•𝙻𝚊 𝚑𝚒𝚜𝚝𝚘𝚛𝚒𝚊 𝚍𝚎 𝚞𝚗𝚊 𝚗𝚒ñ𝚊 𝚜𝚒𝚗 𝚗𝚘𝚖𝚋𝚛𝚎•

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ᴏᴍɴɪꜱᴄɪᴇɴᴛᴇ

Sentía que miraba a la muerte misma, sin rostro para ella, solo unos ojos predadores y horribles que la miraban solo como un pedazo de carne, con un cuerpo enorme que la mantenía en el suelo.

¿Cómo terminó así? Tan solo había sido amable, tan solo quería una buena comida, tan solo quería juntar algo de dinero y que su madre estuviera orgullosa.

Su mente recordó toda su vida, su dolor.

—Abuelita… ¿ya mismo llegamos? hace mucho frío… —la pequeña niña tembló agarrando el abrigo de la mujer mayor.

—Toma linda. Solo queda doblar la esquina y llegamos. —tomó su abrigo con sus manos arrugadas y envolvió a la pequeña en él.

—¡No me importa esa mocosa! —un fuerte grito las detuvo, frente a ella estaba su progenitora de rodillas suplicándole a un hombre— ¡Llévame contigo!

Los ojos solo la miraban, sin emoción alguna. Era la tercera vez en ese año, su abuelita tapó su ojos y la giró para caminar de regreso.

—Vayamos a ver a la vieja Martha. No la hemos visto en mucho tiempo. —con una sonrisa quiso calmarla. La niña miraba al suelo.

—¿Por qué? —su voz sonó neutra, sin nada más que el acento de la pregunta.

La señora suspiró— No hagas caso, mientras te ames tu misma el resto del mundo no importa.

Revolvió los cabellos rizados de la pequeña sacándole una sonrisa. Llegaron prontamente donde la vieja Martha, ella las recibió con una sonrisa y miró confundida a su amiga.

—Oye Julia, ¿vienes a buscar más información de ese tal Milla, Malla o como se llame otra vez? —la nombrada negó fingiendo demencia ante la pregunta frente a su nieta.

—Otro día te explico. —respondió jugando con la niña, al igual que su abuela decidió fingir demencia.

Ese día cuando regresaron a casa su madre ya no estaba, no es como que le hubiese importado, después de todo eran más raros los días que se quedaba a dormir en la casa que los que no.

A la pequeña de ojos azules nunca le había molestado quedarse sola, solo hasta que tuvo que ver como enterraban a su abuela sintió la soledad. Un par de meses después de haber cumplido cinco años su abuela falleció.

Los pésames se sentían vacíos, en especial cuando luego del entierro nadie veló por ella y su seguridad, ni si quiera su madre.

Comía de vez en cuando y su única forma de sobrevivir fue robando, comía cualquier cosa que podía conseguir. También llevaba un poco a su madre, siempre esperándola, siempre con esperanza de que la trate como lo hacía su abuelita.

—¡Maldita mocosa! —una taza aterrizó en su frente rompiendo su piel dejando paso a la sangre— ¡Mi vida es más miserable por tu culpa! ¡Si no fuera porque me enteré hasta tarde de ti nunca te hubiese tenido!

Nunca respondió y eso molestó más a la mujer, tomó los mechones de la niña con fuerza tirándola al piso, la golpeó hasta que cayó por el esfuerzo y el alcohol.

La niña solo miraba, seguramente otro cliente la rechazó cuando se enteró de su existencia. Cuando tenía un mal día no venía borracha y solo la golpeaba poco.

—Tengo hambre… —murmuró sin emociones, salió de la casa en busca de algo que comer. Si tenía suerte encontraría una gallina mal parqueada y se la podría llevar y haría algo para las dos.

La vieja Marta le había enseñado como hacer una sopa, a veces la ayudaba pelando papas o picando algunas verduras. Eso le aseguraba un plato de comida decente.

¡Banda, nos doxearon! [Tokyo Revengers]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora