CAPÍTULO III pte. final - LA SOMBRA DE LACOCK

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Cruzar la entrada del recinto indica para el muchacho que un nuevo día ha comenzado.

Así pasan los momentos, y ya con el correr de las horas, poco a poco la jornada escolar comienza a llegar a su fin para el pequeño, habiendo sido un día extraño en lo que respecta a esa incómoda normalidad que significa para él observar, sentir y temer a una criatura que le atormenta casi a diario. Pero hoy, sin embargo, después de aquella pesadilla, aquel ente no ha marcado su presencia en los muros de la sala de clases, o en los espejos del baño cuando la necesidad se hace presente en la jornada; apenas si ha sentido una leve persecución que solo nace desde su mente, pues no acostumbra a tener días sin temer, aún cuando a veces si vienen a él.

Tras resonar en los pasillos el característico eco de la campana, con rapidez comienza no sólo a escucharse como muchas puertas se abren en cada rincón del recinto, sino que, como cada día, los pasillos se inundan de gritos, conversaciones y risas que acompañan el sonido de incontables pasos que recorrer metro a metro ese largo camino para llegar a la gran puerta principal por donde saldrán en dirección a sus hogares.

A las afueras de la escuela o repartidos en los jardines y espacios de espera, allí donde padres, madres y familiares aguardan por la llegada de sus pequeños; una mujer espera mirando con detenimiento cada rostro que emerge del interior del viejo edificio.

Desde lejos, mientras fuma un cigarrillo sentada en una de las muchas bancas que se encuentran en el jardín frontal de la escuela, observa cómo los estudiantes comienzan a salir tras haber terminado la jornada. Entre ellos, pasados unos minutos, aparece su sobrino acompañado de una delgada muchacha con la cual se dirige hacia una de las bancas más alejadas y, allí bajo un árbol, se sientan a conversar durante un rato a la espera de Sandy.

El observar como su sobrino, un chico sin amigos, reservado y alegre solo con unos cuantos, charla con una jovencita que, aún cuando también denota una cierta timidez, le observa con amabilidad mientras, a diferencia del niño, escuetamente mueve los labios para pronunciar alguna palabra; es algo que llena su corazón de dicha.

Sin embargo, no deja de serle llamativa la actitud de la pequeña, pues, mientras todos los demás son recogidos por sus padres o se encaminan cruzando el vasto jardín en dirección al orfanato, ella sólo parece pretender pasar el tiempo con Edward sin importar la hora. Es así como, con la clara intención no sólo de dejarles conversar un momento más, sino también observar si los padres de la niña al menos han tardado en llegar, enciende otro cigarrillo sin apartar la vista de ambos.

Pasado un buen rato en que la mujer no observa adulto alguno que acuda por la muchacha, y habiendo avanzado también la hora para recoger a su sobrino, se levanta de la banca para dirigirse hacia donde los dos niños aún permanecen conversando.

Al llegar, apenas tiene tiempo de reaccionar cuando, como de costumbre, el niño se levanta de golpe y corre a abrazarla mientras deja sus cosas con la muchacha que solo observa en silencio dibujando una tímida sonrisa en su rostro.

— Mi pequeño Edward ¿Acaso no me presentarás a tu amiga?.— Dice la mujer mientras lo aparta y sonríe mirándola.

Dicho esto, para su sorpresa, observa cómo la muchacha solo atina a abrir los ojos por un instante solo para agachar la mirada y borrar la sonrisa de su rostro mientras observa sus zapatos.

Ante esto, Edward, quien parece estar acostumbrado al actuar de su amiga, coge a Sandy del brazo y la acerca hasta la banca para tomar sus cosas con una mano, mientras que, con la otra, la mantiene sujeta al hablar.

— Ella es Damaris, tía. Es mi amiga. Pero no habla mucho.

— ¡Edward, eso no se dice! No seas descortés. Usted es muy hermosa, señorita. Me gusta su cabello, la felicito.— Responde notando como la chica ni se inmuta, lo cual trae un breve e incómodo silencio a ellos.

Kharus (pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora