Capítulo 20: Ángel y demonio

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Brianna 

Algunas personas suelen decir que los fantasmas y los monstruos viven dentro de nosotros, también dicen que estos se alimentan de nuestros miedos, pero a veces, solía pensar que estos se parecen más a los demonios; demonios creados por nosotros mismos gracias a la lujuria y al deseo en nuestro interior.

Y Alec, Alec era mi demonio personal.

Mis labios se separaron de los de él y no tuve oportunidad de concentrarme en lo que estaba sucediendo a mi alrededor, ya que me vi envuelta por las expresiones intensas que estaban viajando en el rostro normalmente inexpresivo de Alec.

Su mirada fría se mantuvo sobre mí, como si tuviera que tomarse un segundo para escanearme y procesar lo que acababa de suceder.

Las mejillas me ardieron, en el segundo que los vitoreos que se escucharon de fondo, hicieron que me apartara de golpe del cuerpo que estaba contra el mío. La temperatura pareció aumentar en pleno comienzo de otoño, pero nadie más se detuvo a notarlo, ya que estaban más concentrados en nosotros, como si se tratase más de un espectáculo de circo, que en otra cosa.

—¿Entonces tomaste una decisión? ¿O me equivoco? —El tono de Alec se escuchó ronco, como si estuviera saboreando las palabras dichas en la punta de su lengua.

Su postura era confiada y el triunfo brillando en sus ojos no pasó desapercibido.

—¿No te ha quedado claro? —le devolví, intentando mantener un tono de firmeza.

Aunque realmente estaba caminando en una cuerda floja, lo que pudiera suceder después, era una situación impredecible, y aunque estuviera muriéndome de nervios, necesitaba disimular.

Necesitaba disimular y demostrar que podía ser más que una mocosa asustada y tímida.

Pasaron unos cuantos segundos en los que quise que la tierra me tragara e incluso pensé en arrepentirme por mi impulsividad, hasta que en los labios de Alec se extendió una sonrisa. Ladeada, burlona y más parecida a una mueca que otra cosa; para alguien que no lo conociera, no iba a tener ninguna clase de significado, pero para mí, su gesto tenía otra clase de valor.

Ambos estábamos envueltos en un constante juego de estira y afloja, donde a pesar de que él había dado el primer paso, la tarea no era tan sencilla. No ceder a mis convicciones y seguir cerca de Alec era algo que podía costarme caro, pero había decidido minutos antes de que iba a correr ese riesgo.

Costara lo que me costara, iba a hacer algo imprudente, si eso significaba un efímero instante de felicidad con el chico que me gustaba.

—Tal vez necesite otra clase de demostración —murmuró este, aclarándose la garganta y rompiendo así el hilo de pensamientos que había intentado formar. Después de eso, me rodeó la cintura con su brazo, haciendo que mi cuerpo se pegara al suyo como dos mitades perfectas que habían sido diseñadas por los cielos para encajar juntas.

Su mirada era intensa y su cuerpo se sentía caliente, haciendo que las partes de mi piel que estaban rozando con la suya, ardieran; porque eso era lo que mejor que él sabía hacer, confundirme hasta que olvidara mi identidad y mi conciencia.

De un momento a otro, y sin darme cuenta, me vi siendo arrastrada unos cuantos metros dentro del bosque; lo más lejos posible de la pista de baile y de los ojos desaprobadores de la hermana María, quien toda la noche había parecido más una cómplice de adolescentes depravados que una figura de autoridad, pero aún lo suficiente cerca como para ahorrarnos el regaño.

No tenía ninguna clase de palabras para modular, ya que me había quedado en blanco como una completa estúpida. Jonathan me había hecho darme cuenta en poco tiempo que a veces no solo se necesitaba actuar de mala forma para ser una mala persona y que en otras tantas situaciones, simplemente nos dejábamos guiar por nuestros prejuicios. Creíamos conocer a alguien, pero la verdad, era que nunca terminábamos de conocer a una persona o siquiera a nosotros mismos

Psicosis: bajos instintosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora