Hasta ahora, Aemond solo tenía ese nombre. Estaba marcado en su mente como fuego. Lucerys... un ser hermoso que aparecía ya de forma más constante en sus sueños y que comenzaba a recordar de forma más consciente. Sus ojos, su nariz, sus labios... tenía que haber una explicación para la recurrencia de su presencia. No podía ser algo tan azaroso como una creación onírica.
Tenia que comenzar a aceptar algunas señales. Ver sombras en el rabillo del ojo, sentirse acompañado en algunos momentos... especialmente cuando se atrevía a tener esas fantasías que sus superiores le habían autorizado.
Aemond sabía que no era casualidad y ahora, tendría que aparentar. Si no estaba solo, no podría investigar mientras era observado. Tenía que confirmar sus teorías.
Para su propia suerte, ese ente que lo acompañaba, Lucerys, había estado ausente los días siguientes al día en el que le reveló su nombre. Tenía más libertad entonces de moverse e investigar a su paso.
Pasaba horas en las salas de la biblioteca privada de la iglesia donde buscaba información que podía servirle. Cualquier cosa que le mostrara la verdadera naturaleza de Lucerys... aún si dentro de él, ya tenía la respuesta. La sabía pero no quería verla... porque habría sido muy tonto de su parte haber terminado siendo poseído por el mismo demonio que él había exorcizado... sería patético...
Aunque muy probable...
Las horas con la nariz en los libros se volvían días, pero no sabía cuánto tiempo más tendría la libertad de investigar...
Un súcubo. Eso estaba realmente claro... pero ahora sabiendo que su realidad era la de un poseído... habían tantas incongruencias con lo que le mostraban en la iglesia. Lo que le decían.
Aemond era feliz. Se sentía fuerte, descansaba bien y se mantenía concentrado... el llevar a la acción su deseo le había despejado la mente y podía trabajar mejor en sus horarios dentro de la iglesia.
Pero la narrativa de su iglesia siempre mencionaba que una persona poseída tenía momentos llenos de horror y agotamiento. Dolor constante, visiones terribles...
Nada de eso le sucedía. Si se atrevía a decirlo, estaba en su mejor momento.
—¿Pero por qué, Padre?— preguntó Aemond a uno de los sacerdotes de mayor jerarquía que él.
—Ya te lo he dicho suficiente, Aemond. Porque son demonios. Son enemigos de la divinidad.
—Entiendo eso... pero... ¿una abeja y una flor no tienen la misma calidad que un humano y un súcubo? Una rémora y un tiburón... incluso las sanguijuelas...
—Las sanguijuelas son animales terribles y asquerosos.
—Y se usaron durante mucho tiempo como herramientas para sanar... nos beneficiamos de su uso limpiando nuestra sangre mientras se alimentaban... ¿no es así?
El sacerdote miró al más joven con ojos entrecerrados. Estaba cansado de discutir pero más que eso, no tenía un contra argumento para su pupilo. Los súcubos eran malos porque eran demonios y los demonios eran malos y debían ser exterminados porque Dios así lo había dicho. No había más. Y cuestionarse la ley divina no era más que evidencia clara de la rebeldía de las nuevas generaciones de ordenados. Una sed de conocimiento insaciable que no traería nada bueno al clero.
—Si la existencia de un súcubo es como una sanguijuela como lo dices...— dijo el mayor. —Entonces explícame por qué la perfecta simbiosis que describes en ocasiones termina con la muerte del poseído, Aemond. Ya que eres un experto en el tema.
Aemond se quedó callado. No tenía respuesta. Era ese justo el punto que lo mantenía confuso y sin una respuesta clara ante su predicamento.
Era innegable. Había ocasiones que los demonios causaban la muerte prematura de sus huéspedes... ¿podría ser inexperiencia? Tal vez avaricia o desconocimiento de un límite... si los súcubos se alimentaban de la energía sexual de una persona, ¿no sería conveniente para ellos mantener a su huésped fuerte...? Eso era a su parecer justamente lo que Lucerys hacía con él... ¿no? ¿Cuál era el mal en su existencia...?
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Fuego infernal
Fanfiction"Pero si es el deseo del Señor, ¿quién eres para negarte?" Era de noche y recibió una llamada. Se encontraba solo en su habitación. La casa, sola como de costumbre. Su madre había muerto hacía tiempo y de su hermano nunca supo nada una vez se declar...