Misión "Tras los pasos del Mono"

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La cucarachas tenían una forma poco glamorosa de morir. Mientras que las arañas contraían sus patas para formar un cadáver compacto, y las avispas y abejas peleaban valientemente hasta el último momento, las cucarachas terminaban por convertirse en un asqueroso puré de patas y pedazos de cuerpo que seguían moviéndose con desesperación.

Claro que no tenía nada en contra de quienes se aferraban a la vida aún en las peores circunstancias, pero correr solo con la cabeza y un par de patas, arrastrando detrás el cuerpo aplastado... era deprimente. Así que la volvió a pisar y restregó la sandalia con empeño para desintegrarla tanto como fuera posible, después roció un poco de limpiador en atomizador y pasó el mop para llevarse los restos de esa y otros bichos rastreros que había asesinado con insecticida.

Era una tarea penosa la suya, sobre todo considerando que hiciese lo que hiciese, difícilmente conseguiría que el sitio luciera impecable.

Con un piso de cemento pintado, no existía aún el producto de limpieza que lograra que reluciera. Pero estaba poniendo su mejor empeño, porque su madre le había educado para comprender que no existía trabajo denigrante, siempre que este fuera honrado, y ser empleado de limpieza era muy honrado.

El balde de agua con limpiador se había ennegrecido por completo y como no se le antojaba andar pasando la suciedad de un lado a otro, decidió que era tiempo de cambiarlo.

La llave del agua estaba medio oxidada y darle un giro de más haría que se desprendiera y hubiera una fuga masiva, eso lo había aprendido el primer día, así que debía conformarse con el minúsculo hilo que salía de manera segura.

Aprovechó el tiempo para estirar la espalda, absteniéndose de respirar profundamente porque el olor de excrementos de perro le daban nauseas. Llevaba ahí más de una semana, pero sin importar cuánto jabón y limpiador de lavanda usara, el olor no se iba, se había impregnado hasta el subsuelo y sospechaba que los tres perros que había en el lugar, solo lo observaban esperando que terminase de limpiar para ir a orinar, y no tenían más ocupación que ir dejando sus heces por donde él ya había lavado. Hasta pensaba que era biológicamente imposible que desecharan tanto en un solo día, o tal vez tomaban turnos para molestarlo y después solo pararse inocentemente frente a él dándole un ladrido que sonaba a: "¡Muévete inútil, está sucio ahí!".

Le gustaban los perros, pero esos tres estaban ganándose unas píldoras de veneno entre los huesos de pollo con los que se alimentaban, que por cierto, eran otro factor que lo asqueaba.

Con el inclemente calor que hacía en la zona, los cadáveres de pollo en el patio atraían posiblemente a todas las moscas de la zona e intensificaban el olor del ya de por si nauseabundo lugar.

Mojó el pañuelo que usaba en la cabeza para calmar la sensación caliente que traspasaba su cráneo hasta marearlo.

La cubeta estuvo lista. La etiqueta del limpiador recomendaba 50 ml por los cinco litros de agua promedio que se usaba por balde para limpiar, pero él simplemente dejó caer una generosa dosis haciendo que el agua se volviera morada, después limpió afanosamente las fibras de algodón de su mop hasta que recobró un color mas o menos gris pálido y regresó al punto en que se había quedado que, como ya esperaba, tenía una mancha de apestosa orina.

El perro ladró, agitó la cola y se marchó para echarse en su jergón a la sombra de las escaleras.

Aoba solo suspiró.

—¡Hey! ¡Mocoso!

Levantó la vista. En el piso de arriba el viejo mal encarado para el que trabajaba acababa de levantarse, él simplemente no comprendía cómo podía permanecer en la cama con el sol de medio día empeñado en eliminar todo rastro de vida en la tierra.

La inusitada torpeza de un shinobi (cómo errar misiones paso a paso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora