La habitación olía a incienso y a hojas de limón tostadas. Pero todo el incienso del mundo es nada cuando se trata de camuflar el hedor de la carne que muere. Ya no había solución posible. Los dioses reclamaban lo que es suyo. Lo sabían los médicos y lo sabía Akil, el propio enfermo, pero nadie se resistía a dejar marchar al que fuera arquitecto favorito del faraón. Su esposa Neema, a la cabeza del coro de plañideras, se desgarraba las vestiduras y se arañaba las carnes de los brazos. El enfermo cerró los ojos. Apretó los labios y gritó todo el mundo fuera, dejadme en paz un momento. Las plañideras callaron a coro. Parecía impropia una voz tan resonante en un pecho tan débil. Neema miró a los sacerdotes. Esperaba que estos dijeran algo sensato. Sin embargo, los sacerdotes también estaban confundidos. Un hombre tan considerado con la tradición como Akil debería saber lo que se espera de él en un trance como este. Los sacerdotes intercambiaron miradas. El más anciano alzó levemente las cejas. La muerte juega a confundir a los hombres. Eso parecían decir los ojos cansados y tristes del anciano sacerdote. Neema agarró un pie de su esposo, llevó la frente hasta el suelo y dijo algo referente a la misericordia de Osiris. Akil comprendió la turbación de su esposa y sonrió con el gesto más dulce y conciliador.
. - Os lo ruego -dijo Akil-, dejadme a solas. Será solo un momento. Luego podréis volver con vuestros rezos y vuestros cantos. Osiris no se va a ir a ninguna parte.
Neema miró a su esposo. Leyó en el fondo de sus ojos. Un segundo. Dos. Se levantó, hizo un leve ademán con la cabeza y todos la siguieron hasta la salida.
. - Vosotros no. Omari, Hasani, quedaos conmigo – dijo Akil -. Tengo algo que deciros.
Omari y Hasani eran los dos únicos hijos que le quedaban con vida al viejo arquitecto. Los muchachos, de veinte y dieciocho años respectivamente, miraron a la madre. Neema dijo haced caso a vuestro padre y desapareció de la habitación. Las antorchas jugaban a dibujar figuras danzantes sobre el lienzo de la pared. El humo del incienso oprimía el pecho de los jóvenes. Hasani se sentía a un punto del vómito, pero se mantuvo erguido y digno, imitando en todo a su hermano mayor, por el que sentía una admiración sin fisuras.
. – Acercaos, no tengáis miedo – dijo Akil alzando las manos para que se la tomasen sus hijos- Poneos cerca, donde pueda veros bien – Los dos muchachos se sentaron a uno y a otro lado del jergón, agarrados a las manos temblorosas del anciano – Necesito que me escuchéis con mucha atención. Y que me prometáis que mis palabras morirán conmigo y que por nada del mundo, aunque os sometan a las más atroces de las torturas, saldrán de esta habitación.
Los dos muchachos callaban, aturdidos por la severidad de las palabras del enfermo. El padre les apretó las manos y dijo lo que voy a contaros va a cambiaros la vida, pero también puede costaros la muerte si os tomáis a la ligera mis palabras u os dejáis llevar por la arrogancia, así que necesito escuchar de vuestros labios una solemne promesa, y los dos hermanos dijeron te lo prometemos, padre. Entonces el hombre les soltó las manos, cerró los ojos y dejó que el fuelle de su pecho se recompusiera. Al cabo abrió los ojos. El sudor descendía copioso por su frente. Olía levemente a amoníaco. A agua sucia.
. – No he sido un buen padre – dijo Akil -. Lo sé. Me voy de este mundo cargado de pesadumbres. Tantos hijos muertos en guerras inútiles. Tantos años entregados al faraón. Tanta vanidad. Tantos días, tantos años quemados levantando edificios que siempre eran para otros, dilapidando riquezas que nunca eran mías. Y ahora llega mi hora suprema y no dejo a mis hijos más que miseria e infelicidad.
. – No, padre, no diga eso – dijo Omari. Los ojos arrasados en lágrimas.
. – No me interrumpas – dijo Akil – No son estas palabras arrancadas por el miedo a la muerte. Es algo que llevo arrastrando desde hace muchos años. Oídme bien. Cuando murió vuestra hermana Zalika el faraón me llamó para un nuevo trabajo. Yo estaba desolado. Le rogué que llamara a otro arquitecto. Necesitaba soledad. Mi corazón era un puente roto. Ya sabéis lo que yo sentía por vuestra hermana, aquel dulce ángel que los dioses pusieron en mi vida por tan breve tiempo. Sin embargo, el faraón
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LA CÁMARA SECRETA
AdventureEl joven Hasani ha conseguido entrar en el Salón del Tesoro de la Gran Pirámide del Faraón varias veces, burlar la seguridad real y robar joyas de incalculable valor. Su éxito lo vuelve temerario. Intentará dar el gran golpe. Pero la hija del Faraón...