Versos en sangre y una noche agitada.

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Mi vista se comenzó a nublar; pero no, debía concentrarme en aquello que por extraño que fuese, de ahí en más sería una realidad.

Mis manos sudaban frío y se encontraban tan blancas cual trozo de papel. Esto siempre me ocurre al estar desconcertada o algo por el estilo.

Las letras se encontraban en zigzag o diversas posiciones, y mayúscula; al rededor de estas se divisaban gotas de sangre seca, que lógicamente eran lo más importante allí.

Me sostuve por un momento de dicha mesa de madera fina, y contuve la respiración.

El pequeño pero desgarrador mensaje decía:

"TE LO ADVERTIMOS
CHRISTINA...

¿SIGUES TÚ ?

PRONTO LO SABREMOS.

TUS SERES AMADOS
SERÁN LOS
A F E C T A D O S.

BUENA SUERTE..."

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Por un momento mis latidos cardíacos retumbaron en mis oídos, y al abrir los ojos; me encontraba en mi habitación. ¿Me había desmayado? Mi madre estaba a mi lado con una mirada entre compasiva y de tristeza.

—¿Mamá? ¿Qué estoy haciendo aquí? —le dije mientras sentía gotas de sudor bajar a través de mi frente.
—Chris, eso no es lo importante ahora; lo importante es que descanses, tuviste una crisis nerviosa y... Bueno, relájate.
—No, necesito ver esa carta... —traté de levantarme y dar un paso adelante, pero solo conseguí precipitarme al suelo.
—¿Lo ves? Estás agotada; ahora duérmete ahora.

Me dio un beso en la frente con dulzura, mientras rozaba uno de mis rizos y se fue a su recámara.

Fruncí el ceño; a regañadientes tomé mi cobertor de lana preferido y me cubrí el rostro.

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Austin pov:
Me sentía cansado, y lo último que quería era recibir otro grito por parte de Luciano. Luciano era mi compañero de intercambio; pero a diferencia de mí, él venía de Italia, lo cual dificultaba la comunicación enormemente.

Conduje hasta llegar a los apartamentos para estudiantes y abrí el portón con la llave que él mismo me había dado; "grata fue mi sorpresa" al encontrarlo en sus intimidades con una chica de rasgos latinos. Eso significaba que el único vírgen de ahí en más sería yo...

La cara de Luciano al verme era fenomenal, nunca lo había visto tan apenado; sus ojos grises se abrieron, mientras sus mejillas enrojecían y con rapidez cargaba a la joven a su habitación que también aparentaba estar avergonzada.

Era inevitable no estallar en fuertes risotadas.

Me dirigí a la tercera habitación, (que era la mía), descargué mis cosas y mentiras me recostaba en el sillón de cuero se sentían los golpes que daba la cama de Luciano contra la pared. ¿Cuándo iban a terminar? Al cabo de unos segundos escuché los orgasmos y a ella decir "¡Sí, por favor, más!" y los golpes contra el papel tapiz se denotaban con más fuerza cada vez.
Cuando al fin cesó el ruido, ella dijo

—Eso estuvo muy bien.

A lo cual él respondió con acento muy marcado:

—Sí, sí que lo estuvo. ¿Quieres hacerlo de nuevo?
—Como quieras...

Par de ninfómanos.

¿Y qué había decido él de si hacerlo de nuevo o no? La respuesta era lógica, sí. Así que se escuchaban los mismos gemidos, a tal punto que no podía dormir; así que fui hasta la puerta de Luciano y dije:

—Imbécil, ¡déjame dormir de una puta vez!

El ruido disminuyó y él me respondió con risa:

—¡Ve y cómete a Christina mejor, estúpido; que aquí me demoro toda la noche si es necesario!
Ambos ríeron, pero lo que no sabían era que yo también tenía la llave de esa habitación...

Una sonrisa de maldad se formó en mis labios y abrí el picaporte, a lo cual ellos se detuvieron y me lanzaron una mirada de odio, que lo único que provocó fue que me diera un ataque de risa...

—Hijo de puta —exclamó él agitado. —Ella se llama Elisa. Elisa, él se llama hijo de put... Digo Austin.
Elisa me miró con sus grandes ojos avellana y se limitó a envolver su cuerpo en una cobija mientras tomaba sus cosas.

—Pelmazo, ¿Por qué no trajiste a tu novia? Habríamos sido cuatro...
—¿Quieres que te estampe un puño en la cara como la otra vez?
—Nunca cambias definitivamente —dijo aguantando la risa.

Nos reímos como siempre, hasta que Elisa salió del cuarto de baño.

—Hasta luego mi amor —le dije haciendo un gesto para que saliera.

Cacheteó con firmeza a Luciano y se retiró del apartamento.

Me había tranquilizado un poco, pero se me olvidaba algo... Christina.
Le conté a Luciano lo ocurrido y este me aconsejó.

—A ver, ambos vinimos de no tan buenas partes; ¿verdad? Somos unos cabrones, indecentes y toda esa mierda, pero ten por seguro que somos hombres, y de vez en cuando se debe perder el orgullo, así que llámala y pregunta por su bienestar o lo que sea.
—Gracias, hermano —sonreí triste y cogí mi móvil.

Llamé, llamé, llamé; pero no contestó. ¿Le había pasado algo?

Desde aquel díaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora