*Éperdu: estar en un estado de intranquilidad o inquietud. Acongojado, afligido, miserable...
«La pérdida es parte de la vida, pero no la define», pero, ¿qué pasa si esa pérdida cambió nuestra existencia por completo? ¿Qué pasa si por más que lo intentemos, no nos disponemos a aceptar los cambios que han de venir en nuestras vidas y nos encerramos dentro de un profundo hoyo de angustia y sufrimiento?
Para Marinette, esta idea sonaba mucho mejor. ¡Ya no podía soportar más!
Ya no aguantaba estar más tiempo allí, de pie, junto a ese ataúd.
Allí, dentro de esa caja, se suponía que estaba el amor de su vida, se suponía que estaba el chico con el que ella iba a envejecer y con el que formaría una familia. Mas ahora, todas esas promesas no eran más que recuerdos en su memoria. Su corazón le dolía, sus lágrimas no dejaban de salir y combinarse con las gotas de lluvia que comenzaban a caer sobre ese cementerio.
No obstante, en medio de ese tormentoso dolor y con una mirada cargada de angustia, fijó sus ojos azules en aquel hombre que, según ella, había sido el responsable de tal desgracia: él, el padre del chico que amaba. Parecía que el dolor no había tocado su puerta; parecía que tal situación no lo había afectado en absoluto y esto, le dio más razones a ella para creer que ese hombre había sido el causante de todo eso.
Esa noche, por más que lo intentó, Marinette no pudo estar tranquila en su casa. Todo le recordaba a quien había sido su novio: las notas pegadas en la pared, las fotografías de ellos dos junto a su cama y... ese brazalete que él le obsequió cuando cumplió 14 años y que ahora ella abrazaba contra su pecho... ¡Todo! Incluso, al salir al balcón por algo de aire fresco, recordó el último día que pasó al lado de su amado en ese lugar: ambos habían disfrutado de una romántica cena bajo las estrellas y habían hablado de lo maravillosa que sería su vida cuando formaran una familia juntos.
Pero ya nada de eso llegaría a pasar.
De pronto, un trueno se escuchó a lo lejos. Al levantar su mirada, las nubes grises oscurecían aún más ese cielo y ahora, las gotas de lluvia estaban por caer de nuevo en la ciudad. Ese momento no podía ser más deprimente, así que, por esa razón, ella recostó sus antebrazos en la baranda e inclinó su cabeza hacia ellos para tratar de llorar abrazando aquel brazalete.
Vaya que lo extrañaba.
—Será mejor que entres, te vas a mojar.
La joven se exaltó al escuchar a alguien a sus espaldas y al voltearse, logró ver al héroe de París sentado del otro lado de la baranda, tal y como ambos habían hablado por primera vez hacía muchos años.
—Un par de gotas de lluvia no me harán nada ―respondió ella sin ganas.
―Puedes enfermarte.
―¿Y qué con eso?
―No quiero que te enfermes, Marinette. Aunque, si eso sucede, yo mismo vendría a cuidarte.
La azabache vio de nuevo la calle bajo el balcón. Algunos autos pasaban, la vida de los demás parecía seguir su rumbo menos la de ella.
―Una gripe no es nada en comparación con el dolor que siento en este momento, Chat Noir. Nadie sabe cómo me siento.
El superhéroe se deslizó por la baranda para estar más cerca de ella. Una mirada cargada de tristeza decoró su rostro. Tal vez él sí era el único que la entendía, pero no podía decirle.
―Escuché la noticia. Lamento lo que le pasó a tu novio.
Ella apartó su mirada. Se le hacía algo difícil hablar de tal tema, pero al mismo tiempo, sentía que podía hablarlo con el héroe. Después de todo, él era su compañero de batallas, el chico en quien más confiaba en ese mundo, incluso al nivel de Adrien.
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Angustia | Historia Corta | Miraculous
Short StoryMarinette creía que todo se había terminado cuando había perdido al chico que amaba. Sin embargo, las cosas tomarán un giro cuando Argos reaparezca en París. Al parecer es el inicio del fin. El baúl de los secretos apenas está siendo abierto. ¿Marin...