Capítulo 12

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La cena había pasado rápidamente y, gracias a dios, Ethan no había decidido volver a molestarme. Ya estábamos con el postre y... una cosa llevó a la otra... y después a otra...

–Rocío, te toca; ¿verdad o atrevimiento? –esta se rio un poco, a causa del alcohol que llevaba encima, y es que habíamos acabado con el arsenal de cervezas y ya habíamos empezado con la ronda fuerte. –Verdad.

–¿Es verdad que te ponía el profesor de traducción? –Iván le acusó con un dedo y esta intentó no delatarse.

–No –respondió. –Bueno, un poquito. Es que estaba muy bueno –asintió con la cabeza y todos nos reímos.

–Vale, Caye, te toca, ¿verdad o atrevimiento? –le preguntó Rocío.

–Verdad –todos dijimos "oh" a la vez, porque desde que le habíamos obligado a beber dos cervezas cuando ella normalmente no toma "calorías vacías" no había dejado de decir verdad.

–Bueno, vale, pues... ¿alguna vez te han arrestado?

–No, pero sí que es verdad que una vez los padres de Abril me echaron de su casa por haberle teñido el pelo de morado. Y no me arrestó la policía porque no había cometido ningún delito, pero vamos, que a punto estuvieron de llamarla.

–Teníais que haber visto la cara de mis padres –solté entre carcajadas.

–Abril, te toca.

–Uf, me voy a arrepentir de esto... atrevimiento.

–Atrévete a comerte una guindilla –sonrió Cayetana. Y es que la cabrona sabía que incluso lloraba con el picante, de lo mucho que lo odiaba. Si hasta la pasta de dientes era asquerosa para mí.

–Ay, no... –me lamenté. Me llevaron una de las guindillas que habían traído porque a algunos sí les gustaban. Cogí el vaso con una mano y la guindilla con otra y nada más comérmela di un largo trago. –Qué asco –dije entre arcadas. –Te la voy a devolver... Iván, tu turno.

–Atrevimiento –se lanzó este. Y no tenía miedo a ninguna perrería que le pudiéramos hacer, estaba segura, pero había algo que no dejaba de pasarse por mi cabeza. Y, sí, era devolvérsela a Ethan.

–Atrévete a llamar a mi vecino por teléfono y decir que le has puesto una multa por estar mal aparcado –susurré por si ese estaba ahí escuchándonos. Este se encogió de hombros pero ninguno entendía mi afán por molestarle. Sí sabían que el patio estaba dividido por eso pero no que esa misma tarde me había empapado ni que yo le había mandado a una secta. –Estamos en guerra y... ahora voy perdiendo. Hay que igualar contadores –expliqué.

–Oye, guapa, dilo todo, que hoy mismo le has mandado una secta a la puerta de su casa –me recordó Caye, a quien ya se lo había contado.

–¿En serio? –se quedaron sorprendidos.

–Tengo el video y todo –se lo enseñé y se rieron con ganas.

–El wifi dice... qué bueno –se rio Iván. –Venga, dame ese teléfono que quiero ver la cara que se le queda cuando salga a quitar el coche.

–Vale pero a ver, ya que vamos a liársela vamos a hacerlo bien. Habría que pintar una línea amarilla para que parezca que está mal aparcado... –sugirió Rocío.

–Sí, y también podríamos escondernos y grabarle desde la otra acera, para ver su reacción –añadió Laura.

Y allí que fuimos; todos borrachos. Y claro, una línea recta, lo que se dice recta, no fue, pero hicimos lo que pudimos.

–Ala, pedazo de rayón le han hecho –susurró Iván, que quería más a su coche que a nadie. Le hacían eso al suyo y removía tierra y mar para buscar al culpable.

–Ya... qué gente más mala.

–Vamos, que has sido tú –me incriminó.

–A ver... teóricamente fue el carrito de la compra, que cogió rebufo y...

–¿Y luego te extrañas de que el chaval te moje? Haces esto con mi coche y te hago el calzoncillo chino, como poco.

–Pues todavía no sabe que fui yo, ya verás qué gracia cuando se entere.

–Ese chico merece una estatua por aguantar tus cosas –negó Iván con la cabeza.

Cuando terminamos nos escondimos detrás del coche de Iván, que justo nos pillaba en frente del de Ethan.

–Vale, ahora tienes que llamar pero con número oculto –le susurré dándole mi móvil, porque todos los de ellos estaban cargando por las horas de Spotify e Instagram del viaje, mientras que Caye grabaría con el suyo.

–Ya lo sé, no soy tonto.

Marcó las teclas para llamar en desconocido y Cayetana le dictó el número. Este lo puso en altavoz en bajo para que pudiéramos escucharle todos pero sin que Ethan, si salía, se oyera.

–¿Diga? –contestó Ethan. Nosotros nos contuvimos para no hacer ruido.

–Buenas noches, le llamo desde el cuartel de la guardia civil para informarle de que le hemos puesto una multa por tener mal estacionado el vehículo –Iván hablaba con voz grave para parecer más autoritario. –Tiene que retirar el vehículo de la línea claramente amarilla.

–¿Ya me ha multado?

–Sí, son 700 euros.

–¿Y dónde está usted? Si me acaba de poner la multa... ¿supongo que seguirá aquí?

–No, no, yo... –nos miró a todas pensando cómo salir de esa y alguien le susurró algo. –Hemos tenido una llamada muy urgente y nos hemos tenido que ir. No nos ha dado tiempo ni a rellenar la multa, pero vamos, que le llegará en unos días.

–Ya... y si ya se han ido, ¿para qué me llama?

–Para que quite usted el coche mal estacionado –contestó borde.

–¿Para qué? Ya me ha multado, no puede multarme dos veces por la misma infracción.

Qué cabrón... mira como esas cosas sí las sabía.

–Bueno, ya pero... debe retirar el coche en algún momento.

–Mañana lo quito. Si es que realmente hay una línea amarilla, que antes de aparcarlo en la puerta de mi casa me fijo en esas cosas –contestó este.

–Muy bien –y sin saber qué más decir colgó. –Vaya tío, hasta las leyes se las sabe –se sorprendió este.

–Jope, no hay manera de devolvérsela... –me frustré.

Volvimos a casa decaídos porque habíamos puesto mucha intención en la broma y no habíamos conseguido que saliera. Pero bueno, qué le íbamos a hacer.

Recogimos todo lo del patio y decidimos que por ese día había sido suficiente fiesta. Y antes de hacer el reparto de camas me llegó un mensaje.


Vecino tocapelotas:

Si vais a hacer una broma, al menos tener la picardía de poner el número en oculto.


Miré a Iván con el ceño fruncido y este me devolvió la mirada, hasta que se dio cuenta de que algo ocurría.

–¿Tú no has puesto el número oculto? –afirmé, más que pregunté.

–Que sí hombre, +34 y su número, que me acuerdo yo –se defendió. Me acerqué lentamente y le di un capón con ganas. Me miró sin entender qué ocurría.

–Eso es el prefijo para llamar a un numero de España –explicó Laura.

–Para poner en desconocido es #31# –añadió Rocío.

–Ah, claro, también me sonaba ese, pero es que no quería parecer tonto después de deciros que no lo soy así que... pues puse el primero que se me vino a la cabeza –se encogió de hombros.

–Pues qué bien, oye, ahora tiene mi número y sabe que hemos sido nosotros.

Patio compartidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora