El cielo y el infierno

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Kiara dormía profundamente en una esquina de la cama.

Él se quedó de pie a su lado y la admiró por algunos minutos, embrujado por lo que veía.

Quería despertarla y decirle la verdad, que debían salir de allí cuanto antes porque era peligroso para ella, pero no tuvo el valor de enfrentar a la verdad.

No tuvo el valor de decirle que él había asesinado a su padre y que era el causante de toda su desgracia, mucho menos que lo había asesinado para hacer feliz a Bárbara y a su familia.

Pensó en el pasado, en todos los errores que había cometido. Sabía que todos tenían un poco de culpa, pero él siempre trataba de pensar que él era el principal culpable. Se había dejado engañar por una mujer que solo quería manipularlo, usarlo a su conveniencia.

La tomó entre sus brazos y la llevó al otro cuarto.

Aunque sabía que no iba a poder dormir, se recostó a su lado y la admiró desde su posición por largos minutos.

El cielo aún estaba oscuro.

La voz de "Iva Zanicchi" podía oírse desde la distancia. Él sonrió al recordar esas tardes junto a su madre, quien siempre les cantaba las mismas antiguas canciones y la tarareó muy bajito para Kiara:

"Voglio averti per me ogni giorno di più..." —cantó. Ella lo escuchó desde la profundidad de su sueño y sonrió—. "Vivrò, per amare il tuo amore per sognare con te per soffrire con te".

No se pudo aguantar y estiró su mano para tocarle la mejilla sonrosada y deslizar la punta de sus dedos por su oreja y entre las hebras desordenadas de su cabello.

Ella abrió los ojos con dificultad y lo admiró con los ojos brillantes.

—¿Nunca duermes? —le preguntó y se rindió a sus caricias.

La estaba tocando de una forma diferente y ella no quería que se detuviera nunca.

—Aquí nunca puedo dormir —sinceró él y le sonrió con melancolía—. Es una maldición familiar —agregó y se rio.

Ella se rio también y se acercó un poco más a él, rompiendo la fría distancia que los dividía.

—Tengo frío. —Ella tembló a su lado.

—¿Te lastimé? —preguntó cuándo la joven se movió y gimió dolorida.

—No —confirmó sonriente—. Tú nunca me has lastimado. —Le acarició el mentón con la punta de los dedos—. Me trajiste al cielo —dijo riéndose y él se unió a ella con alegría—. ¿Eres real, Nikolay Popov? —preguntó adormilada, pero muy feliz—. ¿Cómo puedes llevarme al infierno y después al cielo? —insistió y dejó un último beso en sus labios.

Nikolay sonrió y el pecho se le llenó de una complacencia muy incomparable a las que había sentido antes.

—Duerme, amor —le dijo suave. La música romántica seguía oyéndose de fondo—. Cuando despiertes, te llevaré a desayunar a mi lugar favorito.

Kiara inhaló profundo con los ojos cerrados y se dejó llevar otra vez por ese imperioso cansancio que sentía. Se rindió fácil. La música suave era perfecta y le ayudaba a relajar cada músculo.

A Nikolay le pesaron los ojos y se quedó dormido, conforme su cuerpo y cada músculo de su cuerpo se relajaban junto al cuerpo tibio de Kiara.

De fondo, un par de disparos se oyeron por todo el lugar. Él apenas pudo sentirlos.

Kiara fue la primera en despertar. Se levantó agitada y asustada. Jamás había oído un estruendo tan fuerte.

—¡Nikolay! —chilló histérica y se aferró a él con ansiedad.

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