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Justo estaba atardeciendo y Alexander se levantaba a entregarle los últimos papeles del día a Washington. Lafayette había salido con Meade a planificar unas estrategias de batalla y algunas de esas cosas. En contra de lo que muchos pensaban, Alexander prefería escribir antes que luchar. Pensaba que tendría un mejor futuro y las posibilidades de muerte le daban bastante miedo.

Cuando miraba por la ventana no tenía nada de ganas de salir con toda esa nieve y lo único que podía hacer era esperar a que el resto viniese para la cena. Él se quedó mirando a la chimenea pensando en cierto rubio de ojos azules que se había marchado por unos asuntos a Carolina del Sur. Cómo es costumbre, no contestó ninguna carta y tuvo el descaro de no hablar de sus asuntos.

Hamilton estuvo dándole vueltas a aquello casi un mes en el que se ausentó Laurens. Lafayette le dijo que Washington sabía que el padre de cierto rubio había sido capturado y todos asumieron que iría a gestionar cosas del congreso de su padre, pero el pelirrojo ha estaba cansado de dormir solo todas las noches, pasar frío y no tener ni el más mínimo de atención.

Andaba todo el día con una capa de Laurens que se la pisaba y miraba sus cosas esperando que un día apareciese por esa puerta de nuevo. —¡Hamilton!— Gritó Lafayette desde fuera de la casa y Alexander salió en seguida para ver algo que nunca hubiese deseado ver.

—¡Jack!— Gritó al ver al hombre cargado por Meade. —¡Dios mío!

—Hay más hombres, pero creo que no podemos hacer mucho por ellos— dijo Meade entrando rápido a la casa y Washington ante el escándalo salió de su despacho.

Lafayette de acercó y le explicó al general sobre una posible emboscada a un par de kilómetros del cuartel. No parecía algo muy planeado pues los heridos no iban uniformados.

Hamilton se acercó a su mejor amigo que acababa de ser dejado en el sofá y miró a Meade buscando respuestas. —Estaba apoyado en un tronco. No sabemos más. Tal vez ladrones o... No sé— dijo el hombre pensando.

—¿Respira?— Preguntó Hamilton preocupado y pudo comprobarlo por él mismo. John llevaba una profunda herida, seguramente hecha con alguna espada, en su mandíbula y la sangre descendía por su cuello. Su camisa también estaba manchada y Hamilton se dio cuenta que faltaba su casaca y por eso el hombre estaba tan helado. —Está frío y empapado ¿Donde está la casaca?— Pregunto viendo a Lafayette que se volteaba y se acercaba para entregarle con cuidado la casaca. —Gilbert, ¿qué hay ahí?— Preguntó con cierto miedo.

—No creo que te vaya a morder— dijo el francés y Alexander tomó la casaca, se dio cuenta de que algo había enrollado y con las manos temblorosas y con mucha delicadeza desenvolvió la chaqueta.

—¡¿Por qué hay un bebé?!— Preguntó impactado ante la pequeña criatura durmiendo en la chaqueta de Laurens. —¡¿Qué demonios?!

—Alexander, silencio. Vas a despertarlo. Llevo todo el camino para que deje de llorar— dijo Lafayette quitándole al bebé.

—¿De dónde ha salido?— Cuestionó Alexander y Lafayette levantó los hombros.

—Pregúntale a John, él lo tenía

Hubo un poco de revuelo en el lugar sobre qué hacer con el bebé mientras Alexander intentaba tener a John consciente de nuevo y limpiar aquella herida. Lo dejó al lado de la chimenea y le intentó dar un poco de agua.

—¿Crees que es suyo?— Preguntó Hamilton preocupado.

—¿De John?— Preguntó Meade. —No sé.

—Tiene el cabello rubio y ojos claros— refutó Hamilton sosteniendo al bebé mientras miraba a John.

—Sí, como la mayoría de bebes— contestó Lafayette y Hamilton se quedó pensando un largo rato. —¿Vamos a cenar? Habrá que darle de comer a esta criatura también.

—Me quedaré con John un rato— dijo pasándole el bebé al francés. —Aún está helado... Deberíamos llamar a un doctor e iré a por ropa seca— murmuró levantándose y dirigiéndose a su habitación, donde quedaban algunas cosas de John. Se sentía confundido, pero ante todo preocupado por su amigo. Se sentó a su lado y cambio su ropa mojada. Se quedó junto a él en la chimenea durante varias horas.

—¿Alguien sabe cómo callar a un bebé?— Pregunto Meade alterado porque no dejaba de llorar y se lo pasó a Lafayette. —Eres padre, ¿no? Intenta hacer algo.

—¿Yo? No, no, mon ami... Eso son cosas de mi esposa— aseguró Lafayette algo nervioso y Washington suspiró desde su asiento que había tomado a la hora de la cena y aún no se había levantado.

—Mi mujer vendrá pronto, le pediré que lo cuide y se lo lleve a algún lugar— aseguró Washington y Hamilton fue el único que reprochó.

—Excelencia, ¿si es de Laurens? No creo que quiera que se marche— dijo el pecoso y el hombre suspiró.

Con el pasar de las horas ya se empezaron a acostumbrar a cubrir las necesidades básicas de tal pequeño ser humano y a turnos trabajaban o le atendían. —Habrá que ponerle nombre a la niña. No vamos a llamarle la bebé todo el tiempo— aseguró Meade. —¿Por qué no le llamamos María? Es un nombre muy genérico, tenemos posibilidades de acertar.

—Martha también es genérico— aseguró Lafayette.

—Sí, y así se llama la esposa del general— afirmó Hamilton que estaba escribiendo. —Creo que María está bien. Iré a ver a John— dijo dispuesto a entrar a la habitación que ambos hombres compartían y allí seguía tal como lo dejaron. —Hola, Jack, ¿estás mejor?— Preguntó y solo escuchó un murmuro como respuesta. —Te duele la herida, ¿verdad?— Pregunto tomando su mano. —Estás algo más caliente. Sigue descansando— dijo dándole beso en la frente antes de marcharse.

—¿Cómo va?

—Creo que está empezando a despertar. Está adolorido— afirmó Hamilton tomando a María para que Meade pudiese empezar a trabajar. Ella tomaba algunos rizos de Alexander con su pequeña mano y le hacía tiernos ojitos azules. Hamilton empezó a tomar algo de afecto por aquella niña durante los posteriores días.

Llegó una tormenta y con lo que tenían en el cuartel, hicieron una cuna para la pequeña, al menos de manera provisional hasta poder salir de allí. Darle de comer era una tarea un poco complicada. En aquel momento, María solo comía algunos trozos de verduras o comida blanda, pudín o papilla. Por suerte, era una buena chica y no rechistaba en lo absoluto.

Donde el viento no susurra | LamsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora