Delmar sacó la cabeza del agua, abriendo la boca lo máximo posible para tomar una buena bocanada de aire. No había daños a primera vista en la barca, pero no podía cantar victoria. La noche era cerrada y las olas ascendían por el aire, expandiéndose como las inexorables e impugnables murallas del castillo del noble Thale. Negras. Frías. Tenebrosas. Carentes de toda vida. Delmar miró hacia abajo, hacia el agua que se movía a su alrededor como tinta negra, y pensó que los peces habían huido despavoridos, como si hubieran sido puestos al tanto de la irremediable ira que los dioses iban a descargar contra los mortales.
Océano contra Cielo.
El silencio agobiante a su alrededor había quedado reducido a una monotonía angustiosa, a una fuerte y agresiva pelea entre dos grandes titanes. Después de todo, a los inmortales poco les importaban los simples y perecederos mortales y solo se acordaban de ellos cuando deseaban hinchar su ya de por sí inmenso ego.
Delmar corrió al otro extremo de la embarcación que flotaba a la deriva, intentando enderezar el rumbo. Su único objetivo era mantenerse a flote y salir del ojo de la tormenta que se había desatado a su alrededor en cuestión de segundos. Las nubes completamente tupidas descargaban toda su rabia contra la barca; gotas finas y frías que se clavaban en el cuerpo como pequeñas agujas afiladas.
—¡Maldita sea! —gritó Delmar, rompiendo la monotonía e intentando sujetar con ambas manos la cuerda que mantenía recogida la vela. Si se desplegaba, era más que probable que acabase hecha jirones.
Sus manos temblaban por el frío, su cuerpo tiritaba y sus dientes castañeaban al ritmo de las gotas contra el agua y la madera. No estaba siendo capaz de hacer que se moviera como él deseaba, ni tampoco realizar el nudo adecuadamente para poder afianzarla. Estaba perdido.
Una ola de gran tamaño rompió contra la barca haciendo que se balanceara peligrosamente. Delmar se agarró con fuerza al mástil, rezando con que el mar no se la tragara y le arrastrara hasta las profundidades del océano. Luchando con sus emociones, consiguió amarrar la cuerda, rezando porque pudiera salir de allí. Era lo único que le quedaba.
Sin embargo, para cuando se incorporó sobre la barca, el viento arreció con tal fuerza que le desestabilizó, haciéndole perder el equilibrio. Delmar cayó de culo y se golpeó la espalda con el mástil, sintiendo un latigazo recorrerle. La vela se había terminado de rasgar por culpa del viento y colgaba libremente. Delmar deseó poder maldecir por su mala suerte, pero el dolor era indescriptible. En un vano intento por recuperarse, se palpó la zona dolorida y trató de masajearla, deseando recuperar algo de sensibilidad, pero el dolor era similar al de un puñetazo en la boca del estómago, privado de su aliento y con la amenaza de su cuerpo de desmayarse.
—¡Mierda! ¡Mierda, mierda, mierda! —gruñó, agarrándose a la barandilla de la barca y aguantando el balanceo peligroso por culpa de las olas y el viento. No quería morir allí. No podía morir allí. Tenía que volver con su esposa, cuanto antes.
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Canción de Medianoche
FantasyLa sangre llama a la sangre; el mar me llama a mí. Nada me consuela, salvo esa triste melodía. Es el camino del mundo, me dice. Acércate y cuéntame tu secreto. Después de una gran tempestad en mitad del océano, Delmar y su mujer Nahir toman la deci...