían también en sus ojos—, pero no van a creernos, Idy. No podemos esperar más, tienes que irte de aquí.
Ella negó con la cabeza con energía, balbuceando y luchando con su cuerpo para que se dignara a obedecerla y escupir al menos una frase coherente. No fue mi culpa. No me abandonen. No me hagan hacer esto sola. Mil ideas le pasaron por la cabeza, pero no consiguió darle voz a ninguna antes de que Jun tirara de ella para sacarla de la tienda.
—Te llevaremos a la casa, solo por ropa y comida y luego tendrás que irte. Al sur. Lejos de aquí. Oigas lo que oigas no vas a detenerte, te encuentres con quien te encuentres, no vas a confiarles tu nombre, tu tribu o el nuestro. Estarás por tu cuenta, Idylla, desde hoy, solo eres tú y solo puedes preocuparte por ti —instruyó de camino, cargándola luego de unos metros al ver que ella no dejaba de resbalarse y jalonearse, demasiado asustada para entender lo que le decía.
Llegaron a su tienda y Jun intercambió una mirada con su esposo, quien las esperaba con la mochila de Idy a rebosar y dos cambios de ropa recién recogidos del tendedero del exterior. El más ligero y el más abrigador que la niña tenía.
Jun los tomó y la metió a su habitación para cambiarla a la carrera, poniéndole primero el vaporoso vestido de verano y luego el de gruesa lana café. Le ató el cabello en una coleta y luego vació el joyero de la niña, poniendo collar sobre collar alrededor de su cuello y escondiéndolos en su ropa. Le puso varios juegos de calcetines e incluso, cuando la idea llegó a su cabeza, le puso un par de pantalones de su padre debajo de los vestidos, teniendo que atarlo a ambos lados de la cintura de la niña para que no fueran a caerse.
Idylla observó todo ajena a sí misma. No alcanzaba a comprender lo que sus padres estaban haciendo. Si ella tenía que irse, ¿por qué ellos no iban con ella? ¿Acaso se trataba de un castigo por lo que había hecho? Quiso preguntarlo, pero era como si hubiesen desconectado su cuerpo de su mente. Su lengua no le obedecía, sus labios estaban entumidos y se negaban a abrirse, hasta sus lágrimas parecían incapaces de seguir saliendo, haciendo que se sintiera como atrapada detrás del agua de una cascada.
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HIJOS DE DACIA
FantasyCompendio de cuentos canónicos de personajes originarios de Dacia, el reino de los viejos padres al noreste de Ziggdrall y que a día de hoy, era un misterio