El agotamiento estaba matándolo. Un chico llamado Osamu Dazai: de poco más 15 años, cabello y ojos castaño oscuro, junto a su piel blanquecina cuál papel. Tan fina, que se podría cortar con apenas unos roces de una hoja afilada. Su estatura era la de un adolescente promedio, nada fuera de lo común. Lo único destacable, era la manta de vendas que envolvían cada milímetro de su cuerpo tan delicado, cómo si lo estuvieran abrazando.
A veces habían rumores por la escuela sobre esas vendas: Si era su piel, si era una momia, si era alérgico al sol... Miles de teorías fantasiosas alimentaban las mentes ignorantes de sus compañeros, o eso pasó por su cabeza al ver cuchicheos a la lejanía, junto a miradas de reojo que se dirigian hacia él. No le daba importancia a su reputación en la escuela, ya era costumbre el recibir ese tipo de tratos. Y más, por ser (según rumores) "la mano derecha" del extraordinario enfermero de la escuela: Ōgai Mori
En ese día el enfermero con gran reputación había solicitado su estancia en la enfermería. Se supone que debería de irse a su hogar después de un día de escuela, pero no tenía mejores cosas que hacer que encerrarse en sus pensamientos suicidas. Pensamientos recurrentes que no podía controlar, a no ser que su cabeza estuviera distraída. Llegó con vageza a la enfermería, empujando la puerta que separaba el pasillo de la habitación. Allí, se encontró al susodicho de espaldas, mirando por la ventana que daba lugar a la calle.
Al oír el ligero crujido de la puerta, supo de inmediato quién estaba tras él, por lo que se limitó a hacer un gesto con la mano para que esté se acercase. No dudó en seguir su petición, caminando hasta estar a la par, desviando la mirada hasta la ventana. En ella se podía contemplar al resto de alumnos dirigiéndose hacia sus casas, charlando y socializando cómo niños de su edad, cosa que él no hacía.
Apenas se hablaba con dos quienes considera sus únicos amigos: Odasaku Sakunosuke y Ango Sakaguchi. Apenas intercambiaban algunas palabras en clase, por lo que llamarlos amigos no era del todo adecuado. Excepto una persona, alguien que si bien parece de verdad un amigo, para él significaba mucho más. Era un compañero, pero las cercanías ocasionales que tenían hizo que formarán un vínculo demasiado lindo cómo para quebrarlo.
Chuuya Nakahara, de su misma edad, cabellos anaranjados y ojos tan azules como el cielo. Era algo rebelde en la escuela, pero aún con su rudeza y sus personalidades chocantes, eran casi inseparables.
En medio de ese silencio sepulcral, Mori levantó la voz, dirigiéndose al chico a su lado con una voz que expresaba tranquilidad y sosiego:
-Aun siendo tú un adolescente, apenas logras socializar con tus compañeros.- Soltó, volteando la cabeza para mirarle. -¿No tienes interés en ellos?-
Esté negó con la cabeza. -No se que puedo esperar conseguir si hablo con personas que tienen una mala imagen de mí.- Aclaró sin apartar la vista de la ventana, mirando a un punto fijo con una serenidad clavada en sus ojos café.
-¿Porqué me llamaste?- Fué directo al grano, exhausto por tener que permamecer en la escuela por más tiempo.
-Veo que no quieres más preámbulos.- Soltó una risa ante su urgencia de respuestas -No te preocupes, será rápido. Sigueme.- Se levantó de su asiento, saliendo de la habitación sin siquiera estar seguro de si el chico le iba a seguir o no. Dazai le siguió en silencio, notando que se dirigía hasta la parte trasera del instituto, donde solían juntarse las pandillas callejeras para pasar el rato. Alrededor apenas había uno o dos grupos, por lo que si pasaba algo, nadie lo notaría.
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Heridas - Soukoku
Short Story-Esta historia contiene menciones al suicidio y autolesiones -Los personajes utilizados no son originales, son pertenecientes al manga y anime "Bungou Stray Dogs" -Por favor, evitar comentarios morbosos ante los temas delicados de esta historia -Est...