Parte Única

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Harry seguía pensando en la habitación de Draco.

Incluso ahora, cuando Draco estaba con él, cuando estaba a salvo, incluso ahora, cuando Draco estaba tan cansado que no podía mantener los ojos abiertos y le temblaban los dedos alrededor de su taza de té, cuando Harry tenía que cortarle la comida porque no podía mantener firme el cuchillo, Harry seguía pensando en la habitación de Draco.

Había hecho frío y humedad cuando Harry lo había encontrado, tanto dentro como fuera, y la habitación de Draco no era lo bastante cálida. Tenía dos mantas sobre la cama pero ninguna sábana, y su ropa había sido doblada en el fondo de un armario con una sola puerta y sin perchas. Había un par de libros maltratados y hechos pedazos en el suelo junto a la cama; trozos de una vida a medio vivir. Había jabón, una franela y una toalla en el estante junto a la puerta, algo de detergente, galletas y bolsitas de té al lado. Un viejo hervidor eléctrico enchufado junto a la ventana. Y en la mesilla de noche, junto al despertador, dos figuritas de porcelana. Una era un zorro, pequeño, naranja y enroscado sobre sí mismo, y la otra, un cervatillo beige anaranjado con una oreja astillada y la nariz brillante.

Draco se había llevado todas sus cosas cuando se había marchado con Harry, hasta el último resto de sus pertenencias, incluso sus rollos de papel higiénico y la vieja taza desconchada en la que tomaba el té. Pero Harry le había visto envolver aquellas dos figuritas en los calcetines, con delicadeza, cuidado y protección. Luego, cuando deshicieron las maletas en la nueva casa, la casita que Harry les había encontrado para que Draco pudiera recuperarse y ponerse bien, y donde ambos pudieran aprender a manejar su vínculo, Draco había limpiado primero la repisa de la chimenea, frotándola para que el polvo y la suciedad desaparecieran. Había colocado allí al zorrito y al cervatillo, en un lugar destacado.

Las había encontrado él mismo, le dijo a Harry, una noche, cuando estaban acurrucados el uno contra el otro en el sofá, en la que la serpiente tatuada que envolvía la muñeca de Draco se deslizó alrededor de la muñeca de Harry, entrelazándose con la serpiente de Harry. Las había encontrado en un pequeño puesto de un mercadillo y, para entonces, ya tenía suficiente noción del dinero muggle como para entregar un par de libras y llevárselas a casa. Dos figuritas diminutas y ridículas que eran todo lo que tenía después de toda una vida teniendo todo lo que siempre había querido.

—No pasa nada si no te gustan —le dijo a Harry—. Puedo cambiarlas de sitio.

—No —dijo Harry—. Déjalas justo donde están.


***


Más tarde, cuando Draco no mejoraba, y su agotamiento empeoraba y el temblor en las puntas de los dedos se hacía más pronunciado, Harry le encontró otros. Un pequeño tejón de nariz rosa, un cachorro de labrador, un perro pastor para añadir a su colección. Figuritas de animales que encontraron su sitio en la repisa de la chimenea, mientras que las dos originales de Draco subieron a su mesilla de noche.

—Son estúpidos —dijo Draco—. Lo sé.

—No lo son —dijo Harry, porque no podía hacer que Draco mejorara y no podía pedirle ayuda, y ahora mismo haría cualquier cosa con tal de mantenerlo a salvo y asegurarse de que sabía que lo querían—. Podemos llenar la casa con ellos si quieres. —Lo que quieras, le habría dicho, las palabras se perdieron en el silencio de su habitación, en el silencio de sus vidas.

—Te quiero. —dijo Draco en voz baja. Se había dormido antes de que Harry le contestara.

***

Sólo un Toque de tu AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora