# 𝗣𝗨𝗡𝗜𝗦𝗛𝗠𝗘𝗡𝗧.

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El ambiente es pesado. El olor a cigarro inunda sus fosas nasales, haciéndolo arrugar la nariz un poco.

No es dueño de su vista, mantiene los ojos cerrados y aunque quiera abrirlos no puede, la venda que los cubre no lo deja incluso si intenta quitársela.

Aquel perfume tan familiar se cuela en sus sentidos, obligándolo a abrir la boca en un suspiro que denota temblor, impaciencia y, al mismo tiempo, temor por lo que llegue a venir después; su cuerpo cosquillea ante las miles de imágenes que se le vienen a la mente, ninguna de ellas siendo del todo sana, si él prefiere llamarlo de alguna manera.

El sonido de unos tacones golpeando contra el suelo se vuelve cada vez más cercano, sus piernas se remueven inquietas sobre la cama con sábanas rojas en la que se encuentra recostado, sus manos apretándose y esto haciendo que sus uñas se claven en las palmas de estas, no pudiendo moverlas correctamente por las esposas que apresan sus propias muñecas, objeto que aquella mujer se encargó de colocar en él sin siquiera darle tiempo de reprochar algo.

Aunque, luego de verla en tal estado, tan neutra, con aquella mirada marrón destellando tan mal que luego se convirtió en una mirada que desprendía total dominancia y deformó su rostro a una expresión de disgusto completo, ¿quién se atrevería a reclamarle algo?

Se relame los labios con nerviosismo, aquella colonia femenina metiéndose en su sistema cada vez más para joderle la paciencia con ganas.

— ¿La pasaste bien? —esa voz que normalmente se oye fina, delicada, ahora muestra un tono exigente, autoritario y dominante, una ligera ronquera que siempre destaca en ella cuando está molesta.

Él traga fuerte.

— Yo...

— Seguramente lo hiciste —le interrumpe. El santafesino jadea al sentir un peso a su costado. No puede verla, no puede tocarla, pero sabe que ella se ha sentado a su lado, poniendo cada vello de su piel de punta.

Ladea la cabeza y abre la boca para hablarle, pero no puede decirle nada. Se ha mantenido callado desde que llegaron a casa, y luego de una sesión de besos en la que aquella mujer no fue para nada gentil, chocando y mordiendo sus labios con tanto hambre y enojo, a él no le quedó más remedio que acatar cada pedido de ella al pie de la letra.

Era tan bueno. Tan bueno como un lindo cachorro.

Jadea pesado ante aquellas manos suaves, reconociendo esos dedos largos que al parecer ahora no poseían las uñas largas que ella acostumbraba; el detalle causa estragos en su cuerpo, y es capaz de temblar con continuidad cuando los siente posarse sobre su torso, delineando cada rincón de la piel acalorada, paseando uno de ellos por su abdomen sin decir una sola palabra, tan sólo para molestarlo a propósito.

Incluso si ella no está encima suyo como siempre, incluso si solo está tocándolo tan poco, incluso si su cuerpo no está pegado al suyo, Iván está tan impaciente.

Jadeo tras jadeo es lo único que se limita a emitir. El rojo furioso que debe aparecer en su rostro lo hace querer esconderse, sintiéndose avergonzando apesar de que está debajo de unos ojos que han visto hasta sus versiones más mórbidas, las más sucias y desastrosas que alguien alguna vez podría imaginar.

El pensamiento lo estremece. Su cuerpo se retuerce en esa cama sin poder hacer más que mover ligeramente sus piernas –las cuales agradece que no hayan sido apresadas–, mostrando la total impaciencia que experimenta; no puede parar de relamerse los labios, tan inquieto y expectante a cada cosa que oiga y sienta, a cada movimiento que ella realice cuando lo tiene a su total merced.

Esas manos cálidas están deslizándose tan lento hacia abajo, provocando escalofríos en el cuerpo del santafesino. Él ladea el rostro, tratando de mantener una respiración buena, incluso si, ahora, no hay rastro de una posible estabilidad en su cuerpo.

𝗉𝗎𝗇𝗂𝗌𝗁𝗆𝖾𝗇𝗍 › 𝘁𝗼𝗺𝗶𝘃𝗮́𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora